Teoría de Los Tres Caballeros

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Los Tres Caballeros se entonaron con belleza, y fueron los preferidos de las señoras en los buses ya que –por definición– ellos siempre les cedían sus asientos. Ahora, esperar que haya tres caballeros en un ómnibus sería como pedir peras de disciplina al olmo de una bancada de Gobierno. Los Tres Caballeros formaron un trío, pero no un trío al estilo del amor popmoderno, sino un trío de la música romántica. Nunca se metieron en política, tal vez porque se lo impidió el nombre de su grupo; mas, si no entraron en política, sí estuvieron en la oposición.

En los tempranos años 50, el oficialismo del bolero fueron Los Panchos. Se habían unido en 1948 en Nueva York y sorprendieron a todo el mundo, lo cual es un mérito, pero no tanto porque el mundo no era muy grande entonces; era uno solo y no tenía una ampliación, un Tercer Mundo, que hoy es el nuestro.

El/la primera voz fue el portorriqueño Hernando Avilés, de tono agudo y acertado: distinto de “Luis Miguel”, quien canta con voz muy grave, pero en el sentido médico de la palabra. El/la primera guitarra fue un requinto: el mexicano Alfredo Gil, de armas y tragos tomar y de ancestros rubio-libaneses. El/la segunda voz y el/la segunda guitarra fue el también mexicano Jesús Chucho Navarro, alumno de medicina que trocó los quirófanos porque suelen dar un trato cortante, por las terapias suaves, nocherniegas y bailables de los cabarets .

El problema con Los Panchos es que fueron perfectos. Los tres cantaron a una sola voz, y su unísono decir era una fusión inseparable. ¿Cómo lo hicieron? Nadie lo sabe, mas por el secreto de su unidad total entregarían oro en lingotes los dirigentes de los partidos políticos.

Los Panchos aparecieron en películas, y Hernán Restrepo ( Lo que cuentan los boleros , p. 83) indica algunos títulos: Callejera, Hipócrita y Perdida , que fueron algo así como el neorrealismo de la calle 8.

En eso estaban Los Panchos, escanciando –como se dice– con fruición las mieles del éxito, sin saber que, a fines de 1956, tres jóvenes mexicanos grabarían un disco que, como los malos consejeros, tendría dos caras: La barca y El reloj . Los giros de este disco cortaron en dos la interpretación de los boleros.

Aquellos muchachos nunca intentaron la unidad total de sus voces, y su guitarra llenaba el espacio cual un harpa que relumbrase de música en una catedral. La tocaba Benjamín Chamín Correa, con estudios clásicos. La primera voz era Leonel Gálvez Polanco, quien rompió el anonimato de tres voces superpuestas de Los Panchos.

El tercero era Roberto Cantoral, compositor que amobló la música con La barca, El reloj, El libro, El teléfono y otros bienes útiles, y con su obra maestra: Noche, no te vayas, que es el himno-angustia de los redactores de diarios cuando los asalta la hora de cerrar una edición.

Si Los Panchos fueron clásicos, Los Tres Caballeros fueron el manierismo del bolero. En el arte, el manierismo es el capricho que se burla de la perfección; es el cuello insolente de la Madonna del Parmigianino; es el Greco alucinando con el cielo; es el óvalo que se cansa de ser círculo. Gracias a las diferencias nuestra especie tiene historia.

(Escuche el bolero Noche, no te vayas en la versión de Internet de este artículo en nacion.com)