Paul Krugman: El efecto dominó en el clima

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Tal vez sea yo, pero los predecibles chillidos de indignación de la derecha respecto a las reglas sobre el carbono propuestas por la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por las siglas en inglés) de los Estados Unidos parecen extrañamente débiles y desenfocados. Hablo de que estas mismas personas fueron las que crearon indignación nacional respecto a paneles de la muerte que no existían. Ahora la administración Obama sí está haciendo algo que en verdad causará aunque sea algo de dolor a algunas personas. ¿Dónde están las llamativas y falsas historias de horror?

Por lo que valen, sin embargo, los ataques contra las nuevas reglas involucran principalmente las tres C: conspiración, costo y China. Es decir, los derechistas alegan que no hay tal calentamiento global, que todo consiste en un engaño promulgado por miles de científicos de todo el mundo; que tomar acciones para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero devastaría la economía; y que, de todas formas, la política estadounidense no puede lograr cosa alguna porque China sencillamente seguirá lanzando cosas a la atmósfera.

No quiero decir mucho respecto a las teorías de la conspiración, excepto para hacer notar que cualquier intento por hallar sentido a la política estadounidense actual tiene que tomar en consideración este indicador especial de la caída del Partido Republicano en un estado de locura. Sin embargo, hay mucho que decir en lo que respecta al costo y a China.

Sobre el costo. Es razonable argumentar que nuevas reglas dirigidas a limitar las emisiones tendrían algún efecto negativo sobre el producto interno bruto y los ingresos de las familias. Hasta eso no es necesariamente cierto, en especial en una economía deprimida, donde las regulaciones que requieren nueva inversión podrían terminar por crear empleos. Sin embargo, es probable que la acción de la EPA, si llega a hacerse efectiva, lastimará aunque sea un poquito.

Las afirmaciones de que los efectos serán devastadores, no obstante, no solo son erróneas, sino inconsistentes con lo que los conservadores afirman creer. Pregunte a los derechistas en qué forma se las va a arreglar la economía de los Estados Unidos con suministros limitados de materias primas, tierra y otros recursos, y ellos responden con gran optimismo: la magia del mercado nos llevará a soluciones. Pero de manera abrupta pierden la fe en la magia del mercado cuando alguien propone límites a la contaminación; barreras que se impondrían mayoritariamente en formas amigables con el mercado, como sistemas de fijación de límites máximos e intercambio de derechos de emisión. Repentinamente, insisten en que las empresas serán incapaces de ajustarse, que no hay alternativa para hacer todo lo relacionado con la energía exactamente de la forma en que lo hacemos ahora.

Eso no es realista y no es lo que dice un análisis cuidadoso. No es siquiera lo que dicen estudios pagados por personas que se oponen a la acción climática. Como expliqué la semana pasada, la Cámara de Comercio de los Estados Unidos encargó recientemente un informe que estaba dirigido a mostrar los terribles costos de la política venidera de la EPA –un informe que hizo las menos favorables de las presunciones posibles en un intento por hacer parecer que los costos eran mayores–. Aun así, empero, los números salieron embarazosamente bajos. No tomar medidas drásticas con el carbón no va a lesionar la economía de los Estados Unidos.

Pero, ¿qué hay en cuanto al aspecto internacional? En este punto, Estados Unidos es responsable de solamente el 17% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono, mientras que a China corresponde el 27% y esa cifra aumenta rápidamente. Por eso es cierto que Estados Unidos, actuando a solas, no va a salvar al planeta. Necesitamos cooperación internacional.

Sin embargo, esa es precisamente la razón por la que necesitamos la nueva política. Estados Unidos no puede esperar que otros países tomen acciones rigurosas contra las emisiones al tiempo que rehúsa hacer algo de su parte, por lo que las nuevas reglas son necesarias para poner el juego en marcha. Y es bastante seguro que la acción en los Estados Unidos va a conducir a acción correspondiente en Europa y Japón.

El factor ‘China’. Nos queda China y en días recientes se han producido muchas afirmaciones cínicas respecto a que aquel país sencillamente seguirá adelante y quemará cualquier carbón que nosotros no consumamos. Y es un hecho que no queremos contar con el altruismo chino.

Pero no tenemos que hacerlo. China es enormemente dependiente del acceso a los mercados de los países avanzados –buena parte del carbón que quema se puede atribuir, directa o indirectamente, a su actividad exportadora– y sabe que pondría en riesgo este acceso si rehúsa desempeñar cualquier papel en la protección del planeta.

Más específicamente, cuando los países ricos emprendan acciones serias para limitar las emisiones de gases del efecto invernadero, es muy probable que empiecen a imponer “gravámenes por carbono” a los bienes importados de países que no hayan emprendido medidas similares.

Tales impuestos deben ser legales de acuerdo con las reglas existentes –la Organización Mundial de Comercio (OMC) probablemente declarará que los límites de carbono son efectivamente un impuesto para los consumidores, que se puede cobrar sobre importaciones tanto como sobre producción local–. Lo que es más, las reglas de comercio dan consideración especial a la protección del ambiente. Así las cosas, China se encontraría con fuertes incentivos para empezar a limitar las emisiones.

La nueva política del carbono, entonces, se supone que sea el principio, no el fin, de un efecto dominó que, una vez que empiece, debe dar inicio a una reacción en cadena que lleva, finalmente, a pasos globales para limitar el cambio climático.

¿Sabemos que funcionará? Por supuesto que no, pero es vital que hagamos el intento.

Traducción de Gerardo Chaves para La Nación

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.