Yo pisaré tus calles nuevamente

La revolución ya es como los edificios de La Habana

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Sucia, ruinosa y muy oscura de noche, porque los faroles están quemados o porque no hay energía para encenderlos. Oí decir que La Habana parece una gran fabela, pero esto quizá la describa mejor: es como si luego de haber sido abandonada durante su buen medio siglo, de repente la hubieran repoblado millones de inmigrantes. Así parece decir el cascarón del antiguo hotel Perla, cerca del Capitolio: trapos de todo tipo cuelgan desde lo que queda en pie de sus balcones y ventanas. Saber que ahí viven cientos de personas se me agolpa en el alma.

El transeúnte no lleva una camiseta del Che (eso es para los turistas o para el primero de mayo) ni habla a favor del gobierno ni parece tener idea de cómo solucionar la crisis. Pero es una sociedad que no colapsa porque los bastiones del socialismo vigilan con minucia, sostienen sistemas precarios como los de salud, educación, deporte y cultura, reparten puñitos de comida con la libreta y de dinero con salarios ínfimos, y sobre todo porque entre sus grietas, cada día más parecidas a las de los edificios, surge la hierba del capitalismo.

El local solo piensa en dólares porque solo con ellos puede comprar cosas – y todo es carísimo –, trata de cacharle al estado tanto como pueda y el estado trata de recaudar a la brava y de promover la mística revolucionaria con consignas escritas antes de que la mayoría de los cubanos hubiera nacido.

Del divorcio surge un humor ácido: se dice que la única forma de estar bien es teniendo “fe” (familia en el extranjero), y que se debe ser un buen sociolista (tener socios, es decir “patas”). Y, a pesar de todo, cuando se les pregunta por Fidel, exclaman que es un genio y que se guapeó a los gringos.

No soy fácil de entristecer, pero Cuba lo ha logrado esta semana. Al deambular por El Vedado, Cayo Hueso, Cerro, Habana Vieja, me he acordado de hace varios años cuando iba a Santiago, Chile, y al comprobar que la herida del golpe militar volvía a sangrar cada 11 de setiembre, tarareaba a Pablo Milanés: yo pisaré las calles nuevamente'

Hoy quiero pedirle a la vida que me dé tiempo de pisar las calles de La Habana que vi en mi primer viaje, allá por 1978. Estaban llenas de ilusión y orgullo y así las esperaré, porque bajo el hollín de la injusticia y del bloqueo (que se impone tanto desde afuera como desde adentro) hay una ciudad bella como pocas en el mundo, en la que vive un pueblo maravilloso, como pocos en el mundo.