Aquí viene la sociedad de botines

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Nos estamos, me temo, desplazando lentamente de una “sociedad opulenta” hacia una “sociedad de botines”. En 1958, el economista de Harvard John Kenneth Galbraith publicó el best seller La sociedad opulenta , que ha tenido una influencia profunda sobre el pensamiento nacional por décadas. A los sobrevivientes de la Gran Depresión, la prosperidad posterior a la Segunda Guerra Mundial los deslumbró. Los suburbios ofrecían una alternativa tranquila frente a las ciudades llenas de gente y ruidosas. Las nuevas tecnologías impresionaban –la televisión, las comidas congeladas, las lavadoras y las secadoras automáticas–.

Esta abundancia explosiva, argumentaba Galbraith, significaba que el país podía permitirse tanto necesidades públicas como privadas. Podía dedicarse más a las escuelas, caminos, parques y control de la polución. El crecimiento económico se convirtió en el santo grial de la política gubernamental. La producción era primordial. Acallaba el conflicto social.

La “sociedad de botines” revierte esta lógica. Quita el énfasis en la producción y alimenta el conflicto. Esta es la razón.

Hay dos formas de volverse rico. Una es proveer más productos y servicios; eso es crecimiento económico. La otra es arrebatarle a otro su riqueza o ingreso; esto es la “sociedad de botines”.

En una sociedad de botines, el éxito económico depende cada vez más de quién gana las interminables disputas distributivas: no quién crea riqueza, sino quién la controla. Pero esto puede ser polémico. Los ganadores celebran; los perdedores echan humo.

Por supuesto, los dos sistemas coexisten desde hace mucho –y siempre lo harán–. Todas las sociedades modernas buscan el crecimiento; todas redistribuyen los ingresos y la riqueza. Algo de la reestructuración es visible y popular. Hasta ahora, ese ha sido el caso con la mayor transferencia de Estados Unidos, que es desde los trabajadores hacia los jubilados a través del Seguro Social y Medicare. En 2012 esta excedió $1 billón.

Pero aún, para este país, la pregunta relevante es si el comportamiento productivo (generar crecimiento económico) está perdiendo terreno ante el comportamiento depredador (arrebatar la riqueza y los ingresos existentes).

Hay buenas razones para pensar que sí.

Desde 1950, la economía de Estados Unidos ha crecido un poco más del 3% anualmente. Pero las proyecciones para el futuro son solo por encima del 2%. El desaceleramiento principalmente refleja una población que envejece, lo que se traduce en menos expansión de la fuerza de trabajo. De hecho, el crecimiento total de 2% puede que sea inalcanzable si, como argumentan algunos economistas, el ritmo de innovación está aflojando. Todo esto sugiere ganancias económicas en baja en el sector productivo.

Mientras menos sean las ganancias, más serán las personas que pelearán por los ingresos y las riquezas existentes, porque –como ya se ha dicho– ahí es donde está el dinero. El ingreso anual (producto interno bruto) de los Estados Unidos ahora excede los $16 billones; el valor de todo el activo fijo que pertenece a empresas e individuos es aproximadamente de $50 billones. Desviar incluso una porción pequeña de estas sumas puede ser altamente enriquecedor.

Las luchas por distribución involucran atacar y defender bastiones de riquezas e ingresos. Consideremos tres ejemplos:

El gigante petrolero BP y los abogados demandantes están peleando por cómo proveer compensación por los daños y perjuicios ocasionados por el derrame de petróleo de Deepwater Horizon en 2010. El proceso ha sido tan perverso, dice BP, que están pagando “cientos de millones de dólares –pronto serán probablemente miles de millones– por pérdidas ficticias e infladas”. Naturalmente, los abogados demandantes están en desacuerdo.

Los “secuestradores de patentes” son firmas que amasan grandes portafolios de patentes y luego hostigan y demandan a compañías de alta tecnología por supuestas violaciones. Las compañías a menudo pagan en lugar de enfrentar una amenaza para sus productos. Extorsión, dicen ellas. Un retorno legítimo, replican las compañías de patentes.

Los CEOs son acusados periódicamente de abultar sus pagos usando consultores en compensación que son amigables. Naturalmente, los CEOs sostienen que se están premiando por su desempeño, no saqueando a sus compañías.

Mayores disputas sobre distribución acechan. La desigualdad creciente ha intensificado las presiones para aumentar los impuesto a los ricos y a los casi ricos, como sea que se los defina, para financiar a la clase media y baja. Las transferencias masivas de trabajadores a jubilados están comenzando a sembrar una reacción negativa entre los jóvenes, que se preguntan si todos los beneficios para las personas mayores de edad están justificados.

La mayoría de los estadounidenses parece indiferente sobre cómo salir adelante, ya sea a través de la creación de riqueza o la redistribución. La elección parece abstracta. Me parece bien. Pero para el país, la elección importa enormemente. La atracción de la sociedad opulenta era que las ganancias de un grupo no tenían que venir a expensas de otros. La promesa del crecimiento económico fue promocionada de más, pero tenía el efecto saludable de animar una visión expansiva e inclusiva de Estados Unidos.

Lo que está emergiendo hoy es más egoísta y autodestructivo. El dilema de una sociedad rica es que sus perspectivas pueden ser socavadas por su abundancia.

Los países preocupados por la lucha distributiva se distraen de la producción. La ambición de sus muchos miembros talentosos puede ser satisfecha no agregándole al producto total sino simplemente sustrayendo de otros. Están simplemente reorganizando los activos económicos entre sí. Llevado a un extremo, esto promete más división política y debilitamiento económico.

ROBERT SAMUELSON inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además, fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.