Una célebre trilogía británica

Sangre cortesana Tres óperas de Gaetano Donizetti reviven, con mucho de imaginación, a la trágica dinastía de los Tudor

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Esa extraña figura llamada por los británicos Enrique VIII –tal como lo contemplamos en los libros de Historia, abotagado, gotoso y con un rostro que trasunta una libido incierta, o peor aún, indeterminada– generó la más añeja de las trilogías operísticas que se conocen.

En virtud de la propia denominación de su autor y de su unidad temática, la más importante agrupación de dramas líricos es la llamada tetralogía wagneriana , que –bajo el nombre de Der Ring des Nibelungen – integra las óperas Das Rheingold , Siegfried, Die Walkure y Götterdämmerung . Tal conjunción de dramas líricos constituye el eje de la obra de Wagner.

De idéntica manera, si bien con ambientación disímil, se denomina trilogía verdiana a la unidad integrada por Rigoletto, Il trovatore y La Traviata .

Esas tres óperas poseen indudables similitudes y casi podría decirse que su estilo es inconfundible y en extremo fácil de distinguir.

Dotada de una temática histórica propia, se reconoce la existencia de una trilogía donizettiana , que agrupa las tres óperas Tudor y que describe un período de medio siglo en la historia de Inglaterra. Tales óperas son, por orden de hechos históricos, Anna Bolena , Maria Stuarda y Roberto Devereux . Su autor es Gaetano Donizetti, el gran ícono del bel canto, nacido en Bergamo , Lombardía.

El inicio de una dinastía real. No hay duda de que la antipática figura de Enrique VIII –el Barba Azul de los cuentos de hadas– es el punto de partida de toda la historia. Heredero de Enrique VII, consolidó su alianza con la corona española, merced a su matrimonio con Catalina de Aragón, la mítica princesa española criada en la Alhambra granadina.

La firmeza religiosa de Catalina no pudo evitar que su consorte Enrique, tras más de veinte años de matrimonio, la repudiara para desposarse con Ana Bolena, su dama de Corte. Recalcitrante católica y de firme carácter, Catalina solamente legó para la historia a su hija María "la Sangrienta", la sin par “Bloody Mary”, que no es un cóctel, una leyenda popular, ni mucho menos una abominable canción perpetrada por una desquiciada cantante pop.

Anna Bolena , la ópera del bergamasco Gaetano Donizetti, inicia su argumento con el declive de su condición de favorita del monarca. Sobre la base de un triángulo amoroso, el libreto de Felice Romani destaca la tirantez de una Corte servil, en la que todo gira alrededor de la absolutista figura de Enrique.

Sabido es que relevantes personajes de la época pagaron con su vida los caprichos del soberano; claro ejemplo es la decapitación de Thomas More (Tomás Moro), Lord Canciller de Inglaterra, relevante personaje de las letras y autor de la celebérrima Utopía ( De optimo rei publicae statu deque nova insula Utopia ).

El desterrado Lord Percy, antiguo enamorado de Anna, es llamado a la Corte londinense con el propósito de provocar una falsa imagen de adulterio. El asunto se complica con la aparición de otros personajes involucrados en el tema, entre ellos Giovanna (Jane) Seymour, quien –una vez eliminada Bolena– pasa a ocupar el tálamo real en calidad de esposa morganática.

El falso adulterio que se endosó a Anna Bolena y a Percy, con la candorosa participación del paje Smeton, tuvo eco en una complaciente sentencia judicial que la condenó a muerte. La antigua favorita fue decapitada en la Torre de Londres (Torre Verde) el 19 de mayo de 1536.

Anna Bolena , ópera en dos actos, fue estrenada en el Teatro Carcano de Milano, el 26 de diciembre de 1830, con los célebres Giuditta Pasta (Bolena) y Giovanni Battista Rubini (Percy). María Callas se encargó de reeditarla en una célebre puesta del Teatro alla Scala en 1957 con la regia de Luchino Visconti , y con "la divina Callas" en el epónimo rol, la inmortal Giulietta Simionatto en el papel de Giovanna Seymour, y el tenor Gianni Raimondi como Lord Riccardo Percy.

Una reina santa y escocesa. A Maria Stuarda , estrenada en La Scala milanesa en 1835 con la enorme Maria Malibrán en el papel epónimo, corresponde cronológicamente el orden descendente de la Historia:

Para 1587, año del inicio de la acción, Inglaterra se ha librado de la decadente figura de Enrique VIII y ha vivido el breve interregno católico de María I de Inglaterra ( Bloody Mary ). El trono inglés es ocupado a la sazón por Isabel I –hija de Ana Bolena y Enrique–, cuya legitimidad es dudosa para la causa católica y su ancestral Lex Salica , pero a quien los miembros de la Iglesia Anglicana otorgan pleno derecho hereditario.

Mary Stuart, o María Estuardo, es legítima heredera del trono escocés; ocupa el trono de Francia gracias a su matrimonio con Francisco II y reivindica innegables derechos sobre el trono inglés merced a su descendencia de Jaime V. Su credo es católico y ello basta para garantizarle la animadversión de la Cámara de los Lores, cuyos privilegios corren peligro ante las pretensiones de quien es prima segunda de Isabel I. Su pasión y muerte motivaron en Robert Schumann las canciones agrupadas bajo el opus 135 , conocidas como Maria Stuart Lieder .

En estricto sentido, la truculenta trama de Maria Stuarda carece de rigor histórico pues proviene directamente de la homónima obra de Schiller, inspiradora del libreto de un joven calabrés, estudiante de leyes, de nombre Giuseppe Bardari.

Existe una famosa anécdota relativa a la reposición de Maria Stuarda en Nápoles: se encontraba Donizetti presente cuando Giuseppina Ronzi (Ronzi de Begnis), quien encarnaba a Maria Stuarda, interpeló a Isabel I, representada por Anna Del Sere: “¡Hija impura de Bolena! ¡Vil bastarda!”.

A tal exabrupto, pronunciado con especial intención, Del Sere reaccionó abalanzándose sobre la Ronzi y ambas se trenzaron en una pelea callejera de golpes, arañazos y tirones de pelo. La función fue suspendida, pero en los camerinos prosiguió el animado pleito.

En un momento, la Ronzi manifestó: “Il Maestro Donizetti protegge quella puttana de la Del Sere”, a lo que el compositor, de forma calma y analítica, ripostó: “Yo no protejo a ninguna: ¡putas eran las Reinas y putas sois vosotras!”.

Un héroe militar en el cadalso. La historia del mítico conde de Essex da origen a la tercera ópera de la singular trilogía. Isabel I es conocida universalmente como la “Reina Virgen”, aunque tal condición pueda parecer más que cuestionada. De hecho, la trama de Roberto Devereux –ópera en tres actos sobre libreto de Salvatore Cammarano, a su vez fundamentada en la obra Elisabeth d’Angleterre , de François Andelot– no soslaya los célebres y prohibidos amores entre ambos personajes de la historia británica.

De las tres tramas aludidas, Roberto Devereux es la más truculenta y alambicada. Es también la más hermosa y melódica, aunque –extrañamente– la menos conocida.

Una sentida romanza del tenor en la prisión (“Ed ancor la tremenda porta'”) prologa el sombrío desenlace en el que Roberto, Conde de Essex, es llevado al cadalso como reo de alta traición.

Empero, el drama personal se traslada a la supérstite y amante reina. Célebre es el episodio post mortem en el que la petición de clemencia llega tardíamente a manos de la atribulada soberana, generando en ella un arrepentimiento sin límites.

El patético discurso real es inteligentemente explotado en una puesta en escena de la Bayerische Staatsoper de Munich (2007), con la participación de Edita Gruberova como Isabel y de Roberto Aronica en el epónimo rol de Roberto.

Las tres óperas que Gaetano Donizetti elaboró sobre tan convulsionada época de la historia inglesa, poseen una indiscutible unidad, aunque hayan sido compuestas en ocasiones muy diversas y sobre libretos de opuesto origen. Con tal trilogía, el compositor bergamasco se alejó claramente de la buffoneria de la ópera italiana, tan en boga hacia mediados del siglo XIX.

Imaginémonos, al aprestarnos a su audición, una gorra de terciopelo atiborrada de plumas de colores; una gola diamantina que envuelve los aduladores cuellos de los cortesanos; unas calzas relucientes sobre zapatillas charoladas y un calzón bombacho de cuero que entrelaza el atuendo hacia la moder-nidad.

Soñemos con olvidados castillos escoceses, acaso rebosantes de fantasmas o de errabundas soberanas sin cabeza. Todo es válido en esta trilogía', incluso una historia de amor sobre el calumniado tálamo de la “Reina Virgen”.