Yo pecador

Errar debería ser un derecho humano

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¡Alerta! Frente a la creciente oleada de linchamientos virtuales ocurridos en nuestro vergel, hay una única salvación: sacar los trapos al sol. Honestidad brutal como cura en salud ante la amenaza de lapidación. Permítanme hoy aprovechar este espacio para ventilar eso por lo que este mortal, como cualquier otro ciudadano, podría ser digitalmente apedreado cualquier mal día:

Aunque no lo he vuelto a hacer, un par de veces manejé borracho. Me han hecho partes por no usar cinturón, hablar por teléfono y circular con la RTV vencida... ¡los tres al mismo tiempo! Generalmente tarde, en la noche, me salto los semáforos. Fumé y tomé antes de cumplir 18 (y antes de cumplir 15). La mitad de mis medias son de mujer. Digo malas palabras. He sido infiel.

He usado la webcam para algo más que videoconferencias. En el cole falsifiqué firmas, me escapé, copié en exámenes e hice dictámenes médicos falsos. Un 25 de julio echamos Magnesia Rey en la horchata que todos tomamos. Aún niño me robé una camisa en Yamuni, chicles en el súper y un par de rojos de donde mi madre juraba tenerlos escondidos. Ya más grande, una vez me pescaron. Conozco una comisaría por dentro.

He codiciado bienes ajenos (y parejas), he cometido actos impuros, dicho falsos testimonios, y concibo –con habitual frecuencia– malos pensamientos. He probado varias drogas y algunas me gustaron. He fingido enfermedad, y alguna vez me hice el dormido para no ceder el campo en el bus.

Rayé paredes, pegué chicles debajo de sillas y varias veces toqué timbres y salí corriendo. He ido a un cine porno. He comprado tiempos clandestinos. He orinado fuera de la taza. Jugué Ouija.

Me conectaba a Internet por dial-up usando claves robadas. He pirateado música, libros, cable, aplicaciones y wi-fi. He desperdiciado el agua y hasta el año pasado no reciclaba. Le he gritado hijueputa a uno que otro conductor y he fingido agrado por regalos horribles. Alguna vez –sepan perdonar– tiré basura por la ventana.

Pero no escribo con falso orgullo. De muchas de estas cosas me arrepiento, y de algunas me averguenzo sinceramente (como de haber llamado al 911 para bromear). Lo que intento decir es que curiosamente una sociedad menos hipócrita, aunque se nos revele más imperfecta, es más decente.

Errar debería ser un derecho humano; y levantarse del error sin tener que lidiar en el infortunio con una jauría de lobos con teclado, también. Se nos ha hecho fácil eso de tirar el mordisco cuando la presa está en el suelo, como si no tuviéramos, todos y cada uno, un rabo que nos majen.