Robert Samuelson: Se apaga la luz para la ‘ciencia deprimente’

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Son tiempos difíciles para los economistas. Sus reputaciones están manchadas; sus doctrinas predilectas, dañadas. Entre sus pensadores más prominentes, no hay consenso sobre cómo –o si— los gobiernos de los países avanzados pueden mejorar recuperaciones débiles.

En su conjunto, la situación recuerda a una vieja broma: ¿Cuántos economistas se necesitan para cambiar una bombilla? Ninguno. Cuando la que usaron en la escuela de postgrado se apaga, se quedan en la oscuridad.

Recientemente, los economistas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publicaron un estudio retrospectivo de sus pronósticos económicos. Se puede decir que fue una medida de valor burocrático, porque, como era predecible, la actuación fue pésima. La OCDE no solo no previó la crisis financiera 2008-09, sino que predijo sistemáticamente una recuperación más fuerte. En mayo de 2010, por ejemplo, la OCDE pronosticó que la economía norteamericana crecería un 3,2% en 2011. El crecimiento real fue de un 1,7%. Es un error enorme, y hubo otros aún mayores referidos a economías europeas.

La OCDE no fue la única. Como señala el estudio, groupthink (el pensamiento grupal) es endémico entre los pronosticadores. El Fondo Monetario Internacional, economistas privados y entidades gubernamentales —entre ellas la Reserva Federal y la Oficina de Presupuesto del Congreso— cometieron errores similares.

Para explicar su lamentable desempeño la OCDE cita tres fuerzas insuficientemente representadas.

Primero, la globalización — la debilidad de algunas economías, especialmente la de Estados Unidos, deprimió otras economías por la reducción del comercio y el aumento de presiones financieras.

Segundo, la fragilidad de los bancos — a los países con bancos sub-capitalizados les fue particularmente mal, supuestamente porque los bancos concedieron menos préstamos.

Y finalmente, las regulaciones económicas — las sociedades con muchas regulaciones tuvieron más dificultad para adaptarse a la adversidad que las sociedades más flexibles.

Demasiada austeridad

Debido a la subestimación de todos estos factores, los pronósticos fueron demasiado optimistas, dice la OCDE. Es interesante que en esa lista no figure el rubro “demasiada austeridad”. Los economistas de la OCDE hallaron que, en general, no subestimaron los efectos de los recortes de gastos y aumentos fiscales que tuvieron como objetivo reducir el déficit presupuestario en España, Italia, Irlanda, Portugal y otros países. Grecia fue la notable excepción.

Esta conclusión es sin duda controvertida, porque muchos economistas atribuyen la recuperación débil a una austeridad errada, especialmente en Europa. Sigan el consejo de John Maynard Keynes (1883-1946), dicen. Cuando la economía sufre una caída masiva en los gastos privados, el gobierno debe contrarrestar la pérdida aumentando su déficit presupuestario. Los recortes presupuestarios de Europa fueron demasiado agresivos, dicen, mientras que las políticas norteamericanas de “estímulo” no lo fueron lo suficiente.

Quizás la historia reivindique ese llamado al Keynesianismo. O quizás no. El hecho es que Estados Unidos sí respondió agresivamente, tanto bajo George W. Bush como Barack Obama. Sin duda no se adoptó la austeridad. El presupuesto federal tuvo déficits masivos — $6,2 billones entre 2008 y 2013, promediando un 6,4% de la economía (producto bruto interno). Nada como eso había ocurrido desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la economía siguió renqueando. ¿Por qué esas medidas no fueron suficientes?

Elkeynesianismo no es la única teoría bajo sospecha. El monetarismo —la doctrina según la cual un crecimiento estable en la oferta monetaria puede promover una economía más estable— corre el mismo destino. Desde 2008, la Reserva Federal ha echado más de $3,2 billones a la economía para mantener las tasas de interés bajas y acelerar el crecimiento económico. Según el razonamiento monetarista, esa cantidad de dinero echada tan rápidamente debería haber provocado una mayor inflación. Algunos economistas predijeron ese fenómeno; pero aún no ha ocurrido. Los precios al consumidor hoy han subido un 1,5% comparados con los de hace un año.

Si agregamos los últimos seis años de déficits presupuestarios en Estados Unidos y la inyección de efectivo de la Fed a la economía, el total se acerca a $10 billones . Es difícil creer que todo ese estímulo no haya ayudado a la recuperación, pero el hecho de que haya tenido como resultado sólo un crecimiento económico modesto ha creado una crisis de identidad para los economistas. La promesa que ofrecieron era que, mediante políticas económicas apropiadas, podrían producir largos períodos de crecimiento estable y —igualmente importante— evitar crisis prolongadas y largos períodos de crecimiento inadecuado. Está claro que no están cumpliendo esa promesa.

La Gran Recesión y la crisis financiera cambiaron la conducta de la población, y los economistas aún no han incorporado totalmente ese cambio en sus modelos y teorías. La fe generalizada en que las sociedades modernas estaban protegidas de reveses económicos profundos y sostenidos ha sido destrozada, causando una mayor cautela con los gastos y los préstamos por parte de consumidores, gerentes de empresas y banqueros. El estímulo económico podría contrarrestar esa cautela, pero si indica que la economía es más débil de lo que se esperaba, también podría deprimir los gastos privados. Son tendencias compensatorias.

La fe en la economía fue, en muchos aspectos, la causa subyacente tanto de la crisis financiera como de la Gran Recesión —hizo que la gente se confiara excesivamente y fuera descuidada durante la bonanza— y la explicación básica de la recuperación débil, cuando una obcecada cautela reemplazó a una obcecada complacencia. Para recuperar su relevancia, los economistas buscan una nueva bombilla —o una mejor utilización de la vieja. Mientras tanto, la mayor parte de ellos aún se sienta en la oscuridad.

Robert Samuelson inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además, fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.© 2014, The Washington Post Writers Group