El populismo renacerá en todos los medios

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¿Todavía no ha oído hablar de “populismo libertario”? Si no es así, pronto lo hará. Es seguro que se va a promover en todos los medios electrónicos y las páginas de opinión por el mismo tipo de gente que le aseguró, hace unos años, que el representante Paul Ryan era el mismísimo modelo del conservador serio y honesto. Por lo tanto, permítanme hacer un anuncio de servicio público: es una patraña.

Algunos antecedentes: Estos son tiempos difíciles para los miembros de la intelectualidad conservadora, para los moradores de los centros de estudio y las páginas de opinión que sueñan con que los republicanos vuelvan a ser “el partido de las ideas”. (Si alguna vez ese partido lo fue es otra cosa).

Durante un tiempo, pensaron que habían encontrado su héroe especialista en política en la persona de Ryan. Pero el famoso plan Ryan resultó puro engaño y distorsión; sospecho que hasta los conservadores se dan cuenta en privado de que su autor es más charlatán que visionario. Así las cosas, ¿cuál es la siguiente gran idea?

Entra en escena el populismo libertario. La idea aquí es que existe un gran grupo de votantes blancos de clase trabajadora, descontentos, que no salieron a emitir el sufragio el año pasado pero que se pueden movilizar de nuevo con el tipo correcto de programa económico conservador, y que con esta vuelta a movilizarse pueden restaurar la suerte electoral del Partido Republicano.

Uno puede ver la razón por la que muchos de los integrantes de la derecha encuentran esta idea atractiva. Sugiere que los republicanos pueden recuperar su gloria pasada sin cambiar mucho de nada –no hay necesidad de llegar a los votantes no blancos, no hay necesidad de repensar su ideología económica–. Uno podría pensar también que esto parece demasiado bueno como para ser cierto y estaría en lo correcto. La idea del populismo libertario es delirante en al menos dos niveles.

Primero, la idea de que la movilización blanca es todo lo que se necesita se sustenta en gran medida en afirmaciones del analista político Sean Trende respecto a que Mitt Romney se quedó corto el año pasado en gran medida por los “votantes blancos ausentes” –millones de “blancos rurales norteños de bajos ingresos económicos” que no salieron a votar. Los conservadores que se oponen a cualesquiera cambios importantes en la posición del Partido Republicano –y, en particular, los que se oponen a la reforma migratoria—rápidamente aprovecharon el análisis de Trende como prueba de que no es necesario ningún cambio fundamental, solo mejores mensajes.

Pero científicos políticos serios como Alan Abramowitz y Ruy Teixeira han intervenido ahora y llegaron a la conclusión de que la historia del votante blanco ausente es un mito. Sí, los que acudieron a las urnas entre los votantes blancos fueron menos en el 2012 que en el 2008; pero la participación en el sufragio de los no blancos siguió la misma tendencia. El análisis de Trende imagina básicamente un mundo en el que la emisión del voto por parte de los blancos vuelve a los niveles del 2008 mientras que la de los no blancos no lo hace; es difícil ver la razón por la que esto pueda tener sentido.

Supongamos, sin embargo, que dejamos de lado este desprestigio y aceptamos que a los republicanos les podría ir mejor si pudieran inspirar más entusiasmo entre los blancos “de bajos ingresos económicos”. ¿Qué puede ofrecer el partido para inspirar tal entusiasmo?

Bueno, hasta donde cualquiera pueda decir, en este punto el populismo libertario –como lo ilustran, por ejemplo, los pronunciamientos sobre políticas del senador Rand Paul—consiste en defender las mismas políticas viejas, al tiempo que se insiste en que en son verdaderamente buenas para la clase trabajadora. En realidad, no lo son. Pero, de todos modos, es difícil imaginar que proclamar, una vez más, las virtudes de la gestión responsable del dinero y de las tasas tributarias marginales bajas le va a cambiar el pensamiento a alguien.

Lo que es más, si uno mira lo que el moderno Partido Republicano en realidad representa en la práctica, es claramente adverso a los intereses de aquellos blancos de ingresos bajos que el partido supuestamente puede recuperar. Ni un impuesto fijo ni un retorno al patrón oro están en realidad en discusión; pero sí lo están recortes en los beneficios para los desempleados, los cupones para alimentos y Medicaid. (Hasta el grado en que el plan Ryan tenía algo de sustancia, contemplaba principalmente salvajes recortes en la ayuda a los pobres). Y si bien muchos estadounidenses no blancos dependen de estos programas de red de seguridad, igual sucede con muchos blancos que no son pudientes y que constituyen los mismísimos votantes que el populismo libertario se supone que alcanzará.

Específicamente, más del 60 por ciento de los que se benefician con el seguro de desempleo son blancos. Ligeramente menos de la mitad de los beneficiados con cupones alimentarios son blancos, pero en los estados que igual apoyan a un partido que a otro la proporción es mucho más alta. Por ejemplo: en Ohio el 65 por ciento de los hogares que reciben cupones para alimentos son blancos. En el plano nacional, el 42 por ciento de quienes reciben Medicaid son blancos no hispanos, pero en Ohio esa cifra alcanza 61 por ciento.

Por eso, cuando los republicanos maquinan recortes drásticos en los beneficios para los desempleados, bloquean la ampliación de Medicaid y buscan marcados recortes en el financiamiento para los cupones alimentarios –todo lo cual, ciertamente, han hecho—pueden estar lesionando desproporcionadamente a “Aquellas Personas”, pero también están inflingiendo mucho daño a las familias blancas norteñas que luchan y que supuestamente ellos van a movilizar.

Esto nos lleva de vuelta al porque el populismo libertario, como dije, es una patraña. Uno podría, supongo, argumentar que la destrucción de la red de seguridad es una acción libertaria. Tal vez libertad sea otra palabra para decir que no queda nada por perder. Pero que no es populista, no lo es.

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.