Adictos a la inflación

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El primer paso hacia la recuperación consiste en admitir que uno tiene un problema. Eso vale tanto para los movimientos políticos como para los individuos. Por ese motivo, tengo un consejo para los llamados conservadores reformistas que están tratando de reconstruir la vitalidad intelectual de la derecha: Es necesario que empiecen por enfrentar el hecho de que el movimiento al que uno pertenece está atrapado por impulsos incontrolables. En particular, que es adicto a la inflación; no a la inflación como tal sino a la afirmación de que la inflación desbocada está ocurriendo en este momento o que está por hacerse presente.

Para entender de lo que estoy hablando, veamos una escena que se desarrolló el otro día en CNBC.

Rick Santelli, una de las estrellas de la cadena de televisión, es mejor conocido por despotricar contra la condonación de deuda que se argumenta dio vida al Tea Party. En esta ocasión, sin embargo, despotricaba respecto a otro de sus temas favoritos: las políticas supuestamente inflacionarias de la Reserva Federal. Y su colega Steve Liesman ya estaba harto. “Es imposible que usted se equivoque tanto”, declaró Liesman y pasó a detallar las predicciones fallidas: “Las tasas de interés más altas nunca llegaron, la incapacidad de los Estados Unidos para vender bonos nunca sucedió, el dólar nunca se descalabró, Rick. No hay ni una sola que le haya salido bien”.

Se podría decir lo mismo de muchas personas. He sostenido conversaciones con inversionistas perplejos porque el dólar no se ha descalabrado y la inflación no ha subido desmesuradamente, ya que “todos los expertos” dijeron que eso iba a suceder. Y eso es lo que en verdad uno podría haber imaginado si la idea de experto en una materia era lo que vio en CNBC, en la página editorial del The Wall Street Journal o en Forbes.

Y esto ha estado ocurriendo durante largo tiempo –al menos desde principios del 2009–. Sin embargo, pese a haber estado equivocados de manera consistente durante más de cinco años, estos “expertos” nunca consideraron la posibilidad de que su marco de referencia económico tuviera algo malo, mucho menos de que Ben Bernanke, Janet Yellen o, de hecho, este servidor podríamos haber estado en lo correcto al descartar sus advertencias.

En el mejor de los casos, la gente que advertía de que la inflación nos caía encima, admite que eso todavía no ha ocurrido, pero atribuye el retraso a circunstancias impredecibles. Por eso, al rendir testimonio ante el Congreso, Lawrence Kudlow, también de CNBC, advirtió respecto a “exceso de dinero y un dólar devaluado”. Sin embargo, “milagrosamente, tanto los indicadores de inflación presentes como los esperados se han mantenido bajos”. No se trata de que haya nada malo en mi modelo… ¡Es un milagro!

En el peor de los casos, los inflacionistas recurren a teorías de conspiración: La inflación ya está alta, pero el Gobierno la está ocultando. Las fuentes que pretenden documentar este encubrimiento fueron meticulosamente desacreditadas hace años; entre otras cosas, los indicadores privados de la inflación como el Índice Billion Prices (derivado de los precios en la Internet) básicamente confirman las cifras oficiales.

Lo que es más, los teóricos de conspiración de la inflación han enfrentado un bien merecido ridículo, incluso de sus propios congéneres conservadores. Aun así, la teoría de la conspiración sigue saliendo a la superficie. Predeciblemente, se ha sacado para defender a Santelli.

Todo esto es muy frustrante para los conservadores reformistas. Si se les pregunta cuáles nuevas ideas ofrecen, a menudo mencionan el “monetarismo de mercado”, que en las circunstancias actuales se traduce como la idea de que la Reserva Federal debería estar haciendo más, no menos.

Un miembro del grupo, Josh Barro –quien ahora está en The Times – ha llegado hasta el punto de llamar al monetarismo de mercado “el brillante éxito del movimiento reformista conservador”.

Pero esta idea no ha encontrado adherencia alguna en el resto del conservadurismo estadounidense, que todavía está obsesionado con la amenaza fantasma de la inflación desbocada.

Y las raíces de la adicción a la inflación son profundas. A los reformadores les gusta minimizar la influencia de las fantasías libertarias –fantasías que invariablemente incluyen la idea de que el desastre inflacionario es inminente a no ser que regresemos al patrón oro– de los líderes conservadores del presente. Pero para hacer eso uno tiene que descartar lo que en estos líderes sí han dicho. Si, por ejemplo, la gente acusa al representante Paul Ryan, presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara, de vivir en una novela de Ayn Rand, eso se debe a que en el 2009 él dijo que estamos “viviendo en una novela de Ayn Rand”.

De manera más general, el conservadurismo estadounidense moderno está profundamente opuesto a cualquier forma de activismo gubernamental y, si bien la política monetaria a veces se trata como si fuera un asunto tecnocrático, la verdad es que imprimir dólares para combatir una crisis económica, o siquiera para estabilizar alguna definición más amplia del suministro de dinero, es, en realidad, una política activista.

El punto, entonces, es que la adicción a la inflación nos está diciendo algo respecto al estado intelectual de un lado de la gran división nacional. El obsesivo enfoque de la derecha en un problema que no tenemos, la oposición a reconsiderar sus premisas pese al abrumador fracaso práctico, nos dice que en realidad no tenemos ningún tipo de debate racional. Y eso, a la vez, es un mal augurio no solo para los aspirantes a reformistas, sino para la nación.

Traducción de Gerardo Chaves para La Nación

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.