Una tromba llamada Glee

La genialidad de los creadores de esta serie musical juvenil logró lo impensable: exprimir el trillado tema de los adolescentes inadaptados y convertir a Glee en un fenómeno sin parangón.

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A menos de un año de haber arribado al escenario televisivo de Estados Unidos, la serie musical juvenil Glee se ha convertido en un fenómeno cuyo éxito se multiplica en forma exponencial en cada capítulo.

La cadena de cable Fox estrenó recientemente la segunda temporada en Latinoamérica y, con la transmisión de solo unos cuantos episodios, la prensa especializada tiene material de sobra para especular que de este lado del continente pasará lo mismo que en Estados Unidos, Europa y Australia: desde ya se le llama el fenómeno mediático más impactante en lo que va de este siglo.

Pero... ¿en qué radica exactamente ese extraordinario clic que ha logrado Glee con público tanto adolescente como adulto?

Antes de desmenuzar la respuesta, se impone echar una ojeada al argumento, con la advertencia, eso sí, de que no se vale arquear la ceja ante lo aparentemente trillado de la trama. Porque justo en haber sido capaces de sacarle un jugo diferente a la eterna historia de los adolescentes marginados en el cole, estriba la genialidad de los creadores.

Estereotipos

Glee es una serie que combina el dramedy (como se le ha dado en llamar al drama-comedia) con el musical. El motor de la historia es Will Schuester (Matthew Morrison), un joven profesor de español quien decide emprender la titánica tarea de recuperar la gloria del Glee Club, el coro del colegio, con la ayuda de su colega, Emma Pillsbury (Jayma Mays).

La tarea es titánica porque Schuester no arranca de cero, sino de mucho más abajo: el coro del colegio McKinley tiene un pasado lleno de gloria y prestigio, pero con el paso de los años, una serie de escándalos lo convirtieron en el refugio de los estudiantes marginados, los típicos losers.

La misión es por demás difícil en vista del perfil de las “estrellas” del Glee Club, que incluyen a Kurt (Chris Colfer), un homosexual extrovertido pero con tendencia al drama constante; Mercedes (Amber Riley), una aprendiz de diva que se niega a estar en segundo plano; Arty (Kevin McHale), un nerd guitarrista en silla de ruedas y Tina (Jenna Ushkowitz), una chica gótica que debe superar su tartamudeo antes de intentar convertirse en el centro de las miradas.

Las únicas dos esperanzas de Will, quienes completan este particular grupo, son Rachel Berry (Lea Michele), vanidosa y convencida de que participar en el coro la llevará al estrellato, y Finn Hudson (Cory Monteith), un deportista muy popular en el colegio, quien pone en riesgo su reputación frente a sus compañeros y su novia al ingresar en el club de los “perdedores”.

Cuesta arriba

Perseguido por su pasado y aunque todos a su alrededor crean que ha perdido la razón, Will pone todo su empeño en lograr que el coro Glee recupere su brillo. Su esposa, Terry Schuester (Jessalyn Gilsig), lejos de constituir un apoyo en su proyecto, se convierte en una piedra en el camino, pues no deja de augurarle fracasos mientras le exige que consiga un trabajo verdaderamente remunerado.

La entrenadora de porristas, Sue Sylvester (Jane Lynch) también intentará hacerle la vida de cuadritos, pues la reapertura del coro implica compartir el presupuesto de actividades sociales y esto no le hace ninguna gracia.

Sin embargo, los losers acabarán, igual que Betty la fea y decenas de cientos de casos más, dando una paliza a los más populares y arrogantes del instituto.

Glee, opina el diario español La Vanguardia, es “la última gran americanada que repite hasta la saciedad el discurso ‘no puedes renunciar a tus sueños’ y, a pesar de ello, consigue ser fresca, divertida y original. ¿Cómo puede ser esto posible?”.

Glee exagera los clichés hasta el límite de la parodia, de modo que uno no se siente culpable por estar viendo una historia más sobre mandamases contra marginados”, analiza el artículo citado.

Otro aspecto destacado por varias publicaciones es que lo previsible del guion se compensa cuando este se convierte en una caja de pandora porque logra desconcertar con los claroscuros de sus personajes, quienes pueden ser viles y tiernos a la vez, como ocurre en la vida real.

Y por supuesto, luego viene el plato fuerte: el triunfo de los débiles se materializa cuando los muchachos suben al escenario y ejecutan portentosas versiones de Queen, The Police, Amy Winehouse y hasta Madonna.

Los artistas y sellos disqueros, reticentes en un principio a ceder los derechos para que el equipo de la novel serie interpretara las canciones de los ídolos mundiales, pronto cedieron al olerse el fenómeno y ahora la situación se invirtió: Madonna hizo mancuerna, fascinada, con el clan de Glee y ahora son los cantantes más famosos –como Justin Timberlake, Britney Spears, Courtney Love, Jennifer López y Lady Gaga– quienes se han declarado fanáticos del show y no solo cedieron sus canciones, sino que eventualmente aparecerían como homenajeados en el musical, como ocurrió con Madonna en uno de los capítulos estelares de esta nueva temporada.

Una cosa nos lleva a la otra... ¿de dónde salieron estos noveles cantantes-actores? Resulta que sus creadores, los multipremiados Brad Falchuk, Ian Brennan y Ryan Murphy (este último fue el cerebro de Nip Tuck y Popular), basaron la historia en sus propias experiencias musicales de la época escolar y, una vez que le dieron forma a la idea, se dedicaron a buscar el elenco entre cantantes que hubieran triunfado en musicales frente a públicos tan exigentes como el de Broadway. Otros, los más jóvenes, salieron directamente de la secundaria (donde eran estrellas de sus coros) a trabajar en la pantalla chica.

Es así como se explica que las voces de los protagonistas se hayan convertido en el gran plus de la serie, cuyos seguidores (conocidos como Gleeks, contracción de Glee, y geek, entendido este último término como fanático del tema), han roto récords de compras por iTunes, donde Glee acumula más de dos millones de descargas.

De hecho, la primera canción que montaron (y que provocó una andanada de comentarios en las redes sociales; lo cual a su vez disparó la serie en sus arranques) fue Dont stop believin, tema ochentero del grupo Journey y que hoy se considera una especie de himno de la serie.

Ya en su apogeo, dos discos con canciones de Glee han ingresado a las listas de éxitos de Estados Unidos, Australia, Irlanda y el Reino Unido. Solo en Estados Unidos, se han hechos 4,5 millones de descargas de esas canciones.

Sus cifras de audiencia se han vuelto todo un récord. Si en su última emisión en Estados Unidos, en diciembre pasado, el famoso coro se despidió con unos 7 millones de espectadores por episodio, en su regreso, hace dos semanas, logró alcanzar la cifra de 13.460.000: casi el doble.

Por algo, la serie revelación ganó el Globo de Oro a la “Mejor Comedia” –tenía otras cuatro nominaciones por méritos actorales– y acapara las más prestigiosas portadas como la última edición de la revista Rolling Stone.

Si bien el peso de la serie estriba en lo musical, no hay que dejar de lado el lazo emocional que el espectador crea con cada uno de los personajes. En su ruta hacia el estrellato, con todos los contratiempos y momentos celestiales que ello conlleva, cada quien desarrolla empatía con su cantante favorito, en una simbiosis idéntica a la que se da en los famosos realities del corte de American Idol.

Los miembros de su elenco, quienes aún intentan digerir el calibre de la fama que se les vino de repente, harán una gira de conciertos, con entradas ya agotadas, por Estados Unidos en el verano boreal.

Por supuesto, también disfrutan las mieles y los privilegios de su súbito éxito. Por ejemplo, el elenco de Glee estuvo invitado, el pasado 5 de abril, nada menos que a la Casa Blanca, al festejo que Barack Obama y su esposa Michelle organizaron con motivo del Festival Anual de Pascua.

Los jóvenes actores de Glee estaban tan emocionados de estar allí, que de inmediato colocaron en Twitter una foto del evento.

Entretanto, las hijas del Presidente atesoraban también las fotografías que se hicieron con sus ídolos: se supo que fueron ellas quienes influenciaron a sus padres para incluir a sus ídolos entre los invitados.