Zapping: Esas malditas series que encadenan...

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La semana pasada, en el artículo de portada de esta revista, Diego Delfino contaba como se tornó en un seguidor apasionado de Game of Thrones , a pesar de que ya se había prometido nunca más encadenarse a una serie tras casi ser consumido vivo por Lost . Y lo entiendo: también he estado en las mismas.

Aclaro primero que, a diferencia del colega, de Game of Thrones no he visto ni un capítulo, a pesar de que sé que debería estar viendo la serie chineada de HBO solo porque sí. En cuanto a Lost fui un consumidor esporádico de su trama y, lógicamente, cuando lo hacía no entendía nada de lo que me parecía un desmadre de historia. Sin embargo, sé bien lo que es sentirse angustiado de que los días pasen demasiado lento, que el próximo episodio del programa preferido se convierta en obsesión, que me moleste el avance del reloj durante esa deliciosa hora en que recibo el regalo de un capítulo inédito, nuevecito de paquete.

Que recuerde, la primera vez que me vi así de pegado con un programa fue durante la escuela, que podía perdonar lo que fuera menos perderme una emisión de G.I. Joe o los Thundercats . Las dos series animadas me capturaron en una escala casi obsesiva, al punto que cuando muchos otros chamacos se sabían de memoria los jugadores de los equipos de futbol del primera división, yo me conocía al dedillo la mitología de los felinos guerreros y el organigrama de Cobra.En la adolescencia pasé demasiadas horas viendo programas de videos musicales, por lo que las series quedaron de lado hasta que me enganché con los X-Files , durante la emisión original que tuvieron aquí por medio de Repretel (faltaba mucho para que el cable se integrara al presupuesto familiar). No fueron pocas las veces que decliné salir con los compas con tal de no perderle el hilo a los esfuerzos de los agentes Mulder y Scully por demostrar que “la verdad está ahí afuera”.

El siguiente ejercicio de fanatismo me llegó con Dragon Ball Z , de nuevo por culpa de Repretel. La serie de Akira Toriyama se tornó masiva en nuestro país a inicios de los 2000, justo cuando empezaba a trabajar como reportero de espectáculos. Cada noche, aunque llegara molido, me sentaba a cenar viendo el capítulo que amablemente mi hermano Fabián me había grabado en VHS. Así pasé meses, muchos meses, maldiciendo lo poco que avanzaban las acciones durante los dramáticos combates de Gokú y compañía contra Freeza, Cell y Majin Boo.

Ahora caigo en cuenta que Repretel tuvo mucha responsabilidad en mis adicciones televisivas, pues fue por su señal que también seguí, primero por gusto y después por salvaje masoquismo, la eterna historia de Yo soy Betty, la fea , y la descerebrante “trama” de Pasión de gavilanes , telenovela esta última cuyo consumo al día de hoy me da pena admitir.

En la última década volví a sentir aquel impulso con la primera temporada de 24 , y los primeros cuatro años de Grey’s Anatomy (hoy, en cambio, no me bajo a los doctorcitos de Seattle).

Hoy estoy entregado a The Following , y sufro de solo saber que el fin de temporada ya asoma la cabeza. 1