¿Creerle o no a Alajuelense?

Artículo de opinión. El fútbol alegre de Alajuelense resulta contagioso y si hay que señalar a alguien, en este caso le podemos achacar la culpa total a Andrés Carevic.

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¿Creerle o no a Liga Deportiva Alajuelense? Ese es el gran dilema que aún tienen muchos liguistas, que probablemente se aferran a una coraza que amortigüe cualquier indicio de ilusión, pensando en que si el equipo falla más adelante, el golpe no sea tan duro.

El fútbol alegre de la Liga resulta contagioso y si hay que señalar a alguien, en este caso le podemos achacar la culpa total a Andrés Carevic.

Con el argentino hay un doble efecto inmediato, en la cancha y en las gradas. Se ve en el terreno de juego, pero también en la tribuna.

Ahí empieza el dilema, relacionado en este artículo de opinión sobre Alajuelense, pero que en realidad aplica para la vida: ¿Disfrutar de hoy, o atormentarse por lo que vendrá mañana, sin tener noción de lo que pasará?

La respuesta es difícil, máxime que Andrés Carevic tiene la fórmula para que Alajuelense se suelte a jugar y se vea como un equipo avasallador.

Él logra ubicar a los jugadores en la posición en la que realmente destacan. Lo hizo antes y lo repite ahora, prácticamente en tiempo récord, porque la verdad es que tuvo pocas semanas para reconstruir a la Liga.

Su propuesta ofensiva es tan atractiva como efectiva. Y aunque él insiste en que esta nueva era hay que verla como un capítulo independiente a lo que hizo antes en el club, resulta imposible no pensar que esta es una versión rojinegra mejorada.

Porque Alajuelense hoy por hoy se ve mucho más equilibrado que aquel primer equipo rojinegro a cargo de Carevic, que iba al frente con velocidad, pero que en defensa podía quedar expuesto.

En eso mucho han puesto de su parte Giancarlo González y Alexis Gamboa, pero es que también se ve la mano del argentino. De todo eso, el efecto rebote se plasma en las gradas.

No solo en la cantidad de aficionados que están llegando al estadio, sino en el ambiente durante los partidos.

No se escuchan reproches ni abucheos. En los dos partidos que la Liga ha jugado como local hasta el momento, la afición se dedicó a apoyar y a disfrutar los casi 100 minutos que ahora duran los juegos, con las reposiciones extendidas, como herencia de lo que vimos en el Mundial.

Con Carevic, el Morera Soto recobró muy rápido la vibra que proyectaba antes. El cambio es muy marcado. Solo es necesario ir al estadio para percibirlo.

Después de la desazón de perder la final contra Cartaginés, muchos liguistas decidieron poner distancia hasta nuevo aviso.

Otros iban, pero se respiraba una atmósfera tensa. Entre grito y grito, por lo general se escuchaba más de algún reproche.

No es que ahora la afición no exija, al contrario. Es claro que Alajuelense tiene la obligación de ser campeón. En eso no hay discusión.

Muchos insisten en que esperarán hasta las instancias decisivas para ver cómo responde la Liga. Y es válido. Quien elija ese camino, tiene toda la razón, porque como dicen, ver para creer.

Pero es que en esa relación tóxica, otra cantidad importante de aficionados ya cayó en cuenta de que ese distanciamiento tampoco les resulta sano.

Si son de los que podían faltar a cualquier lado menos al estadio, el dejar de hacerlo no es más que someterse a una tortura.

Esos son de los que optan por volver a donde han sido felices, a ese lugar en donde también coleccionan un listado de tristezas y decepciones. Son los aficionados que ya comprendieron que en el fútbol y en la vida siempre es mejor ir un día a la vez.

Son los que con el efecto Carevic ya retornaron al Morera, o que a la larga nunca se fueron.

Integran esa mancha rojinegra de los que se ponen de pie en cada jugada de peligro, son los que el domingo siguieron cantando en el estadio tras el pitazo.

Son los que poblaron tres de las cuatro graderías del Morera en el juego entre Alajuelense y Sporting, en el que se escanearon 6.128 boletos. A ese número hay que agregarle una cantidad muy significativa de niños y niñas que ingresaron gratis.

Eso da la sensación de que efectivamente el liguismo está volviendo a creer, porque como me decía una amiga, el estadio volvió a sentirse con una magia especial.

Costaba encontrar parqueo sin ser un partido clase A, en un juego programado un día después de Picnic, antes de quincena y con la entrada a clases encima.

¿Creerle o no a Alajuelense? Cada liguista presentará su propia respuesta, aunque es posible que Andrés Carevic tenga en un dilema hasta a los que se autodefinen como ‘aficionados tóxicos’.

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