Hijos se dejan llevar más por hábitos alimentarios de papá

Gustos del padre en la comida influyen en los niños más que los de la madre

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Si para el Día del Padre tiene usted pensado salir a comer con su familia, primero piense bien dónde lo hará.

Una investigación de la Universidad de Texas, EE. UU., señaló que los padres tienen mayor influencia que las madres en los gustos alimentarios de sus hijos.

El estudio, publicado en la revista Journal of Nutrition Education and Behavior, destaca que los hijos de padres que pasan comiendo en restaurantes de comida rápida en sus días laborales, también comen habitualmente en restaurantes de comidas rápidas, lo que aumenta su riesgo de obesidad infantil.

Por el contrario, los papás que consideran que los tiempos de comida son un rito familiar, tienen hijos que consumen menos comidas rápidas.

En ambos casos, el rol de la madre no resultó tan determinante como el del padre.

“Tradicionalmente se ha culpado a las madres de todo lo malo que les pasa a sus hijos, especialmente cuando hablamos de la alimentación, pero esto nos muestra que los padres tienen una influencia sustancial sobre lo que sus hijos comen”, dijo, en un comunicado de prensa Alex McIntosh, coordinador de la investigación.

Para la psicóloga y terapeuta de conducta costarricense Marcela León, el rol del padre es trascendente en la comida, lo que se ve principalmente en hogares de padres divorciados, pero también se observa en familias en los que el matrimonio no se ha disuelto.

“Dentro del sistema costarricense, la fast food viene generalmente del padre. Las conductas alimentarias son un tipo de aprendizaje, por lo que el niño comerá lo que el padre come”, dijo León, quien trabaja con las escuelas de Nutrición y Psicología de la Universidad de Costa Rica.

¿Cómo se hizo? Los investigadores tomaron en cuenta a 312 familias con hijos entre los 10 y los 13 años de edad.

Primero se realizó una entrevista telefónica con los padres sobre sus hábitos de alimentación, percepciones de la cena, tipo de trabajo e interacción con la familia. Posteriormente, los padres completaron otro cuestionario más amplio sobre el mismo tema.

Luego, los niños eran entrevistados en sus hogares y se les preguntaba qué les gustaba comer y qué no, y qué era lo que más comían sus padres.

Después se hizo un seguimiento a los padres y sus hijos durante 15 meses; también se dio seguimiento a los momentos en los que los niños comían con sus amigos sin estar sus padres presentes.

Allí vieron que, si los padres (y no las madres) tenían predilección por la “comida chatarra”, era muy probable que sus hijos también la tuvieran.

Los investigadores señalan que, si las visitas a los lugares de comida chatarra se vuelven recurrentes, esto puede desembocar en obesidad infantil y males crónicos.

Para la nutricionista costarricense Xinia Fernández, comer comida chatarra más de dos veces a la semana sí puede traer problemas, pero hacerlo de vez en cuando no tiene mayor problema. Hacer ejercicio sí es un factor determinante.

“Las comidas rápidas tal vez no sean las mejores opciones, pero tampoco hay que satanizarlas. Le hace más daño a un niño ser sedentario que comer hamburguesas o tacos. En estudios que hemos hecho con niños con sobrepeso, vemos que estos menores no necesariamente comen de modo distinto de los que tienen peso normal, pero sí hacen menos actividad física”, dijo Fernández.

“La comida chatarra representa una comodidad para los padres; se sirve rápidamente y los niños tienen dónde jugar, pero debe aprenderse a negociar con ellos para darles lo más saludable”, dijo León.