William Faulkner (1897-1962)

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William Faulkner fue prolífico como pocos escritores, y en cada una de sus novelas derrochó tal innovación estilística que sus efectos aún persisten. La utilización del monólogo interior, el llamado “flujo de conciencia”, y la creación de su condado imaginario de Yoknapatawpha influyeron en la obra de escritores latinoamericanos como Gabriel García Márquez o Juan Carlos Onetti. Durante seis enloquecidas semanas de 1930, Faulkner escribió As I Lay Dying ( Mientras agonizo) . En ella, los hijos de Addie Bundren hacen lo posible por enterrarla en su tierra natal, como ella les pidió en vida. En cada capítulo, uno de los miembros de la familia Bundren describe una etapa del largo viaje con el ataúd que fabrican para ella.

Jewel

Por eso se pone ahí fuera, bajo la mismísima ventana, a clavar y serrar esa condenada caja. Donde ella le vea. Donde todo el aire que aspire esté impregnado de sus martillazos y aserranes, donde ella puede verle y decir: «Mira, mira qué cajita te estoy haciendo». Ya le he dicho yo que se vaya a cualquier otra parte. Ya le dije: «Pero, por Dios, ¿es posible que quieras verla ahí dentro?». Lo mismito que cuando era chico y ella le dijo que si tuviera abono intentaría cultivar unas flores, y él agarró la cesta del pan y se la trajo llena de estiércol de la cuadra. Y ahí se están todos, como buharros. Esperando. Abanicándose. Pues ya le he dicho: «¿Es que no vas a dejar de estarte sierra que te sierra y clava que te clava, sin dejar dormir a nadie?...» Y sus manos, puestas sobre la colcha como dos raíces de esas desenterradas, que tratas de lavarlas y nunca las ves limpias. Estoy viendo el abanico y el brazo de Dewey Dell. Ya le he dicho que cuándo la va a dejar sola. Y venga de serrar y de clavar y de remover el aire tan aprisa delante de su cara, que si estás cansado no puedes ni respirar, y esa condenada azuela diciendo: «Ya falta menos, ya falta menos, ya falta menos», para que todos los que pasan por el camino se paren y lo vean, y digan qué buen carpintero es Cash. Si hubiese dependido de mí cuando Cash se cayó de la iglesia aquella, y si hubiese dependido de mí cuando padre se accidentó con aquella carga de madera que le cayó encima, no estaría ocurriendo que cualquier hijo de zorra por estas tierras venga a mirarla descaradamente, pues si hay Dios, ¡para qué diablos existe! Estaríamos los dos solos, yo y ella en la picoreta de un cerro, y yo echaría a rodar las piedras cerro abajo contra sus mismísimas caras, y las subiría y las volvería a arrojar cerro abajo, las caras y los dientes y todo a la porra, hasta que ella estuviera tranquila y esa condenada azuela dejara de decir: «Ya falta menos, ya falta menos, ya falta menos», y ya nos quedaríamos tranquilos.