Informalidad laboral empuja a 33.000 adultos mayores a desafiar la pandemia

En Costa Rica existen unos 146.000 trabajadores de 60 años o más que laboran en el sector informal, y casi una cuarta parte de ellos lo tienen que hacer en las calles, expuestos a asaltos o atropellos, y más recientemente, a contraer la covid-19

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Lucía Alfaro Delgado tiene 77 años, y seis días a la semana sale a vender prestiños o tamales de cerdo a un costado del Mall Paseo de las Flores, en Heredia. Desde marzo pasado, a los obstáculos de toda la vida, como el sol de la mañana, la lluvia de la tarde o una lesión en su pierna derecha, se suma la amenaza por la covid-19, una enfermedad que se ensaña particularmente con personas de su edad.

Protegida a medias por una mascarilla desechable que ha visto mejores épocas, doña Lucía empieza su jornada a las 9:00 a. m. y se va para la casa hasta que venda sus mercancías, se canse o empiece a llover fuerte. Lo que ocurra primero.

Para ella, la frase repetida por las autoridades de salud de “quedate en casa” es imposible de cumplir. La necesidad la empuja a convivir con la covid-19, un riesgo que conoce bien, pero que está dispuesta a desafiar porque si no sale a trabajar simplemente no podrá llevar sustento a su hogar, constituido por una nieta y dos bisnietas.

Adicionalmente, doña Lucía carece de seguro social y de pensión.

Esta herediana forma parte de los 146.401 trabajadores informales, de 60 años o más, que existen en Costa Rica, y de manera específica, pertenece al grupo más vulnerable de 33.372 adultos mayores (23% de ese total) que laboran en las calles. Se trata, en su mayoría, de hombres (97%) y, principalmente, de independientes (94%).

Así lo muestran los datos de la Encuesta Continua de Empleo (ECE) del tercer trimestre del 2020, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), estudio que adopta la definición de población adulta mayor utilizada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual se refiere a personas de 60 años o más (desde la perspectiva de la sociedad etaria).

En general, el Instituto considera que un trabajador dependiente es informal cuando carece de seguro social pagado por su patrono, o en el caso de los independientes, cuando sus empresas no están constituidas en sociedad.

Los riesgos de un asalto o atropello son viejos conocidos para los adultos mayores que laboran informalmente en la vía pública, y ahora se suma a la lista un enemigo invisible pero tanto o más peligroso, que hizo su aparición desde principios de año, conocido como nuevo coronavirus.

La covid-19 es un flagelo que golpea particularmente a los adultos mayores, por ser considerados una población de alto riesgo. El Ministerio de Salud anunció, el viernes 6 de noviembre, que 983 (68%) de los 1.453 fallecidos relacionados con esta enfermedad fueron adultos mayores; que en este caso se refiere a personas de 65 años o más debido a la definición utilizada por esta institución.

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A pesar de estos datos y del temor que puedan sentir de contagiarse del virus, estos trabajadores mayores tienen que salir a las calles para hacerle frente a la covid-19, y el principal escenario de este drama está en la Región Central, la cual concentra a 23.458 de ellos.

Además, la mayoría (86%) de los adultos mayores informales que trabajan, lo hacen en la prestación de servicios que implican salir a la calle, como comercio, transporte, jardinería, entre otros. En otras palabras, el teletrabajo pertenece a una realidad muy lejana.

De acuerdo con el investigador y especialista en mercado laboral, Juan Diego Trejos, la mayoría de estos trabajadores están en el sector servicios porque es donde tienden a concentrarse las actividades que son de fácil acceso para ellos, tales como el comercio.

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Similar al de doña Lucía, es el caso de Víctor Porras, un copero de 81 años que desde hace tres décadas se dedica a vender granizados en diversos puntos del centro de Heredia.

Hay días en los que, después de empujar con paciencia el carretón durante cinco o seis kilómetros, al final don Víctor no vende nada o muy poco. Este es otro efecto de la covid-19, que incide directamente en los bolsillos de esta población y los empuja a bajar la guardia y tomar riesgos: menos gente circulando en las calles, restricción vehicular y, sobre todo, el miedo de las personas a acercarse a un desconocido.

Una situación similar enfrenta Rafael Ángel Fuentes, un señor de 62 años que es revendedor de Chances y Lotería Nacional y que sale todos los días a trabajar en los alrededores del parque de El Tejar de El Guarco, en Cartago.

Debido a las medidas sanitarias y a que la Junta de Protección Social (JPS) habilitó, desde junio anterior, un sistema de comercialización en línea de lotería, don Rafael asegura que sus ventas se redujeron hasta en 70%.

Adversarios en el camino

Todos ellos salen a trabajar con una mascarilla, exponiéndose no solo a contagiarse del virus sino también, a ser atropellados, situación que le tocó vivir al copero el año anterior. También se exponen a asaltos, acontecimiento que ya le ocurrió, en varias ocasiones, al revendedor de lotería.

Así las cosas, la pandemia no solo llegó para agudizar la condición laboral de este grupo de trabajadores, sino también, a limitar las ventas y los ingresos, pese a seguir con sus jornadas y en algunos casos hasta duplicar las horas de trabajo.

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De acuerdo con la Encuesta Continua de Empleo (ECE), 25.945 (78%) de los 33.372 trabajadores mayores informales en las calles, laboran 39 horas semanales o menos, mientras que los otros 7.427 tienen jornadas que igualan o superan las 40 horas por semana.

Sin duda, esas horas de trabajo no se ven reflejadas en los ingresos mensuales que estos trabajadores perciben, ya que, en promedio, el ingreso de ellos ronda los ¢133.000.

En estos casos, la ecuación no es tan sencilla como trabajar más, para ganar mejor. Si el día estuvo malo, tienen que hacer el recorrido de vuelta a casa con los bolsillos vacíos y a cuestas el peso de un día más en las calles.

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Un ejemplo de ello es Israel Ramírez, un vendedor de mascarillas y eucalipto que tiene 62 años y trabaja todos los días frente al Mall Paseo de las Flores, en Heredia.

Él tampoco puede quedarse en casa, debido a que las ventas son el único medio que le permiten llevar el sustento al hogar. Sin embargo, comenta que hay días en los que no vende nada y le ha tocado pedir dinero a los conductores para poder comprar la comida de ese día.

Don Israel empieza la jornada desde las 8:00 a. m. y termina hasta las 4:00 p. m.; es decir, a la semana trabaja alrededor de 56 horas. Sin embargo, sus ingresos diarios están por debajo de los ¢5.000.

Por lo general, los bajos ingresos están explicados por un bajo nivel educativo, ya que el 86% de los adultos mayores informales que trabajan en las calles tiene secundaria completa o menos, y solo 14% logró insertarse en la educación superior, de acuerdo a los datos de la ECE.

José Guillermo Abarca tiene 67 años de edad y desde hace 57 años se dedica a elaborar canastas de bambú. Él las confecciona entre semana para venderlas el fin de semana. “Memo el canastero”, como lo conoce la gente, terminó la primaria, pero no siguió con sus estudios porque desde muy joven decidió que su futuro estaba en el bambú.

A pesar de la pandemia, todos los sábados y domingos sale a vender las canastas, de distintos tamaños, en Barrio Freses, Curridabat. Además, asegura que durante su jornada laboral lo acompañan “la fe en Dios”, la mascarilla, el alcohol en gel, una careta, y a veces, las lluvias de la época.

Estos cinco trabajadores mayores de 60 años, todos ellos informales y forzados por distintas circunstancias a generar sus ingresos en las calles en medio de una alerta sanitaria, buscan algo de protección detrás de una mascarilla o careta, pero sus testimonios revelan que en muchos casos, sus necesidades fundamentales o afectaciones económicas no tienen amparo.

Covid deja huella en la informalidad

En términos generales, hubo una reducción en la informalidad total de Costa Rica, si se comparan los datos del tercer trimestre del 2019, respecto al mismo periodo del 2020, y de ese movimiento no quedaron excluidos los trabajadores de 60 años o más en esta condición.

El empleo informal en este grupo etario pasó de 177.476 trabajadores, en el tercer trimestre del año anterior, a 146.401, en el tercer trimestre del 2020. Es decir, que en cuestión de un año se registró una disminución de 31.075 individuos (17,5% menos).

De igual manera, la cantidad de esas personas mayores de 60 que trabajan en las calles bajó de 46.617, en el tercer trimestre del 2019, a 33.372, en el tercer trimestre del presente año.

De acuerdo con el investigador de la ECE, Luis Sánchez, ambas disminuciones se dieron, principalmente, a causa de la pandemia, donde se añaden otras razones como el hecho de que los trabajadores no consiguieron clientes o los clientes no tenían dinero para pagarles, y por las medidas sanitarias dictadas por el Ministerio de Salud.

“Además, (los informales de 60 o más) son un grupo propenso a hacer una transición laboral hacia la inactividad debido a la edad, discapacidad, obligaciones familiares o a que no hay empleo en ese momento”, mencionó Sánchez.

Lo anterior quiere decir que la reducción de este tipo de trabajadores no necesariamente ocurre por una movilización al sector formal del empleo, donde encuentran mejores condiciones.

Con o sin pandemia, estos adultos mayores van a seguir trabajando en las calles. Lo único que podría mitigarlo es la aplicación de políticas públicas que ataquen de raíz la informalidad, no solo en la población adulta mayor, sino desde mucho antes.

Mientras estos 33.372 trabajadores informales de más de 60 años salen a trabajar a las calles, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) y el Consejo Nacional de la Persona Adulta Mayor (Conapam) analizan cómo atender este problema, aunque las soluciones más focalizadas se vislumbran a mediano y largo plazo.

“Ya uno no está dispuesto a las ventas, pero diay, tengo que hacerlo porque la necesidad de verdad me obliga”, afirma doña Lucía Delgado, llevando a cuestas el peso de sus 77 años y las bolsas con sus mercancías.

Mónica Cerdas es estudiante de periodismo de la Clase 9 de la Asociación de Periodismo Colaborativo Punto y Aparte. Es el encuentro entre periodistas y estudiantes de la carrera, quienes generan producciones periodísticas de alta calidad sobre las causas y las soluciones de realidades de riesgo social, y se mantienen vinculados para promover el buen periodismo.