Valor no está en las armas

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Cuando nos han preguntado: ¿Y qué haría su país si es invadido? La respuesta superficial, siempre fue: ¿Quién querría invadirnos? Y la razonada: recurriríamos a entidades internacionales.

Ahora el matón está a la puerta. La razón, apunta en la dirección del enfoque pacífico. El instinto, se pregunta cómo infligir daño. Que el país haya elegido abolir el ejército, no ha cambiado nuestros instintos y luchar o huir siguen como reacciones básicas.

Tal vez, al igual que la democracia ha tenido sus pruebas y el pueblo le ha ratificado su apego, nuestra condición de nación sin ejército esté sufriendo su prueba en este momento. Tenemos que llevar el contenido constitucional al fondo de nuestro ser y transformar la energía instintiva en posiciones que sean más coherentes con nuestra decisión de ser una nación desarmada.

No es coherente con esa decisión la animadversión con los nicaragüenses que han tenido que dejar su país y ahora conviven con nosotros. Ni el resentimiento por lo que el país les ha dado en educación y seguridad social. Tampoco la fantasía de establecer alianzas que por un tiempo nos dotarían de fuerzas militares.

Este momento es propicio para dar un salto en las convicciones. En la posición profunda. La verdadera innovación es la que transforma los problemas en oportunidades, la basura en bienes útiles. No es momento de soluciones simplonas de “me golpearon, golpearé”, sino el de las soluciones paradójicas, como la del paciente a quien la enfermedad lo convierte en una mejor persona.

¿Por qué no canalizar la energía que estos hechos desatan a mejorar los organismos internacionales? ¿A capitalizar inteligentemente el agravio? ¿A establecer el programa de becas Rubén Darío, para habitantes nicaragüenses en nuestro país? ¿A invertir tiempo y energía en profundizar nuestros rasgos excelentes, individuales y nacionales? Así, en vez de amargura e impotencia, como nación sentiremos orgullo por lo que hemos venido construyendo y esperanza por lo que aún podemos construir.