Un héroe sin perdón

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Es fácil descifrar los códigos más enrevesados cuando se posee el intelecto de Alan Turing (1912-1954), pero ninguna mente portentosa ha encontrado la forma de vencer los prejuicios. Ensalzado como héroe en la Segunda Guerra Mundial, le bastó con ser sincero sobre su orientación sexual para caer en el oprobio y el olvido por décadas.

El dramaturgo Hugh Whitemore recogió esta historia para su pieza Breaking the Code (Rompiendo códigos), estrenada en 1986 con el reconocido actor Derek Jacobi en su papel protagónico. Tras temporadas exitosas en el Reino Unido, la obra ha dado la vuelta a escenarios de todo el mundo, incluyendo los costarricenses, donde La Carne Teatro hizo un montaje en el 2011.

Turing fue pionero en los estudios de la inteligencia artificial y cimentó las bases de las ciencias de la computación a través de su trabajo en la ingeniería y la matemática. Era el experto evidente para cumplir con la misión del gobierno británico de descifrar el código “Enigma”, que encriptaba los mensajes de la marina alemana. Desarrolló métodos de “criptoanálisis” para romper la barrera del código del enemigo. Para este trabajo secreto, diseñó métodos de computación electrónica que formarían, muchos años más tarde, la base de las computadoras modernas.

Turing recibió condecoraciones y disfrutó de puestos envidiables en la academia. Sin embargo, cometió muchas veces el mismo “error”: revelar su homosexualidad, prohibida por ley en Inglaterra. Al denunciar un crimen ante la policía, confesó su orientación sexual. Se lo despojó de su inmunidad y fue obligado a cesar sus experimentos por la condena. Fue obligado a elegir entre prisión y tratamiento hormonal. La segunda opción lo empujó a la depresión y tomar la decisión de envenenarse con cianuro el 7 de junio de 1954. En la obra de Whitemore, el científico permanece impasible, casi ingenuo, cuando le reprochan su preferencia. Al investigador sin descanso le resulta incomprensible que se enjuicie a alguien por amar a otra persona.

Fernando Chaves Espinach

fche626@gmail.com