Todos los prósperos años nuevos

Se han demostrado sólidos beneficios del optimismo sobre la salud

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Escribo esto en los primeros días de diciembre, pensando que –si todo sale bien– se publicará el día 23. Si puede leerlo es porque antier no se acabó el mundo. ¡Qué salvada! Y como si no fuera suficiente fortuna mañana es noche buena, en 7 días recibimos un nuevo año, y vamos a estar mucho mejor.

Esa es la convicción de la mayoría: que a cada uno, y a los nuestros, nos va a ir bien. Tal vez por eso cada diciembre nos cobijamos con propósitos y metas. ¿Será un ejercicio inútil?

Resulta que plantearse “propósitos” para el futuro es una práctica sensata de visualización creativa. Además, los planes positivos “nos sirven” por sí mismos, incluso si eventualmente no somos capaces de realizarlos. No son ocurrencias de ilusos, la neurociencia ha probado que los seres humanos somos optimistas por naturaleza, y que ser optimistas –contrario a lo que pensaría un buen pesimista– es más bueno que malo.

Cargamos con una predisposición al optimismo, un sesgo cognitivo que nos hace “sobreestimar nuestras posibilidades de vivir experiencias positivas y subestimar las de vivir experiencias negativas”, explica la doctora Tali Sharot en un célebre ensayo que ocupó la portada de Time en mayo de 2011 . Sharot es investigadora del University College London , y autora de El sesgo optimista .

Sus investigaciones en UCL han demostrado sólidos beneficios del optimismo sobre la salud porque disminuye la ansiedad, el estrés, y el riesgo de depresión. Y también efectos actitudinales: los optimistas emprenden acciones a partir de un abordaje positivo, ¡empiezan con ventaja! Ese impacto se ha demostrado en el campo laboral, académico, médico, y es notable en el caso del deporte olímpico.

“La ciencia del optimismo, una vez despreciada como territorio de grupos de apoyo y caritas sonrientes, está abriendo una nueva ventana sobre el funcionamiento de la conciencia humana”, dice Sharot. “Lo que demuestra podría alimentar una revolución en la psicología, con la evidencia de que nuestro cerebro no está marcado solo por el pasado, sino que es constantemente moldeado por el futuro”, remata.

Pero la aproximación científica también alerta sobre el extremo. Se le llama optimismo irracional, y es una tentación fácil: obviar información objetiva cuando nos resulta negativa o amenazante, despreciar la prevención elemental, y aferrarnos a la esperanza.

Aquí no hay ninguna revelación: no basta con confiar; hay que procurar. Los planes y propósitos nos predisponen en positivo y nos dan impulso. La expectativa optimista nos hace bien porque “la felicidad está escondida en la sala de espera de la felicidad”, dice Eduard Punset. Pero solo el que es tonto se sienta a esperar.