Desalojo, a sangre y fuego

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El Cairo. AFP. Los rastros de sangre indican el camino hacia una morgue improvisada bajo una tienda, cerca del cuartel general de los partidarios del presidente derrocado Mohamed Mursi, en la plaza Rabaa al-Adauiya, de El Cairo.

Tan solo dos horas después de empezar el asalto de la Policía y del Ejército, ya han llegado los cadáveres de 43 hombres, algunos muertos por disparos.

Las bombas de gases lacrimógenos no paran de caer cerca de los cadáveres, mientras las ráfagas de las armas automáticas se mezclan con los cánticos islamistas que salen de los altavoces de una tarima próxima.

Es aquí donde los imanes y los líderes de la Alianza contra el Golpe de Estado pedían hasta el martes por la noche, antes del asalto, la vuelta al poder del islamista Mohamed Mursi, el primer presidente elegido democráticamente en la historia de Egipto, quien e l 3 de julio fue derrocado y detenido por el Ejército.

Junto a 35 cadáveres bañados en sangre –los demás están en el exterior a la espera de montar otra tienda– los médicos de los Hermanos Musulmanes , el movimiento de Mursi, se concentran en los heridos que todavía tienen posibilidades de sobrevivir.

Un poco más lejos, agoniza un hombre con el cráneo perforado por una bala.

En las barricadas de sacos de arena instaladas desde hace un mes en la gran avenida que conduce a la plaza Rabaa, hombres con cascos se enfrentan con la Policía y el E5jército, que siguen avanzando en medio de las ambulancias.

Los manifestantes utilizan todo lo que tienen a mano (piedras, tirachinas, cocteles molotov) para frenar el asalto de la Policía y proteger la mezquita de Rabaa al-Adauiya, el cuartel general de los pocos responsables de los Hermanos Musulmanes que todavía no han sido detenidos por el Gobierno interino.

Algunos hombres llevan fusiles de asalto, confirmando en parte las acusaciones del Gobierno de que los “terroristas” favorables a Mursi tienen armas en las dos plazas que ocupan en El Cairo, la de Rabaa al- Adauiya y la de Nahda.

Desde hace un mes, miles de personas, algunas mujeres y sus hijos, acampaban en las dos plazas de El Cairo.

El desalojo se inició de madrugada y tomó a todo el mundo por sorpresa porque el Gobierno, que llevaba varios días amenazando con intervenir tras el fracaso de los mediadores europeos y estadounidenses para resolver la crisis, había prometido una dispersión “gradual”. Pero finalmente no hubo avisos y los buldóceres del Ejército derribaron rápidamente las barricadas de la plaza Nahda, mientras los helicópteros sobrevolaban la zona desde primera hora de la mañana y las fuerzas de seguridad lanzaban gases lacrimógenos.

La concentración de gas provocó la huida de decenas de mujeres, algunas protegiéndose inútilmente con pequeñas máscaras y arrastrando a sus hijos.

Una hora más tarde, el Ministerio del Interior anunció, triunfalmente, que Nahda estaba “totalmente bajo control” .