Tres platos de comida al día

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Santiago (Tierramérica).Luiz Inácio Lula da Silva lanzó el Programa Hambre Cero cuando asumió la Presidencia de Brasil en enero 2003 y se comprometió a lograr que toda persona en su país pudiera tener acceso a tres comidas diarias.

Yo había encabezado el equipo que preparó ese programa, y Lula me confió su ejecución como ministro de Seguridad Alimentaria y Lucha contra el Hambre.

Los logros del modelo de desarrollo que arrancó con Hambre Cero son visibles: 24 millones de personas salieron de la extrema pobreza en un lustro, y la desnutrición se redujo en 25%.

No sólo crece el producto interno bruto de Brasil, sino que más gente se beneficia de ese crecimiento. Esta inclusión social y económica es la principal razón de que el país pudiera capear mejor que otras naciones la reciente crisis.

Ocho años después del lanzamiento de Hambre Cero, Brasil me designó como candidato a director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

En mis prioridades para la FAO ocupa el primer lugar la erradicación del hambre en el mundo. Estoy seguro de que es una meta posible.

El segundo pilar de mi plataforma es promover el cambio hacia sistemas de producción de alimentos sustentables, que permitan conservar en buenas condiciones los recursos naturales -- suelo, agua, biodiversidad, clima -- necesarios para proporcionar alimentos a nuestros hijos y nietos.

Como tercer pilar, postulo que la FAO y otros organismos internacionales aseguren equidad en el manejo del sistema alimentario mundial.

Hay quienes me preguntan por qué propongo una agenda tan ambiciosa cuando el mundo está envuelto en graves crisis, como las derivadas de los altos precios petroleros y alimentarios, del lento crecimiento económico, del cambio climático, de la escasez de tierras y de agua.

Creo que terminar con el hambre, lograr una producción sustentable de alimentos y mejorar la gobernanza global son parte de la solución de esas crisis.

Comer es una necesidad tan fundamental de nuestra existencia que resulta extraño cuestionar la sabiduría de proponer que la FAO -- creada en 1945 para terminar con el hambre -- haga todo lo que esté a su alcance para ayudar a que todos en el mundo accedan a tres platos de comida al día.

Casi 1.000 millones de personas ‒uno de cada siete habitantes de nuestro planeta‒ sufren hambre crónica. No por falta de alimentos, sino porque no ganan lo suficiente para pagar la comida que necesitan. Esas personas viven en la trampa del hambre, y escapar de ella por sus propios medios les resulta imposible.

Como cualquiera que se haya salteado unas comidas sabe bien, el hambre debilita el cuerpo y reduce la concentración. A largo plazo tiene efectos funestos. A los adultos les Impide trabajar y no deja que los niños aprendan en la escuela.

Las personas desnutridas son más susceptibles a las enfermedades, y su expectativa de vida es poca. Si una madre sufre hambre en el embarazo y no puede proporcionar suficiente comida a sus hijos antes del segundo año de vida, éstos sentirán el daño durante toda la existencia.

Hay quienes sostienen que la gente tiene hambre por su culpa. Pero la mayor parte de los hambrientos son víctimas involuntarias de procesos económicos globales y nacionales que tienen el efecto colateral de ampliar la brecha entre ricos y pobres.

Sabemos que invertir en la erradicación del hambre, en especial con programas que proporcionen a las familias muy pobres subvenciones para permitirles comer adecuadamente, no es caridad sino una inversión muy productiva.

Los resultados son mejores cuando las mujeres administran esos subsidios. Este tipo de protección social permite a la gente ponerse de pie por sí misma y comenzar procesos de progreso económico sobre todo donde son más necesarios, en las comunidades más pobres.

El consiguiente aumento de la demanda de alimentos estimula la producción local, lo que favorece a los pequeños agricultores si estos reciben un apoyo adecuado. La acción pública es clave para que esto se pueda conseguir.

Dedicado al desarrollo rural por más de tres décadas, sé que incrementar la producción en comunidades pobres tiene muchos efectos positivos, incluso más allá de las propias comunidades.

Como muchos otros, sostengo que el acceso a una alimentación adecuada es un derecho humano.

Como economista, también sé que la satisfacción de ese derecho para cientos de millones de personas no sólo pondrá fin a sufrimientos innecesarios a gran escala, también será el heraldo de una nueva era de prosperidad mundial y contribuirá al logro de una paz duradera.

No es mera ilusión. He visto con mis propios ojos lo que sucede en países que enfrentaron con seriedad el problema del hambre. Pregúntenle a cualquier ghanés, vietnamita o brasileño acerca del impacto de los programas contra el hambre en sus propios países y estoy seguro de que confirmarán mis impresiones.

* José Graziano da Silva es exministro de Seguridad Alimentaria y Lucha Contra el Hambre de Brasil, subdirector general y representante regional para América Latina y el Caribe de la FAO, designado candidato a la Dirección General de la FAO por el gobierno brasileño (http://www.grazianodasilva.org). Derechos exclusivos IPS.