Telescopios armaron una fiesta astronómica en el volcán Irazú

Asistentes dieron un recorrido por el espacio con la guía de conocedores

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A oscuras, en el punto más alto del Valle Central, 200 niños y adultos caminaron de telescopio en telescopio con curiosidad. Todos ellos se convirtieron, en la noche del sábado, en exploradores del espacio: se acercaron a los misterios del universo y descifraron las formas y colores de galaxias, planetas y estrellas.

El festejo comenzó en la tarde. Minutos antes de las 5 p. m., una decena de aficionados de la astronomía, miembros de la Asociación Costarricense de Astronomía (Acodea), instalaron los telescopios. Había de todos los tamaños: pequeños, grandes y gigantescos. Eran propiedad de particulares que los compartieron para que todos disfrutaran de los paisajes astrales.

Mientras los aficionados calibraban los aparatos, buses y carros llenos de gente que esperaba ansiosa estaban en la entrada del Parque Nacional Volcán Irazú.

Al ingresar, el olor a azufre y una tarde totalmente despejada dio la bienvenida. A pesar de que la mayoría vestía capas de ropa caliente, bufandas y guantes, bastaron unos minutos para que comenzaran los estornudos y frotes de manos. El termómetro marcó 14° C y todos supieron que la noche estaría fría.

“¡Andrómeda, Orión! ¡Vengan conmigo!”, ordenó uno de los organizadores, y un grupo de 15 personas lo siguió hacia los telescopios solares. En total, nueve grupos, con nombres de cuerpos estelares (como Venus o Messier), marcharon dirigidos por guías.

Fabianna Fonseca, de 8 años, se acercó al primer telescopio, aprovechando que el sol todavía no se había hundido en el horizonte. “¿Qué es esa bola roja, es el sol? (...) ¡Qué chiva, le puedo ver las manchas!”, exclamó emocionada.

Al filo de la tarde, el grupo de Andrómeda se dirigió a un pequeño salón para recibir la bienvenida de Marcy Malavassi, presidenta de Acodea, y Carlos Alvarado, dirigente de la Asociación Centroamericana de Aeronáutica y del Espacio (ACAE). Afuera, la temperatura era de 8° C, pero Malavassi fue enfática: “¡Disfruten y no se dejen vencer por el frío!”

Cerca de la galaxia. Si algo aprendieron los asistentes es que en el cielo no todo es lo que parece.

Pablo Luna, uno de los guías, apuntó con el láser una estrella dentro de la constelación de Orión (una de las más conocidas y que tiene forma de cazador). A simple vista parecía una estrella, pero para sorpresa de los presentes, esta se convirtió en una nebulosa –una nube de gas y polvo– a través de un potente telescopio de 30,5 cm de diámetro con un lente de 26 mm.

El guía explicó que las estrellas nacen en las nebulosas, por causa de reacciones entre los gases, y muchos soñaron al enterarse que si la Tierra estuviera dentro de la nebulosa de Orión, el cielo se vería de colores eléctricos.

Las personas se congregaron alrededor de los telescopios que apuntaban a Júpiter, el planeta más grande del Sistema Solar. El astro relucía imponente, con sus líneas color gris y arena, y el buen clima permitió ver el brillo sutil de sus satélites.

Cada quien tenía su favorito, y para Maribel Monge, quien asistió con su esposa y sus dos hijas pequeñas, la Luna –en su estado de cuarto creciente– se ganó el premio. “Me fascinó ver el detalle de los cráteres”.

La temperatura continuó bajando y cuando llegó a 5° C algunos buscaron refugio al no soportar las ráfagas de viento. El salón de la charla albergó entonces decenas de narices rojas.

Pero Eric Sánchez, del planetario de la Universidad de Costa Rica, preparó una última sorpresa para los más valientes: la estrella variable R Leporis, una estrella rubí que cambia la intensidad de su brillo y temperatura. Fue la última joya que coronó la velada.