La Gardenia se marchitó

El Barrio Chino le quitó su esplendor a una de las floristerías más antiguas de la capital. Este Día de los Enamorados marcó el fin de su relación con el lugar donde un día floreció

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“¿Tiene mi dirección?”, preguntó a través del teléfono Luis Alberto Chinchilla, con un cierto dejo de ingenuidad. “¡Claro: La Gardenia!”.

Este punto de referencia capitalino está pronto a correr con la misma suerte del antiguo Higuerón, la antigua Gallito o la casa de Matute Gómez: se va. Dentro de una semana será, también, la antigua Gardenia. Ahí ya murió la flor.

“A las 10:30 de la mañana, entonces. ¿Será buena hora para ir, o los clientes llegan más hacia el final de la tarde?”, proseguí. “A cualquier hora; de por sí ya es sorpresa cada vez que entra alguien”, sentenció Chinchilla con un tono ofuscado.

Este 9 de febrero, en vísperas de los flechazos de Cupido, el negocio estaba tan frío como la mañana de aquel lunes. Habían metido algunas flores a la cámara de refrigeración para prepararse para el último gran día de La Gardenia. El único que llegó fue un mensajero en moto, a quien lo mandaron a averiguar el precio de un arreglo floral para San Valentín.

Desde hace medio año, Chinchilla tenía tomada la decisión de desalojar el local, pero la esperanza de que el Día de los Enamorados diera un último empujón a su negocio lo hizo quedarse.

El 14 de febrero de hace tres años, las puertas de la floristería La Gardenia daban con el Paseo de los Estudiantes. Dos días después, la calle 9 se cerró para comenzar las demoliciones y así dar paso a los miles de adoquines del Barrio Chino. “¿No ve? Aquí ya no pasa ni un alma”, dice Sandra Ugalde, la esposa de Chinchilla, mientras aplancha telas para hacer quilting , un arte que sostiene parte del negocio.

Por eso, don Luis Alberto refunfuña una y otra vez contra el exalcalde josefino Johnny Araya, pues afirma que su proyecto del Barrio Chino no trajo la afluencia de peatones que se esperaba.

“Fue un garrotazo desde que comenzaron a romper la calle”, replica Ugalde.

Aquella floristería emblemática que en sus tiempos de gloria les había dado casa, carro, viajes al extranjero y hasta casa en la playa y lancha se estaba marchitando, y no precisamente por el paso del tiempo.

“Me deprimí tanto que me sentaba en un sillón a ver el mundo pasar”, lamenta Chinchilla.

Irónicamente, quien pone corazones a latir, ahora tiene enfermo su propio corazón , algo que él atribuye al estrés que le generó el Barrio Chino. “Tengo que vivir en paz, ¿y cómo, si ahí llega el recibo de la luz por ¢100.000 y el alquiler del local por ¢550.000?”.

Pero ese hombre –hoy de 59 años– ya tiene experiencia en eso de poner candado y volver a empezar.

Aprendió el oficio de florista a sus 16 años y luego de haber trabajado en varios locales, decidió probar suerte con un negocio propio, a sabiendas de que debía desalojar en tres meses porque así lo estipulaba el contrato. “A paguitos”, compró el derecho de llave de la floristería Paseo Colón, que quedaba frente al Hospital de Niños. Luego trasladó el negocio a barrio La California y tuvo que cerrarlo definitivamente durante el gobierno de Rodrigo Carazo.

Se fue a trabajar como mecánico de aviación, luego administró La Flor de Liz y un año después decidió abrir su propia floristería en el Paseo de Los Estudiantes, frente a donde estaba la Jardinería Costa Rica (hoy en ruinas).

Abrió el 13 de marzo de 1984 y el primer día no vendió nada porque las flores no llegaron a tiempo. A partir del segundo día, fue una mina de oro.

Según explica Chinchilla, la razón del éxito es que, en aquel entonces, los clientes llegaban a las floristerías y decían cómo querían los arreglos. En ocasiones, era necesario ir al Mercado Central para conseguir las flores que pedían.

“Soy pionero de la innovación de tener arreglos listos. Fue un riesgo: los vendés o los botás”.

Un par de meses después de que abrió La Gardenia, don Luis Alberto preparó seis arreglos y los exhibió en la ventana. Se vendieron cuatro y se desecharon dos, pues para ese momento no había cámaras de refrigeración como la que luego instaló y que hoy es común en toda floristería. En los años 90, llegó a vender hasta 100 arreglos diarios.

Además, el visionario florista contrató una campaña de dos años en el extinto programa Fantástico , que se transmitía por canal 7. Hacían concursos y los participantes ganaban sus creaciones florales.

Recuerda Chinchilla que, una vez, una señora se ganó una batidora y preguntó, al aire, si podía cambiarla por un arreglo. El animador Rodrigo Sánchez se tomó con mucha gracia tan incómoda petición y la dejó llevarse ambos premios.

Hoy, La Gardenia no parece ser la de antes. Ya no hay tantos arreglos esperando por algún enamorado. Ya ni siquiera tiene la misma dirección del sitio web que se anuncia en su entrada, pues lo tomó uno de los hijos de Chinchilla para una floristería del mismo nombre que abrió en barrio La Granja, en San Pedro. Es un tema delicado y don Luis Alberto prefiere no hablar de eso.

Pronto, tampoco tendrá la misma dirección física y todas las flores que quedaron de este San Valentín se trasladarán a un pequeño local frente a la Clínica Bíblica que acaba de abrir, mientras Chinchilla trata de hallar otro sitio para volver a sembrar su queridísima Gardenia.

“Estamos asumiendo pérdidas, por eso nos vamos, para buscar nuevos horizontes”, dice. “Hay que crecer en lugar de achicopalarse”.

Las espinas del oficio

El negocio de la floristería puede no ser tan color de rosa como parece. Durante los 31 años de La Gardenia, Chinchilla ha visto de todo.

Una vez, recuerda, llegó una mujer y contrató un arreglo floral. Él fue a entregarlo a Barrio Cuba. Tocó la puerta y abrió un hombre quien, al ver las flores, lo agarró del cuello. Al ver lo que ocurría, aquella mujer terminó confesando que ella misma se había comprado las flores para inflingirle celos a su irascible marido.

También recuerda que, cuando tenía una sucursal en Guadalupe, un hombre que decía ser pastor evangélico llegó a comprar unos arreglos para su iglesia y pagó con un cheque de un monto superior al que le estaban cobrando para que le dieran el vuelto. La chequera resultó ser robada.

Transcurrieron un par de años y un hombre llegó a La Gardenia josefina con el mismo timo. El supuesto pastor no contaba con la buena memoria de Chinchilla quien, con tan solo ver el nombre, le pidió al guarda –antes tenía, ya no– que lo detuviera.

El hombre se tiró al piso y, entre llantos, suplicaba que lo dejaran libre y no le quitaran sus documentos. Pagó lo que debía de los primeros arreglos y también de los que se estaba llevando. Al día siguiente, Chinchilla se enteró de que había hecho la misma jugarreta en una tienda de instrumentos musicales, aduciendo que eran para su iglesia.

Este lunes, Chinchilla estaba seguro de en los días previos al 14 de febrero, al menos cuatro privados de libertad llamarían desde La Reforma, con tarjetas robadas, para encargar algún arreglo.