¿Por qué hay pandillas en El Salvador? ¿Cómo nació y creció la Mara Salvatrucha?

¿Por qué el problema de las pandillas es tan difícil de contrarrestar para el gobierno de Nayib Bukele? Lo explicamos, paso a paso

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En este artículo explicativo repasamos, paso a paso, la historia de la principal pandilla de El Salvador: la Mara Salvatrucha (MS). Pero no nos olvidamos de la otra gran pandilla; enemiga a muerte de la primera: el Barrio 18. En mega síntesis para lectores con prisa, estos son los puntos más importantes que explican el fenómeno de las pandillas en el vecino centroamericano:

Durante la guerra civil salvadoreña (1979-1992), miles de jóvenes emigraron a Estados Unidos (EE. UU.), principalmente a Los Ángeles, California. Una vez allí, poco a poco, muchos hicieron mímesis de la vida de otros jóvenes migrantes latinos y se involucraron en pandillas, que, por entonces, pululaban en aquella ciudad y sus alrededores.

Los salvadoreños no solo se integraron en pandillas existentes de latinos, como el Barrio 18, sino que crearon la suya propia: la Mara Salvatrucha. Tras más de una década de actividades criminales, y con el endurecimiento de medidas contra las pandillas en la década de los 90, miles de pandilleros fueron deportados a El Salvador y trasladaron su estilo de vida criminal.

En el empobrecimiento, la falta de oportunidades, la corrupción política reinante, el fácil acceso a armas de fuego y la limitada respuesta de las autoridades en la posguerra, la MS encontró el caldo de cultivo ideal para crecer, organizarse y ganar poder.

La situación actual de las pandillas

Se estima que en El Salvador hay aproximadamente 70.000 pandilleros y al menos 500.000 personas vinculadas con esas estructuras. Básicamente —como ya se mencionó más arriba— hay dos grandes pandillas:

  • Mara Salvatrucha (MS-13, MS)
  • Barrio 18 (La 18, Mara 18)

La que tiene mayor presencia a nivel nacional es la MS. La 18 tiene amplia presencia en el triángulo norte de Centroamérica (contando Honduras y Guatemala), México y EE. UU.

Estas dos pandillas son enemigas la una de la otra. Tal enemistad surgió en los años 80 en Estados Unidos, y ha trascendido en el tiempo. A este nivel, “enemigo” significa guerra de pandillas y muerte casi siempre.

Ambas pandillas se organizan en clicas, algo así como grupos barriales de entre 10 y 60 pandilleros. Cada clica controla con cierta autonomía una zona determinada; un barrio, unas calles.

A los líderes se les conoce como “palabreros”. La mayoría de las clicas tiene un primero y segundo “palabrero” (primero y segundo al mando).

Los cabecillas de la clica responden ante liderazgos zonales y nacionales, pero aunque existen líderes, las pandillas tienen estructuras difusas sin una cadena de mando demasiado clara. Por ejemplo, no hay un líder único al que todos respondan.

Varias de las decisiones o lineamientos se toman en “juntas de cabecillas” de entre ocho y diez personas. Estos cabecillas, por lo general, están en la cárcel.

Las clicas se agrupan en programas. En lo más alto, los mandos de la MS-13 pueden controlar desde la distancia —la cárcel muchas veces— las acciones de tales programas.

Según la organización Insight Crime, esta difusa línea de mando, sumada al hecho de que haya segundos al mando en cada clica listos para tomar la dirección en caso de muerte o aprisionamiento del primer “palabrero”, convierte a las pandillas en una estructura “muy resistente”.

¿Qué hace la Mara Salvatrucha?

Las principales actividades de la MS-13 incluyen extorsión y control del microtráfico de droga en los barrios. Las extorsiones son como impuestos adicionales a los oficiales que la pandilla cobra a comerciantes, colegios privados, bares o transportistas que operan en “sus” barrios. Es común que se extorsione, por ejemplo, a las empresas de buses. A veces las extorsiones son a cambio de garantizar la seguridad.

Los pandilleros también están involucrados en venta local de drogas y en la protección armada de sus territorios, así como la extorsión vía telefónica.

La intención tras estos crímenes es la generación de recursos. Un mayor control territorial y un mayor manejo de mercados ilegales les permite crecer. Este crecimiento, a su vez, les permite prepararse para defenderse del Estado.

Grosso modo, antes del Plan de Control Territorial (PCT) del actual gobierno de Nayib Bukele, las pandillas han sostenido guerras de baja intensidad contra las autoridades de diferentes gobiernos. En los años 2009 y 2015 se vivieron semanas particularmente sangrientas, con repuntes históricos en homicidios dolosos.

Desde el 2019, año en que Bukele llegó al poder, el PCT se puso en marcha y, según el oficialismo bukelista, debido a esto se redujo el número de homicidios en el país.

El Salvador cerró el 2021 con 15% menos de asesinatos en comparación con los registrados en el 2020. Así ha evolucionado el número de asesinatos en ese país, uno de los más peligrosos del mundo en cuanto a homicidios por cada 100.000 habitantes:

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Bukele atribuye la reducción a su Plan de Control Territorial, pero una investigación del diario El Faro, más un informe del Departamento del Tesoro de EE. UU., señalaron que el gobierno salvadoreño negoció en secreto una tregua con los líderes de las pandillas, y compraron así el apoyo de estos grupos a cambio de beneficios financieros y privilegios de todo tipo, como teléfonos celulares y servicios sexuales.

Así, El Salvador ha promediado entre tres y menos de cuatro homicidios diarios durante la administración de Bukele. Sin embargo, el sábado 26 de marzo pasado, el país registró 62 asesinatos. El día más violento desde que se tienen registros en el siglo XI. Ese fin de semana, tomando en cuenta el viernes 25 y el domingo 27 de marzo, hubo un total de 87 asesinatos.

¿Cómo nació la Mara Salvatrucha en El Salvador?

Para responder a esta pregunta, es menester responder a otra interrogante: ¿cómo nació la Mara Salvatrucha en Estados Unidos, su país de origen?

Durante la guerra civil de El Salvador, que se desarrolló entre 1979 y 1992, miles de jóvenes salvadoreños huyeron de su país con dirección a Estados Unidos. Muchos de ellos terminaron en barrios empobrecidos y marginalizados de Los Ángeles, California. Allí se entremezclan con salvadoreños y latinos que ya vivían en los suburbios de esa ciudad. Para ese entonces, ya había veintenas, cientos de pandillas en Los Ángeles. Las más importantes eran la Mafia Mexicana (“La Eme”; los Señores) y la Eighteen Street Gang (de la que saldría luego la pandilla Barrio 18).

A mediados de los años 70, los salvadoreños recién llegados se juntaron en una pandilla propia: la Mara Salvatrucha. A estos pandilleros hay que imaginarlos greñudos, con camisas alusivas a bandas de rock que escuchaban entonces, como Black Sabbath, Led Zeppelin o Kiss. De hecho, la MS comenzó siendo la MSS: Mara Salvatrucha Stoners, término traducible a ‘roqueros’.

“Hablar hoy de stoners en la Mara Salvatrucha es invocar lo puro, lo radical, lo auténtico”, describe la crónica periodística “El Origen del Odio”, publicado en El Faro en 2012. “En la Mara, que tiene la memoria borrosa de las tradiciones orales, se suele decir que ya no queda vivo ninguno de aquellos pioneros, pero aún hay pandilleros que aseguran con aparente desinterés haber entrado al juego en aquellos días”, escriben sus autores, Carlos Martínez y José Luis Sanz.

Pues bien, la MS, ya sin la palabra stoners, creció en toda suerte de actividades ilegales entre los años 80 y 90. Con los gobiernos de finales de los 80 y principios de los 90, se instauró en California y otros estados un endurecimiento de políticas migratorias y en contra de las pandillas. Miles de pandilleros salvadoreños en EE. UU. fueron deportados de regreso a su país.

La organización Insight Crime estima que entre el 2000 y el 2004, al menos 20.000 pandilleros regresaron a El Salvador. Sin posibilidades reales —y probablemente sin la intención— de reintegrarse a la sociedad en actividades legítimas, los pandilleros deportados fueron creando sus esquemas pandilleriles en su país de origen. Pero esto lo describe mejor el periodista español y salvadoreño Roberto Valencia, quien investiga el fenómeno de las maras desde hace más de una década. Sus trabajos se han publicado en medios como la BBC, The Washington Post, El Faro, Telemundo, Vice y Russia Today. Valencia es también el autor del libro sobre las maras, Carta desde Zacatraz (Libros del KO, Madrid, 2018).

“Grafitis de la MS-13, el Barrio 18 y de otras pandillas menores del ‘sistema sureño’ (Los Ángeles) comenzaron a aparecer en El Salvador a finalísimos de los 80 e inicios de los 90, cuando Washington comenzó a deportar masivamente a salvadoreños que habían migrado por la guerra y que habían tenido contacto con esas pandillas. Así llegó el fenómeno, así llegaron al país las letras y los números, pero para que las maras se desarrollaran y tuvieran la expansión y el arraigo que tuvieron, fue necesario un caldo de cultivo que la sociedad salvadoreña de la inmediata posguerra garantizó”.

Valencia nos remite a la página 34 de su libro, ‘Carta desde Zacatraz’. Zacatraz es uno de los nombres que se le da al Centro Penitenciario de Máxima Seguridad Zacatecoluca, también llamado ‘Zacate’. No hace falta recordar que los principales cabecillas de las pandillas de El Salvador viven, precisamente, en las cárceles. Esto se lee en la página 34 de la mencionada obra:

“Para alcanzar esos números monstruosos se necesitaba el caldo de cultivo de la posguerra: más de la mitad de la población con menos de 18 años, tres de cada cuatro niños en situación de pobreza, veinte asesinatos diarios, desigualdad social insultante, cientos de miles de armas de fuego al alcance, cuerpos de seguridad desmantelados por su rol represivo, institucionalidad raquítica, familias desintegradas por el éxodo bíblico, tejido social desgarrado, impunidad a todos los niveles... La paz se le atragantó a la sociedad salvadoreña, y las pandillas se multiplicaron en ese entorno de violencia”.

Como dijimos en un inicio, no solo existe una pandilla en El Salvador. La 18 —que de hecho bifurcó en dos ‘familias’: Barrio 18-Revolucionarios y Barrio 18-Sureños— también controla territorios de no poca importancia, pero la hegemónica es de la MS.

El fin de semana más sangriento en décadas, en marzo del 2022, propició que el gobierno de Bukele establezca vía el Congreso con absoluta mayoría bukelista, un estado de excepción. Esto le permitió detener a diestra y siniestra a miles de pandilleros.

Según estadísticas de la Policía Nacional Civil de El Salvador (PNC), entre el 1.° de enero y el 9 de mayo del 2022, se han detenido a 28.853 personas pertenecientes a pandillas. De estas, 20.688 fueron detectadas como miembros de la Mara Salvatrucha-13. El 71,7% de los pandilleros detenidos este año son MS-13.

¿Por qué la MS-13, y no el Barrio 18, llegó a tener tanto dominio en El Salvador?

Esto responde Roberto Valencia: “La Mara Salvatrucha fue la más exitosa entre los salvadoreños radicados en California, por lo que cuando Estados Unidos encendió la centrifugadora de las deportaciones, la mayoría de los pandilleros deportados a El Salvador pertenecían a la MS-13. Eso garantizó una mayor implantación, que luego supieron administrar como estructura criminal. Es la pandilla mejor estructurada y más cohesionada; la 18, su principal rival, sufrió una fractura interna que a finales de la primera década del siglo se tradujo en el surgimiento de dos pandillas independientes: 18-Sureños y 18-Revolución. La MS-13 ha sabido administrar de mejor manera sus disputas internas”.

Según la organización Insight Crime, la Mara Salvatrucha se encuentra en su segunda generación, “y el ciclo parece difícil de romper”.

“Los jóvenes se unen a ellas porque muchas veces las ven como su única salida ante la creciente violencia a su alrededor”, describe la organización.

Generalmente, el ingreso es igual de violento, incluyendo en algunos casos una golpiza de 13 segundos (esta misma golpiza dura 18 segundos en el caso del Barrio 18). Los miembros más veteranos que buscan salirse encuentran normas internas que podrían haberse creado para evitar que se separen. La pandilla, por ejemplo, penaliza la deserción con una sentencia a muerte. Aun si se puede librar de su afiliación, los tatuajes los dejan muchas veces marcados de por vida.

De hecho, como se ha publicado en las últimas semanas, no pocos pandilleros han tratado de quemar sus tatuajes para acaso evitar las detenciones del estado de excepción bukelista. No es la mejor de las ideas, porque grandes tatuajes dejan grandes marcas.

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Si te interesa este tema, te recomendamos algunas lecturas más que interesantes para comprender más:

-El Directo, su esposa Rosa y la 9 mm que lo cambió todo

-El origen del odio

-Las víctimas del día más violento del siglo

-La pandilla Barrio 18-Sureños da nuevos detalles sobre la negociación con el gobierno de El Salvador