Competencia perfecta: ‘Ethos’, ‘pathos’, ‘logos’

La discusión política polarizadora, tribal, violenta y destructiva provoca un enorme deterioro en la calidad de los debates y, particularmente, una herida profunda en la convivencia democrática

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Es una verdad del tamaño de una catedral que la discusión política en nuestras sociedades se ha vuelto, con el paso de los años, particularmente polarizadora y, lamentablemente no pocas veces tribal, violenta, y destructiva, con poco o ningún respeto por la dignidad de los ciudadanos o de los grupos que se disputan el poder.

Esta nociva dinámica social y política provoca no solo un enorme deterioro en la calidad de los debates sino, particularmente una herida profunda en la convivencia democrática.

Gran parte de estos problemas surgen de un desequilibrio fundamental en el quehacer de la política –no sólo de los partidos, sino en general de todos los actores incluyendo los grupos de interés– entre tres dimensiones clave: el logos (la lógica y el conocimiento), el pathos (los factores emocionales y pasionales) y el ethos (la credibilidad y el comportamiento ético).

En la mayoría de los mensajes, las argumentaciones y la praxis política actuales se observa la ausencia de alguna o varias de estas dimensiones y, por tanto, un desequilibrio que sesga y deteriora, de origen, las propuestas y el proceso de buscar los acuerdos para ponerlas en práctica.

Cuando la dimensión ausente es el logos, el problema es, evidentemente, que las propuestas y las discusiones dejan de tener un pie firmemente puesto en la realidad y, particularmente, de apoyarse en el conocimiento técnico y científico. Se convierten en este caso en prejuicios o ideas absurdas que solo sirven para alimentar las divisiones y, si terminan imponiéndose, conduciendo a políticas públicas ocurrentes y mal diseñadas.

En el caso del pathos, el problema es la dosificación y uso responsable. Como en todo en la vida, en política es necesaria la cantidad justa de emoción y pasión, la apenas necesaria para mover a la acción a las personas y a los colectivos.

Las dificultades se presentan cuando esa cantidad óptima se supera o es insuficiente. El primer caso sucede cuando se apela de forma negativa a las emociones con el fin de seducir, engañar y dividir interesadamente a la ciudadanía, el expediente clásico de comportamiento de los movimientos populistas, desgraciadamente tan frecuentes, en todos los sitios, hoy en día.

Cuando el pathos escasea, lo que se tiene es una política sin vida, incapaz de mover a la acción, emocionar a los ciudadanos, en especial acerca de los futuros posibles y de la posibilidad de construirlos no exclusivamente en clave del beneficio privado, sino que particularmente del bienestar colectivo.

Por supuesto, detrás del logos y el pathos, debe estar siempre presente un ethos sólido y vibrante, de no ser así se está en presencia de la política interesada y manipuladora –maquiavélica en el sentido vulgar del término; muy a pesar de Niccolò di Bernardo, quien en realidad distaba mucho de verla de una manera tan utilitaria como el adjetivo derivado de su apellido supondría – que se construye sobre la base ética endeble, del engaño y desprecio por el bienestar colectivo. Una última nota de precaución: ethos no es moralismo hipócrita, ni mucho menos usar como herramienta política al Santo Oficio.