¿Un pintor en una expedición científica? ¡Dos! Ellos unieron arte y ciencia en profundidades del Pacífico de Costa Rica

Carlos Hiller, argentino radicado en Costa Rica y Michel Droge, estadounidense, contaron con color una historia de pulpos, corales y más vida marina

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Si de primera entrada le dijeran que una expedición científica que viajó a las profundidades del Pacífico norte de Costa Rica llevaba, además de gente de ciencia, a dos pintores, ¿le sonaría extraño?

Posiblemente, porque lo usual en una investigación marítima es que haya biólogos marinos, microbiólogos, géologos, oceanógrafos y especialistas en buceo... pero, ¿artistas?

Los investigadores del Schmidt Ocean Institute, de Estados Unidos, sí tienen muy claro que el arte puede alentar y motivar una buena ciencia... y viceversa. Por eso llamaron al argentino radicado en Costa Rica Carlos Hiller, quien lleva años de plasmar ríos y mares en su obra y es amante del buceo. También llamaron al estadounidense Michel Droge, que, aunque con una técnica artística diferente, tiene la misma pasión por la biodiversidad marina.

No era una expedición cualquiera, era el Octopus Odyssey u Odisea del Pulpo, un viaje en el cual se comprobó que a 200 kilómetros de la costa guanacasteca y 2.800 kilómetros de profundidad, hay una “sala de maternidad de pulpos”, en donde las hembras dejan sus huevos para que nazcan sus bebés.

La Nación conversó con Hiller para ver cómo, en esos 20 días a bordo, la ciencia influyó en su trabajo... y cómo su trabajo también lo hizo en los científicos.

“Al principio nos dieron un tercio del laboratorio para pintar. Y nos dio pena, dijimos que no necesitábamos tanto. Los científicos necesitaban más espacio del laboratorio para estar más cómodos, pero a lo que voy es que nos consideraban una parte muy importante de la expedición, no éramos un ‘detalle simpático’, éramos parte integral.

“Éramos los primeros artistas en este barco. Teníamos un espacio especialmente diseñado para pintar en el laboratorio, pero naturalmente fuimos descubriendo otros lugares en el barco en donde quisimos pintar”, agregó.

Pero los pintores también participaron de las reuniones de ciencia y asistieron a todo el proceso científico. Con eso, el pintor tenía “la inspiración correcta para transmitir esos datos de forma estética”.

Al principio, Hiller trabajó con el equipo de sedimentos, allí observaba por las pantallas cómo se recolectaban. Cuando llegaban las muestras, él ayudaba a procesarlas. Los científicos le explicaban generalidades y le contaban a qué investigador internacional podría servirles para su estudio. La producción fue prolífica: fueron 12 piezas que retrataban la ciencia marina.

Pero el artista fue más allá. Cuando estuvo con el equipo de sedimentos pudo tomar algunos que no iban a usarse y utilizarlos como material de pintura al mezclarlos con aglutinantes acrílicos.

“En algunas partes le puse sedimento para darles color, en otras, no fue necesario, porque el sedimento ya venía con algunos colores. Así salió una pintura que si la ves en el microscopio podés ver las mismas estructuras que yo le pinté por encima con más sedimentos coloreados con pintura. Quedó una obra prácticamente abstracta, pero el resultado fue interesantísimo. Me gustó tanto que empecé a incluir estos sedimentos como base para las siguientes pinturas”, señaló.

Aunque es extraño ver ahora pintores en las expediciones de ciencia, en la época anterior a la fotografía sí eran comunes, porque así retrataban lo que se iba descubriendo.

“Teníamos todo el tiempo el feedback de los científicos para hacer nuestro trabajo de la manera correcta. De hecho, yo les pedía que me hablaran, que me explicaran y me guiaran. Hasta en la coloración me daban consejos para que yo supiera qué pigmentos usar”, recordó Hiller.

“Me sentí privilegiado, un pionero, un explorador, en todos los sentidos de la palabra”, añadió.

Aparte de pinturas de especies, como los pulpos, parte central de la expedición, algunas eran de los paisajes submarinos que veía.

El artista, además, pasó rato en el laboratorio, ayudó con la recolección de muestras y clasificación, etiquetado y todo lo que fuera necesario.

“La actitud de ellos era de responder cuanta pregunta teníamos. Son muy didácticos. También había mucha colaboración entre las diferentes ramas de la ciencia”, afirmó.

Hiller lleva décadas pintando el océano y es común que salga a bucear, pero considera que esta expedición le dio acceso a un mundo completamente nuevo.

“Ahora tengo un contexto ampliado del océano. La humanidad se concentra si acaso en los primeros 40 metros de profundidad, pero no tomamos en cuenta toda la columna de agua a las profundidades. La cantidad de vida allá es asombrosa. Cada animal era un desafío, no solo para nosotros, sino también para los científicos. Una nueva frontera, con lugares que nunca habían sido vistos por ojos humanos. Y tuve el privilegio de pintarlo como artista”, aseguró.

La expedición se transmitió en vivo por YouTube y también hubo visitas virtuales de estudiantes de escuela y colegio, pero también buscan ir más allá y tener exposiciones del trabajo artístico. Esto se hará en conjunto con el biólogo Jorge Cortés, en un proyecto llamado “La Costa Rica desconocida.

“Se llama así porque somos un 76% de océano, pero conocemos muy poco”, concluyó.