Ultra Cordillera Blanca: correr 51 km, 2100 + a más de 3000 msnm

Había intentado hacer una ultra en varias oportunidades en Costa Rica, pero el trabajo o algún acidente lo impidieron. Tuvieron que pasar dos años para atreverme a completar uno en un ambiente totalmente diferente al que estoy acostumbrada.

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Chac, chac, pfff, chac, chac, pfff

Aún escucho a Luciana que se acerca, y me respira en la espalda, todavía faltan 25 km de esos 50 km, todos quieren ir adelante de alguno, de pronto eso nos ayuda con la motivación, yo solo quiero moverme y correr cuando se pueda. Chac, chac, pufff. Me abruma oírla, quiero alejarme, pero mis pulmones están llenos de fluido y ya no puedo avanzar como quisiera, el pecho se me estruja.

¿Cómo empezó todo esto? Luego de 6 horas allá arriba, en las montañas de Huaraz, apenas y puedo acordarme. Me detengo, Luciana se ha quedado muy atrás, peleando contra su cansancio. Todos estamos cansados y llenos de polvo. Aún falta subir una montaña, y ya no la escucho, ahora me oigo a mí misma respirar (si a ese silbato que tengo en el pecho se le puede llamar respiro). Me cuesta, me duele, me arde, pero tengo que seguir... no hay salida. ¿Lo estoy disfrutando? Ya no, pero estoy allí y mi cuerpo debe avanzar.

Hace unos meses le envié un mensaje a uno de mis mejores amigos, Marcelo. Le dije que vendría a correr acá, que por fin luego de aquel intento frustrado en Cerro Pelado tendría mi ultra. No duró ni dos minutos en decirme. “Vamos, Ro”. Así empezó este viaje. El clima, la altimetría y la geografía no podrían ser más diferentes. Estaba en una ultra donde corría Remigio Huamán y Emerson Trujillo, atletas a quienes admiro desde hace años.

Todo se puso oscuro. Veo mi reloj, estoy en el km 32, apenas a 3 km del puesto de hidratación, pero ya no tengo agua, hice mal el cálculo y tengo la garganta está seca.

Un muchacho me salta a la par: “¿Tienes bloqueador?”. Lo veo, pero no puedo descifrar su cara (estoy muy cansada). Adivino que es muy blanco porque resplandece. Muevo la cabeza, para decir que no... empieza a contarme de la vez que corrió en Chimborazo, que es ecuatoriano, que hace documentales... mi cabeza se va a ese universo, mis piernas se mueven incluso cuando mi cabeza pide que me detenga. “Soy ecuatoriano, vivo en Cuzco, me llamo Mauricio”.

No sé dónde nos separamos... Me topo con Jaime de Lima, me pregunta si voy bien. Digo que sí. Me miento porque si pienso que no, hubiera sido el fin.

A dos km del puesto, nos topamos una pared, hay que subir escalando. Martín, de Lima, se sienta en un poyo grita, se limpia el sudor y se levanta, y sigue; yo lo acompaño.

Ya no veo a Luciana, pero sí a Mauricio que asoma la cabeza trepando por una escalera de piedras, le confieso que me duele mucho la cabeza. Me da una pastilla que trago con un gel que tengo en la bolsa.

Esos 2 km se hacen eternos, Mauricio sigue hablando de sus competencias, de su casa, de sus viajes... Él habla y me tranquiliza, me cuenta su historia con esa facilidad que solo la gente que hace fondos largos sabe hacer, no busca reconocimiento. Él no sabe (o quizá sí) que está haciendo magia, yo sigo avanzando hasta el puesto del km 35.

Los voluntarios me ayudan con el bulto, me llenan la bolsa de hidratante, me ofrecen algo caliente. Es la sopa de pollo más deliciosa que he tomado. Nos animan y nos dicen que ya falta muy poco. el viento está frío; aún faltan 15 km pero esa sopa me devolvió a la vida. Mauricio no está, recuerdo que dijo que era vegano y se saltó la sopa. Lo observo desde arriba, va muy lejos.

Voy detrás de Aquiles de Perú, quien tiene muchos parches de banderas en su bulto, dice que ya ha hecho varias ultras (tantas que ni se acuerda); tiene el rostro tostado y duro: “Me gusta bajar despacio, en las ultras no gana quien llega primero, ganan los que llegan completos y bien”. Ese fue mi objetivo en esta competencia. Tenía 15 km, y desde la sopa todo había mejorado.

Esta carrera de 51 km en el corazón de la Cordillera Blanca se divide en dos etapas: la primera se debe completar antes de las 4h 10 minutos, consta de un poco más de 18 km. Desde el km 11 hasta el 14 se suben 666+ desde Pitec hasta la Laguna Churup. Unos días atrás, mis amigos y yo subimos, me pareció difícil, pero el descenso fue brutal y me torcí un tobillo. Esta vez iba a ir lento me tomara el tiempo que me tomara, la idea era “terminar bien”. Ya no pensaba en el tiempo de corte.

A 200 m de la salida del downhill técnico escucho que alguien se resbala y cae. Me detengo, la veo llorar, las piedras cortadas con hacha la han lastimado, pero lo más grave era su tobillo. Los paramédicos la rescatan. Salgo a la calle principal, angustiada pero también aliviada: esta vez no fui yo la que se rompió.

Veo la hora y decido tentar a la suerte: ¿y si aprieto para llegar al corte? Imagino que estoy en Irazú, mi mente se transporta a mis calles de La Socola, a Rancho Redondo... Puedo llegar, ya casi estoy allí. Me preguntó si podré alcanzar a Diego, o si Marcelo subirá bien.

Logro llegar al corte, lleno el bulto de comida e hidratantes. ¡Los puestos de hidratación son increíbles! Los voluntarios hacen todo, mientras yo espero comiendo chocolates.

“Me gusta mucho Cuzco, es la ciudad más bonita, y la gente es muy amable, estoy haciendo estudios sobre la cultura. He llevado a mi mamá y le ha encantado”. La voz de Mauricio me devuelve a la realidad. Estamos en el km 38 y me doblé un poquito un pie luego de haber estado corriendo durante 3 km. Decido caminar con él, tenemos mucho tiempo, le hablo de mi casa, de Damián, de Nube, de cómo llegué a Costa Rica, de que no fumo mota, pero sí uso CBD. Le cuento de mi colmena de abejas meliponas, del palo de higo del jardín que ya tienen muchos frutos, de mis flores, y de lo que me cuesta sacar tiempo para hacer compost. Le hablo con un hilo de voz, a veces pienso que es telepatía o me lo imagino.

Nos acompañamos, se nos une Martín, a él no lo escuchamos, avanza delante muy cerca y en silencio... Pienso en Perú y lo primero que se me viene a la cabeza no son las montañas, es el rostro de mi papá. Papá es lo que más me une a este país en el que nací... Faltan 5 km y decido correr, Mauricio se queda en el último puesto de hidratación, le grito que lo veo al final. No sé si me oye.

La calle es manejable como los descensos de San Ramón de Tres Ríos, he bajado tantas veces terrenos así que pienso que puedo acelerar... no sé cómo pero lo hago: km 46, 6:43 // km 47, 5:02 // km 48 5:35 // km 49, 6:13); el último km es una cuesta, y decido caminar... busco la cara de mi papá, no lo encuentro; pero está mi otra familia, la tribu.

A ellos no les importa que esté sucia, llena de polvo y sudor, me abrazan y celebran que haya terminado mi primera ultra de alta montaña oficial. Me siento bien, mareada pero completa, sin huesos rotos y feliz de haber llegado. Volteo la mirada a la meta, mis amigos hablan felices de la experiencia; yo apenas me puedo creer lo que había hecho. Busco a Mauricio, y corro a él para recibirlo, a él no lo esperan, ha ido solo, le digo que gracias... Me dice: “Me quedé comiendo en el último puesto”, y se despide de mí con una enorme sonrisa.

Más allá de la meta, otra vez, el abrazo de Maureen, Marcelo, de Diego, de María, de Randy y de Ligia borran el sufrimiento...

Si me preguntan si volvería a correr esta ruta, ya tengo una respuesta.

BONUS: Tienen que ver el video que hizo Marcelo Rodríguez sobre este ride. ¿Quiénes se apuntan para el siguiente año?