Un año sabático presidencial

Es aconsejableampliar a cinco años el período presidencialen vigencia

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Los entrabamientos gubernativos surgidos en la administración Chinchilla y expuestos por el exministro de la Presidencia no solo son añosos sino recurrentes.

Tal persistencia se debe a la estrechez y disfuncionalidad de los cuatrienios presidenciales cuanto a la impericia política de ciertos jerarcas erráticos sostenidos en sus altos cargos –a ultranza–, pese a sus carencias e incidencia negativa en el desempeño del gabinete ministerial.

Los cuatrienios en cuestión se caracterizan por la atención presidencial de múltiples deberes de suyo muy visibles entrelazados con innumerables actividades proceremoniales.

Primer año. Durante el año inaugural, el jefe de Estado y los gabinetes entrantes consagran meses al aprendizaje funcional de los obesoides aparatos ministeriales. Los tecnoministros más anhelantes tratarán de cautivar a los periodistas de los medios de mayor influencia en la ciudadanía. Emprenderían algunos planes e ideas sectorialistas. Y procurarían descifrar los intríngulis del déficit presupuestario crónico como del incómodo precontrol institucional de los gastos administrativos en cartera.

En el escenario legislativo, los diputados marcarán sus espacios: unos oficialistas y otros opositores. Los menos dedocráticos estudiarían el reglamento interno incluyendo el dominio de las tácticas dilatorias usuales. Y, tal vez, con sentido de logro colectivo, se aprobarían unas cuantas leyes no conflictivas.

Los dos años intermedios se iniciarían con las disputas por ganar el Directorio Legislativo. El pulso terminaría a favor del grupo oficialista con el apoyo de uno o varios diputados religiosos, quienes, a cambio, ocuparían cargos decorativos en el Directorio y... luego, se establecerían las bases para arrancar el proyecto político partidista ofertado a los electores.

El gabinete, demandaría ajustes puntuales, pues, acorde con la “Teoría de L. J. Peter”, la incompetencia ya alcanzaría a dos o tres tecnojerarcas extremos. Y, los informes presidenciales del 1.º de mayo –en las jubilosas horas de la tarde– exaltarían los méritos acreditables a los Gobiernos en curso. Ese bienio, cuando se negocia una agenda legislativa bien consensuada, puede devenir productivo. Empero, los tercos e impopulares “paquetes tributarios” agotarán las sesiones ordinarias y extraordinarias. Y, quizá, se promulgarían algunas leyes relevantes.

Inauguraciones y regalías. Durante el cuarto año, preelectoralista, los mandatarios y los ministros trascendentalistas tratarían de concluir los asuntos gubernativos pendientes. Se agilizaría el otorgamiento de regalías febreristas (bonos amigables, y materiales de construcción comunales'); se incrementarán los gastos publicitarios en sutiles campañas de corte partidista. A la vez, se multiplicarán los recorridos por todo el mapa electoral del país a fin de inaugurar o refestejar las obras públicas (reales o imaginarias) acreditables al Gobierno saliente.

En el seno legislativo, la actividad del plenario decae significativamente. Los diputados opositores dedican la mayor parte del tiempo al control político extradenunciativo. Y, todos, tras los comicios presidenciales pero antes de la sesión clausural del 30 de abril respectivo –como hermaniticos– prestos y acabangados aprobarán uno o dos paquetes de leyes postreras.

Así, estas percepciones permiten observar la exiguidad como el atiborramiento del cuatrienio gubernamental a la tica, en especial para jinetear los múltiples e imprevistos hechos gubernativo-legislativos (ultrafrenazos legislativos, ortegadas, japdevazos, más miles y miles de actos populistas').

Es entonces aconsejable –entre otras reformas políticas perentorias– ampliar a cinco años el período presidencial en vigencia. Tal quinquenización no solo permitiría satisfacer de manera más reflexiva las supradelicadas tareas presidenciales, sino que, en un entorno quinquenal más propicio para la meditación sabática, se dispondría de mayor holgura para estudiar e impulsar las reformas propuestas por Marcos Vargas. Y, al tiempo, se podrían pensar y proponer otros factibles cambios institucionales en pos de más democracia vivencial.