Experimentan con silla de ruedas que se moverá con la mente

 Usa señales eléctricas cerebrales para accionar mecanismos de silla

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EL PAÍS INTERNACIONAL

Madrid. La imaginación es una de las cosas que hacen que el mundo se mueva. Aunque a simple vista parezca una afirmación inocente e idealista, científicos europeos del proyecto MAIA, financiado por la Unión Europea, se la han tomado al pie de la letra.

Estos expertos crearon un sistema que permite mover una silla de ruedas mientras el usuario imagina ciertas acciones. Parece ciencia-ficción pero no lo es.

El objetivo es que personas con paraplejia y tetraplejia ganen independencia. ¿Cuál es el truco?

Los magos no explican sus trucos, pero José R. del Millán, el investigador español que coordina

el proyecto MAIA, sí. De Millán trabaja en el centro de investigación suizo IDIAP.

El explica que detrás de esta silla no hay ni trampa ni cartón, sino mucha ciencia y tecnología. “Imaginemos nuestra cabeza como una gran bola que, por la actividad eléctrica que generan las neuronas en el cerebro, está envuelta por cierta cantidad de electricidad”, explicó el experto.

Un gorro, a simple vista como los que se utilizan en la piscina pero plagado de electrodos, recoge esa actividad eléctrica en la superficie del cráneo y la envía a un ordenador que utiliza un complejo software para procesarla y traducirla. Así la silla de ruedas recibe las órdenes adecuadas para realizar el movimiento deseado.

Desde la ciencia. Explicado así parece sencillo, pero no lo es. Detrás de este primer prototipo de silla de ruedas comandada con la mente hay diez años de trabajo y Millán advierte que todavía tardará en convertirse en una herramienta útil para la vida cotidiana.

Primero, los investigadores del IDIAP idearon un sistema para captar la actividad eléctrica que genera el cerebro y mover objetos a distancia. “Utilizamos un dispositivo de electroencefalograma igual que el que se utiliza en hospitales, con entre 32 y 64 electrodos, aunque seguramente en un futuro necesitaremos menos”, explica Millán.

Los electrodos están conectados a un ordenador que traduce esa actividad en una serie de operaciones. Para cada acción, el cerebro origina diferentes patrones de actividad mental y eléctrica. El aparato mide la actividad sincronizada de un grupo de neuronas y la traduce en algoritmos.

Estos patrones son diferentes para cada persona. Por eso, el usuario y la máquina han de conocerse bien. Antes de utilizar la silla, durante tres o siete días, el ordenador y la persona trabajan juntos.

“Todo el mundo tiene una zona motora, en la zona media del cerebro, entre la oreja y la coronilla, aunque hay diferencias entre individuos y nunca está exactamente en el mismo sitio ni tiene el mismo tamaño”, explica Millán. Esa zona se activa cuando la persona se imagina a sí misma girando hacia la izquierda o la derecha.

Imaginar un movimiento y que se convierta en una realidad sin hacer nada es una sensación increíble que ha podido experimentar otro joven español llamado Ferran Galán. Él ha sido uno de los tres sujetos que han participado en la primera fase del experimento.

Galán explica qué pasa por su cabeza cuando está sobre la silla: “Para ir hacia delante, me relajo e intento no pensar en nada más. Para ir hacia la izquierda, me imagino que mi mano izquierda se mueve. Para ir a la derecha, hago asociaciones de palabras, digo mentalmente el abecedario o palabras que empiezan con la letra d para hacer la asociación”.

¿Asociaciones de palabras para ir a la derecha? ¿No sería más sencillo imaginar, directamente, ir a la derecha? Parece extraño y complejo, por lo que para comprender la situación, Galán nos remite a la fase en la que el ordenador y su cerebro se conocieron, es decir, cuando la máquina empezó a registrar los patrones eléctricos de su cerebro y a elaborar patrones matemáticos antes de que sentarse en la silla.

“Para discriminar entre diferentes patrones, lo más fácil para calibrar la máquina es que la persona ejecute en su cerebro tareas tan diferentes como sea posible. En este caso, el patrón cerebral cuando imaginas ir a la derecha o a la izquierda es muy similar, por lo que en uno de los dos casos hay que optar por imaginar algo radicalmente diferente y que la máquina pueda diferenciar”, dijo.

Mientras a Galán le funciona recitar todo el abecedario, a otro compañero la comunicación con la máquina le va mejor cuando realiza operaciones matemáticas, sumando de siete en siete. “La persona también debe aprender a pensar de forma que la máquina le entienda”, enfatizó el científico Millán.

No todo el trabajo recae sobre el usuario. El equipo de Millán ha logrado que la silla tenga un papel activo, que pueda realizar correcciones para sortear obstáculos y adaptarse a las intenciones de la persona. “Así la persona puede relajarse un poco, aunque siempre tiene el control”, añade Millán.

El software permite procesar dos órdenes por segundo, e incluso pararla utilizando sensores que se activan con un pequeño movimiento.