Vivir del mar y del vigorón

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Los pescadores y las vendedoras de vigorón son parte innegable de la fuerza laboral del Puerto, pese a que, en muchas ocasiones, sus esfuerzos se mantienen en silencio o son poco reconocidos.

En este especial, Viva el Tiempo Libre conversó con dos representantes de estos trabajos, quienes contaron cómo es su trabajo, anécdotas y las peripecias que enfrentan día a día en su trabajo.

Temprana edad. Durante más de 38 años, la puntarenense Teresa Ruiz se ha dedicado a vender vigorones en el Paseo de los Turistas.

Ella comenzó en este oficio cuando tenía 15 años. Recuerda que, entonces, se ubicaba contiguo a la parada de buses del Puerto a vender, desde la madrugada, este platillo.

Hoy, su área de trabajo no ha cambiado mucho. Usted la encontrará cerca de la estación de buses, frente a la soda Chirripó, de lunes a domingo, durante todo el día.

“Mi secreto está en cocinar con leña la carne y la yuca, porque le da otro sabor”, explica la porteña, mientras le ofrece un vigorón a un cliente, quien no se lleva el platillo; y ella agrega que quien quiere comprar no pregunta mucho por los precios del vigorón.

Con este oficio, Ruiz, de 53 años, ha sacado adelante a sus 13 hijos.

Mal pagado. Por más de 30 años, el porteño Santos Vivas se dedicó a la pesca, oficio que, a su juicio, es muy mal pagado para las muchas horas que demanda.

Él confesó: “Es que ser pescador es, a veces, la única opción para los puntarenenses”.

“Si hubiera sabido que en el pesca deportiva se ganaba mejor, no hubiera sido pescador por tantos años”, agregó Vivas, quien ahora se dedica a la pesca deportiva y a manejar lanchas y catamaranes.

Aunque agradece a Dios que el mar nunca le jugó una mala pasada, recuerda que el período más largo a bordo de un barco camaronero fue de cuatro meses, relata este veterano, mientras deja ver su rostro curtido por el sol.