Zapote se vistió de fiesta para despedir al toro El Malacrianza

Juegos, sustos y concursos animaron la corrida en medio de una tarde fría

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Cuando se escuchó el anuncio por los altoparlantes, no quedó nadie sentado en el redondel. En medio de un silencio expectante, todos sacaron sus cámaras y celulares para guardar un recuerdo de la última vez que el toro El Malacrianza saltaba a un ruedo.

Sobre los lomos del cuadrúpedo estaba José Luis Obando, un montador con 30 años en el oficio, quien aspiraba a ser uno de los pocos que ha “parado” a esta bestia de 730 kilos o, al menos, no convertirse en su tercera víctima mortal.

Al final, bastaron solo siete saltos y nueve segundos para que el experimentado nicoyano cayera a la arena de Zapote.

El Malacrianza fue el penúltimo de los 14 toros que se jugaron en la primera corrida de ayer; el cierre perfecto para una tarde marcada por el frío, los sustos y el buen ánimo de quienes colmaron las graderías del redondel josefino.

El espectáculo comenzó 15 minutos antes de las 3 p. m., cuando decenas de personas aún hacían fila frente a las boleterías para comprar una entrada.

Sin embargo, dentro del reducto ya no cabía un alma. Las alrededor de 4.000 localidades para las que tiene capacidad el redondel estaban ocupadas por un público bullicioso, ataviado con abrigos, gorros, guantes y bufandas.

El viento y el frío fueron dos de los principales protagonistas , por lo cual los encargados de la animación interna tuvieron que esforzarse para calentar el ambiente.

Mientras en el ruedo el grupo de recortadores Los Poblanos hacía suertes cuerpo a cuerpo con un toro de 400 kilos, en la gradería, el público formaba la “ola” y tomaban parte en un duelo de barras, con el pretexto de recibir calendarios y camisetas como premio.

Algunos juegos y la presentación del mariachi infantil de Cartago sirvieron de marco para el ingreso de más de 150 improvisados, el selecto grupo de entusiastas que, junto con los toros, están llamados a dar espectáculo. Y lo dan, aunque más por su atuendo que por las jugadas que realizan con el capote.

En medio de un mar de camisetas naranja resulta fácil distinguir a improvisados vestidos como Batman, Superman, Flash, el Chapulín Colorado y el Chavo del Ocho.

Sin embargo, lejos de convertirse en una charlatanería, la experiencia de ellos en el ruedo colaboró para que en la corrida de ayer no hubiera accidentes que lamentar.

Solo algunos toreros se llevaron el susto de su vida cuando, por ¢10.000, intentaron hacer un desplante y terminaron su osadía corneados en la arena.

Los espectadores agradecieron el espectáculo y con gritos, saltos y juegos se las ingeniaron para calentar el ambiente en las gradas, mientras en el toril, ajeno al ruido, El Malacrianza esperaba, tranquilo, lo que serían sus últimos nueve segundos en el ruedo.