El veredicto sobre el “estímulo”

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Cinco años después de que se convirtiera en ley, la Ley de Recuperación y Reinversión de 2009 —mejor conocida como “estímulo económico”— sigue siendo controvertida y divisiva. Su aniversario ha causado retrospectivas que sugieren un veredicto tentativo sobre su eficacia.

La principal contribución viene del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca (CEA, por sus siglas en inglés). En su informe anual, nos recuerda que el “estímulo” original (el ARRA), que costó alrededor de $800.000 millones, fue sólo parte del programa. A medida que su impacto menguó, el gobierno y el Congreso promulgaron otras medidas del mismo tipo —las mayores fueron el recorte de 2% en el aporte al Seguro Social en la nómina y la extensión de los beneficios de desempleo— que representaron, aproximadamente, $700.000 millones. El término “estímulo” fue abandonado porque resultó ser políticamente venenoso, aún cuando otros programas subyacentes fueran populares.

Juntos, los aumentos de gastos y los recortes fiscales ayudaron a detener la caída libre de la economía y a propulsar la recuperación, expresa la CEA. En su punto más alto en 2010, crearon unos 2,5 millones de puestos de trabajo, estima la CEA. Aunque ese efecto de refuerzo para el empleo ahora se ha desvanecido, el estímulo proporcionó apoyo cuando se lo necesitó. También se aliviaron las penurias humanas. Los beneficios de desempleo fueron destinados a 24 millones de trabajadores y asistieron a 70 millones de personas, entre ellas, sus familias. En su conjunto, fue una misión cumplida.

En realidad, no, responde en su blog el economista de Stanford, John Taylor, crítico del estímulo. Que el estímulo reactivara la economía “Es una afirmación difícil de defender”. Algunas cifras también apoyan ese escepticismo.

El gobierno también estimula la economía gastando más de lo que grava. Por tanto, los déficits miden el estímulo total. Fueron cuantiosos —$5,8 billones entre 2009 y 2013— y excedieron enormemente los paquetes de estímulo. Reflejaron además otros dos factores. Primero, los “estabilizadores automáticos”: En una recesión, el presupuesto vira hacia el déficit porque los impuestos a los ingresos caen y los gastos (seguro de desempleo, estampillas alimenticias y otros parecidos) se elevan. Segundo, el presupuesto tenía un déficit estructural —una brecha entre gastos e impuestos— antes de la Gran Recesión. Aún así, a pesar de déficits sin precedentes en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, la recuperación ha sido débil. En sus primeros tres años, promedió alrededor de la mitad del crecimiento de expansiones anteriores posteriores a la guerra. He aquí el misterio: estímulo monstruo y recuperación diminuta.

Economía eclipse

Superficialmente, el estímulo económico parece de sentido común. Si las exigencias del sector privado son inadecuadas, el sector público debe llenar el vacío. En la práctica, no es tan simple. Los economistas hablan de “multiplicadores”: en qué medida un dólar extra de gastos o recortes fiscales activa la economía. Lamentablemente, no está claro. La Oficina de Presupuesto del Congreso examinó estudios académicos y halló que los cálculos de multiplicadores para los gastos de inversiones gubernamentales iban de 0,5 a 2,5. Eso significa que un dólar de gastos genera entre 50 centavos y $2,50 en producción agregada (producto bruto interno). ¡Una gama amplia!

Valerie Ramey, economista de la University of California en San Diego que ha calculado los multiplicadores, expresa que las diferencias entre los diversos estudios a menudo reflejan conjeturas de cuán rápidamente la economía hubiera crecido sin estímulo —pero, agrega, no lo sabemos.

Las conjeturas son suposiciones informadas. Sus estudios encuentran constantemente multiplicadores de menos de uno para las compras del gobierno. Nuevamente: Por cada dólar extra de gastos, el PBI se eleva menos de un dólar (alrededor de unos 80 centavos según las cifras de ella).

Parte del estímulo se pierde, porque reduce los gastos privados. Un canal son las tasas de interés. Si el gobierno obtiene más préstamos y las tasas se elevan, se desplazarán aquellas compras sensibles al crédito (automóviles, vivienda, equipos para empresas). Eso explica por qué los déficits, cuando la economía es de casi pleno empleo, no promueven el crecimiento. Pero eso no constituye un problema ahora. La economía no está ni siquiera cerca de alcanzar el pleno empleo, y las tasas de interés han sido bajas desde 2008.

Aún así, el estímulo podría disiparse de otras maneras. El economista Milton Friedman presentó la hipótesis de que cuando la gente recibe un incremento de una sola vez para sus ingresos, tiende a ahorrarlo; calibran los gastos y el estándar de vida según sus ingresos permanentes. Si fuera así, los recortes fiscales temporales quizás se hayan ahorrado. Las empresas podrían actuar en forma similar. Quizás se abstengan de expandir fábricas o contratar personal en respuesta a picos temporales de los gastos del gobierno. Después están las importaciones; cuando los estadounidenses compran, el estímulo se erosiona.

A causa de todos estos factores el veredicto es confuso. Cuando se propuso, el estímulo del presidente Obama era deseable. (Revelación: Aunque me desagradaron ciertos detalles, yo lo apoyé). Independientemente de los multiplicadores, el estímulo sostuvo la economía. También, junto con el rescate de la industria automotriz, el dinero fácil de la Reserva Federal y el Programa para Alivio de Activos en Problemas (TARP, por sus siglas en inglés) envió el siguiente mensaje: El gobierno no permitirá que la economía se derrumbe. Eso fue esencial para restaurar la confianza. El estímulo fue una medida de emergencia justificable.

Pero la emergencia se ha acabado. La economía, aunque en apuros, no está derrumbándose. El gobierno atribuye su debilidad a muchas causas (deuda familiar, problemas de Europa, discordia política en Washington). Pero “más estímulo” no curará el rendimiento bajo y, perversamente, podría contribuir al mismo.

Al destacar la debilidad de la economía, podría magnificar la cautela de los consumidores y las empresas. El pesimismo comienza a alimentarse a sí mismo. Una economía que depende de inyecciones periódicas de estímulo es una economía en eclipse.

Robert Samuelson inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.