La ciencia conocía al virus chikungunya desde 1952, hace más de medio siglo, pero los médicos en el continente americano llevaban décadas de no verlo manifestado en sus consultorios.
Cuando reapareció, en 2013, en la isla de Saint Martin, tenía más de 40 años de no verse un caso.
Antes de eso, se había visto en 2004 y en 2007, pero en algunas zonas de Asia y África. Por ello, a la región la tomó por sorpresa.
Se trata de una enfermedad reemergente, título dado a padecimientos supuestamente controlados o erradicados, que reaparecen en condiciones epidémicas y constituyen una amenaza para las políticas de salud pública.
“Conocíamos el virus de chikungunya, pero es algo que en las universidades ya no se ve en detalle”, comentó Rodrigo Marín, médico de la Unidad de Vigilancia de la Salud del Ministerio de Salud.
Esta situación ha llevado a la ciencia a volver sus ojos hacia un patógeno que se había olvidado, por lo cual no se habían elaborado ni vacunas ni los tratamientos médicos específicos para contenerlo.
Por ello, de momento, se prescriben analgésicos, de manera que se pueda contrarrestar el dolor y calmar la fiebre.
Casi un extraño. De lo poco que se conoce, hasta el momento, es que es un virus con una posibilidad de mutación muy grande.
“Nadie está inmune contra este virus, ni siquiera las personas que ya lo tuvieron. Los componentes genéticos de este virus pueden cambiar mucho de un tiempo a otro. En unos años su genética podría ser tan diferente a la de ahora, que podría infectar otra vez a una misma persona”, explicó Roberto Castro, doctor de la Unidad de Vigilancia de la Salud del Ministerio de Salud.
Desde su reaparición, a finales del año pasado y su posibilidad de llegar a otros países, diferentes institutos de investigación se han dedicado a buscarle respuesta al chikungunya.
Las respuestas no serán inmediatas, por lo que los esfuerzos se concentran en mantener, lo más lejos posible, a la hembra del zancudo Aedes aegypti, que transmite la enfermedad.