Viajero inventor de territorios

Flamenco y más El músico español Javier Ruibal trajo su música del mundo a Costa Rica

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La cámara electrónica ofrece resistencia; no quiere tomar fotos: ¿tendrá el único programa bruto de la inteligencia artificial? Al fin cede y lanza un flash; ahogado por los relámpagos de la tarde, se disuelve cual queja de diputado en minoría.

El músico Javier Ruibal ha llegado puntualmente, y el almuerzo se deslizará por la marea de la tarde mientras se hablará de las inquietudes y las creaciones de este español, andaluz y gaditano nacido en 1955 en el Puerto de Santa María, que está a tiro de saeta –sevillana– del puerto de Cádiz.

Javier Ruibal es paisano, pues, de Rafael Alberti, quien también bendijo a la poesía con el ingenio: con la sal de la mar océano que los llevó a los dos a América.

Ruibal ya anduvo por los pentagramas de Costa Rica; en marzo del 2010 actuó en el Festival Internacional de las Artes, donde abrió su mestizaje de canciones nacidas del flamenco, pero urdidas también con la música de la Luisiana, el Magreb, la India, Turquía y Cuba: enorme equipaje de calidad y geografía.

“No soy flamenco”, declara Ruibal; pero lo es, y más, porque le suma nuevas lejanías, armonías y alegrías. Sus letras cruzan el barrio de Triana y el puente de Brooklyn, cual el casi moruno García Lorca, quien escribió Poeta en Nueva York. Como las plantas, la música tiene raíces en la tierra y en el aire.

Alguien de la mesa se detiene ante un plato de salmón: “Como fui pobre, busco las espinas”.

Javier Ruibal llegó a Costa Rica después de una gira que lo condujo a los Estados Unidos y al Ecuador. Arribó a nuestro país con el auspicio del Centro Cultural de España y del Ayuntamiento de Cádiz e invitado por la Asociación de Compositores y Autores Musicales, para la que dirigió un taller de composición.

Mucho antes de llegar a sus 33 años de carrera, Javier Ruibal se ha tornado un compositor y cantante de culto, cazador del pasado para alimentarlo del presente. “En Ruibal, lo popular se alió con lo culto, con una impecable eficiencia; nadie ha conseguido solventar como él esa difícil propuesta estilística”, ha escrito el poeta español José Manuel Caballero Bonald.

“Andaluces de relámpago, / nacidos entre guitarras / y forjados en los yunques / torrenciales de las lágrimas”, había declarao ya Miguel Hernández. La pregunta inicial tensa el ambiente:

¿Cómo va el Cádiz Club de Fútbol?

–¿Siguiente pregunta?... Bueno, no sé si está en primera o en segunda división, pero es el mejor club del mundo, y hemos cumplido cien años de gloria cadista. Yo nunca jugué al fútbol: mientras los otros se rompían las espinillas, yo tocaba la guitarra.

En tiempos de crisis económica, ¿se puede cantar alegre por bulerías o triste por soleás?

–Alegre por bulerías: al mal tiempo, buena cara. Claro, yo puedo darme ese lujo, pero otra gente está mal pertrechada y cantará una soleá.

La Constitución de Cádiz, de 1812, fue el modelo de todas las constituciones liberales del siglo XIX. ¿Se merece una canción?

–Más bien, como desagravio, lo merece la gente de su época, que legitimó los derechos humanos, pero que luego fue estafada por un rey infame: Fernando VII.

Usted dice que huye de hacer panfleto cuando puede evitarlo. ¿Cuándo no puede?

–Yo nunca he vivido una situación de acoso económico, nunca he estado bajo el látigo; pero, cuando se está bajo el látigo, uno está autorizado a emplear el arte en defensa propia. Cuando no es así, se corre el riesgo de dar el sermón de la montaña a quien no lo ha pedido.

¿Cuáles son sus temas más presentes?

–El desarraigo: la tragedia del desplazado, del inmigrante que viaja por supervivencia; su sufrimiento me indigna. También llevo muchas canciones de amor, pero no posesivo; y hago canciones a la mujer, que es el lado más perjudicado de la vida.

¿De qué nunca tratarían sus canciones?

–Nunca serían elogios de privilegios ni de purezas étnicas. Creo en la mezcla indiscriminada de las sangres y las leches. Lo confirma la música flamenca, gozosamente impura, con influencias, de ida y vuelta, de la música de América. Es una música esponjosa: absorbe todo; luego nos la rociamos por encima y da mucho gusto. La música me da mucha salud.

¿Cómo llegó usted a su música, irrigada por tantas fuentes?

–Con nueve años, oí a los Beatles; con once, a Jimi Hendrix; con trece, a Bob Dylan y Leonard Cohen; con quince, a Paco de Lucía y a Camarón de la Isla, y se me produjo un vuelco ante su despliegue de tradición y modernidad. Yo quise ser todos ellos, pero no pude, claro está. Al final entendí que solo puedo ser yo mismo.

”Todo eso ocurrió a mediados de los años 70, cuando el dictador ya estaba yéndose. Entonces nos dijimos que había que poner en orden la casa y preguntarnos de cuál color deberíamos pintarla. Veníamos de un gris obscuro y elegimos el color blanco”.

–¿Por qué será que el poeta Félix Grande habla de “la remota Cádiz”?

–Es que para llegar a Cádiz hay que ir allí: está en el camino de ninguna parte; pero también tiene una prestancia de lugar fabuloso que se presta al ensueño.

¿Fue el flamenco la música de la pobreza?

–Sí, durante mucho tiempo, y también fue una vía para escapar de la pobreza pues los que sentían el arte se ofrecían para cantar en las fiestas de los señoritos, de las que no siempre salían bien. Paco de Lucía cuenta que su padre llegó una noche con la guitarra rota porque un señorito la había destrozado en una arrebato de alcoholismo.

”Esa realidad era más triste que la supuesta tristeza de los versos del flamenco. Lo lamentable era el entorno en el que los músicos flamencos debían vivir”.

–Es curioso que su paisano del Puerto, Rafael Alberti, no haya frecuentado los tópicos gitanos de los duelos y las navajas.

–Rafael Alberti, a quien quiero mucho, era un chico de buena familia. El mundo gitano no fue el suyo, pero sí escribió del desarraigo porque, de niño, lo mudaron a Madrid. Yo le puse música a su poema “Sueño”, de Marinero en tierra: “Verde caracol, la Luna...”.

”Durante el franquismo, alguna gente del Puerto iba a Roma a hablar con Alberti. Él nos enviaba cartas, a quienes no conocía, y las leíamos clandestinamente”.

–Usted también ha puesto música a poemas de García Lorca.

–Sí, a “Es verdad” y a “Adelina de paseo”. Lorca era otro tótem de la prohibición.

¿Cómo se mezcla la música popular sin que pierda esencia?

–Con precaución, no entrando a manotazos. Si en tu cabeza suena música que es tu tradición, tu bagaje, y la rehaces, debes pensar en que tu abuela no tenga que reñirte: “Pero..., ¡hijo mío!”.

¿Qué siente cuando alguien le dice que lo ha “descubierto”?

–Alegría. Esta es la ventaja de no ser muy divulgado: uno sorprende en cualquier momento.

¿Qué planes tiene?

–A corto plazo, unos fettuccini con langosta; a largo plazo, la paz mundial y la abolición de la pobreza porque no todo es música en mi vida; y, siempre, la improvisación permanente, el aprendizaje; estar más relajado que estresado; estar más cerca de la contradicción que de la certeza.

¿En la música?

–Ganas de agradar y juntar canciones para un nueva grabación: buenas hermanitas que se adornan entre ellas y me piden que haya un disco. Sin embargo, no esperan: canción que compongo, canción que canto para saber qué suscita.

–Usted ha grabado el disco compacto “Sueños” con la Orquesta Sinfónica de Córdoba: ¿es una consagración?

–¡Es una temeridad! No; es un placer, y, en todo caso, al día siguiente volví con mi guitarra a cantar ante públicos muy cercanos, de muchas partes. Soy un viajero que trata de inventar un territorio.