Zapping: Maravillas del arte popó

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Un excelente documental de la BBC, escrito y presentado por el filósofo Roger Scruton, explica cómo y por qué el concepto tradicional de belleza perdió importancia a partir del siglo XX. La consecuencia es que el arte, otrora usado por los artistas para darle sentido a un mundo caótico, terminó convertido en instrumento perturbador.

Las ideas conservadoras del escritor inglés ayudan a entender el fenómeno de la entronización de lo vulgar y chabacano en mucho de lo que hoy vemos y escuchamos en la televisión, incluidas las nuevas campañas políticas.

Los artistas del pasado, narra el filósofo, conscientes del sufrimiento en el mundo encontraron en la belleza el remedio infalible. Sus obras ofrecían consuelo ante la tristeza y reafirmación en la alegría.

Y así fue hasta que la modernidad parió un nuevo concepto de la mano del francés Marcel Duchamp, quien utilizó objetos con escasa o nula alteración y los elevó a la categoría de arte.

Uno de ellos consistía en un orinal (aparato de amplia utilización en las cantinas) firmado con un seudónimo, y así sin más exhibido (Fountain, 1917). A partir de Duchamp se interpretó que en realidad cualquiera cosa podía ser considerada una obra artística.

Siguiendo sus pasos el inglés Martin Creed ganó en el 2001 el premio Turner –publicitado galardón británico– por una instalación que consistía en una galería vacía con luces que se encendían y apagaban. ¿El nombre de la obra? ¡Diay! “Las luces que se prenden y apagan”. El premio se lo entregó Madonna...

El excelso italiano Piero Manzoni consideraba que todo aquello que saliera de su cuerpo, incluyendo sus heces, eran arte. Por eso enlató en 90 recipientes de 30 gramos cada uno, sus propios excrementos. La obra se llamó: “Mierda de artista” (1961) y se vendió como pan caliente, a pesar de ser caca.

Un año atrás Manzoni había experimentado con huevos duros que convirtió en “obras de arte” al estamparles su firma. El público ingería los huevitos y a pesar de que tarde o temprano la obra terminaría siendo “obrada”, esta conservaría su esencia artística, tal era la pretensión de su escatológico autor.

Pero la competencia es ardua. A Thousand Years (1991), del prominente y reconocido artista inglés Damien Hirst, consistía en una vitrina con una división de vidrio. En una mitad estaba la cabeza cortada de una vaca en el suelo, y en el otro una máquina para electrocutar insectos. El artista introducía larvas que se alimentaban de la vaca y luego se convertían en moscas, que a su vez morían electrocutadas. ¿Se les ocurre algo más artístico que eso?

Hummm, pensándolo bien no hace mucho nuestro Museo de Arte Costarricense exhibió decenas de botellas de Coca-Cola. El recinto también se alquiló para una fiesta de 15 años en donde obras de artistas locales, como Jorge Jiménez Deredia, se usaron para la decoración.

Y hace pocos días, a un político local, académico y hombre culto, se le ocurrió elevar la campaña política al nivel del arte moderno, e inspirado por esta nueva tendencia que desdeña lo bello y rinde culto a la vulgaridad, el caos y el desorden, contrató a un conocido publicista.

Fue así como a la televisión nacional llegaron a parar dos “artísticas” piezas de propaganda en donde una mujer y un hombre son violados por un falo invisible, mientras de fondo escuchamos al gran tenor Enrico Caruso interpretar Una furtiva lágrima.

Y no se vayan, señoras y señores, que esto apenas comienza. 1