Cómo nos relacionamos con los demás, depende de las habilidades interpersonales que hayamos logrado desarrollar. Pero depende fundamentalmente de la forma cómo visualizamos la relación y de cómo consideramos al otro. Y aquí podemos sorprendernos del amplio abanico de formas que se utilizan.
Un vendedor puede ver en su cliente una fuente de comisiones de venta. Si esto es así, lo que le interesará no es resolverle su problema, sino hacerle una venta y cobrar la comisión.
Hoy en día sabemos que la relación madura y sostenible es ver en el cliente a un socio, con quien se buscan soluciones conjuntas en las cuales participan los productos o servicios que se le venden. A partir de esta relación, el cliente resuelve su problema y queda establecida entre él y el vendedor un vínculo sostenible y mutuamente beneficioso.
En otra época la relación entre padres e hijos pequeños, dejaba ver más la autoridad que el afecto.
Era la época en que los padres eran reyecillos, jueces, y funcionaban más como supervisores de libertad condicional que como afectuosos educadores de sus hijos.
Era la época en la que había jefes, curas y médicos regañones, tal vez por la misma razón de fundar las relaciones con los demás, más en la autoridad que en otras formas de vínculo.
¿Ha entrado en crisis la autoridad?
Más que eso, lo que parece que ha entrado en crisis es el autoritarismo, la visualización de la autoridad como instrumento de opresión. Pero sigue vivo el ejercicio de la autoridad como responsabilidad por el mejoramiento del otro.
Las concepciones que tenemos sobre los vínculos y sobre el otro, evolucionan en el tiempo con nuestro desarrollo personal. Pero el desarrollo personal nunca está terminado.
Por eso conviene preguntarse cuáles de nuestras concepciones primitivas no han evolucionado aun.
¿Cómo vemos la relación de pareja? ¿Y la de enseñanza aprendizaje que ocurre en el aula? ¿Cómo la relación gobernante ciudadano? ¿Y la relación trabajador empresa? ¿O la que tenemos con otros en nuestra comunidad?