Tagore y Einstein conversan en el siglo XX para el siglo XI

Recreación de una conversación existente entre los dos premios Nobel de la Paz

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Tagore observa el brillo de la luz sobre el aceituno de su mano derecha, esa tarde berlinesa de julio, antes de detener su mirada con energía en el seño, entre grave y curioso, de Einstein. Muchos además de ellos hacían planes en ese verano de 1930 para el mundo. A Tagore le gusta el silencio, pero no para aislarse, todo lo contrario, para oír realmente al universo. No creía, como le había dicho a Einstein, en que existiera nada aislado del mundo. Nada divino, como tampoco ninguna de las leyes de la ciencia se manifestaba sin la presencia de la personalidad del ser humano.

–Qué curioso –dijo de pronto Einstein–, siempre he pensado que los dogmas religiosos funcionan independientemente de la realidad humana, como verdades inmutables...

–Sí –contesta Tagore–, supongo que es el correcto proceder del entendimiento científico el que lo lleva a creer eso, acostumbrado a construir leyes inmutables aisladas de la incertidumbre humana...

–Eso de la incertidumbre –responde Einstein– habría que probarlo...

–A eso me refiero –dice Tagore acomodando las piernas dentro de su salwar gris–, pero lo cierto es que no hay nada que no sea clasificado por la personalidad humana, lo cual nos prueba que la verdad del universo es una verdad humana.

Einstein endurece el gesto. –La ciencia no está hecha de verdades humanas, de hecho no sería ciencia ya que lo humano es inestable... para eso existen las matemáticas... y la materia abundante en protones y electrones...

–Exacto –Tagore sonríe con los ojos– la materia parece sólida pero esta llena de espacios, al igual que los individuos están separados pero conferidos a la unidad del mundo. Todo el universo está unido a nosotros, en tanto que individuos, de modo similar. Es un universo humano.

–Entiendo su punto –dice Einstein conciliador– y considero que es parte de la visión del arte que ve el todo en relación con la parte, pero la ciencia concibe el mundo como realidad independiente del ser humano...

Tagore se incorpora y mira un segundo por la ventana a un pequeño pájaro picotear con insistencia en la tierra de una maceta. –Usted se refiere a la armonía que reconocemos como verdad y por supuesto adquirimos como belleza . Eso es el arte...

Einstein parpadea y hace una ligera mueca con la boca. –Eso, mi amigo, es una concepción del universo puramente humana. El universo sigue su curso, aunque usted no lo vea...

–Claro, de eso hablamos, estimado Einstein, en su caso es la visión científica del mundo. ¿Ve? El mundo separado de nosotros no existe; es un mundo relativo que depende, para su realidad, de nuestra conciencia. Esa idea de razón y certidumbre nos da gozo porque está hecha a la medida de nuestro entendimiento o de la suma de todos los entendimientos históricos que también son humanos...

Einstein sonríe... – Ahora usted está hablando de entidad humana.

–Pues sí –Tagore respira con energía–, pero solo la aprehendemos a través de nuestras emociones y acciones. Es todo lo que podemos captar de la eternidad. La ciencia, por su parte, se ocupa del mundo humano impersonal de las verdades pero antes la religión concibe esas verdades y las vincula a nuestras necesidades más íntimas, a nuestra conciencia individual de la verdad y es desde allí que la ciencia cobra significación universal. La religión aplica valores a la verdad, y sabemos, conocemos la bondad de la verdad gracias a nuestra armonía con ella... nos modelamos como un jarrón con las manos de nuestra propia medida... Tagore mueve las manos con gracia un segundo en el aire...

Einstein mueve la cabeza y estira la espalda. Se rasca la cabeza y parece que se va a levantar, pero no, vuelve a calmar el cuerpo en medio del sillón.

–Muy de acuerdo con esta concepción de la belleza, pero no con la de la verdad. Se lo voy a decir de esta manera: no puedo demostrar que mi posición es la correcta, pero es mi religión. Creo, por ejemplo, que el teorema de Pitágoras en geometría afirma algo que es aproximadamente verdad, independientemente de la existencia del hombre. De cualquier modo, si existe una realidad independiente del hombre, también hay una verdad relativa a esta realidad; y, del mismo modo, la negación de aquella engendra la negación de la existencia de esta.

–Pues –Tagore humedece un poco los labios antes de hablar– ese es el caso de la verdad denominada científica y a la que solo puede accederse mediante un proceso de lógica, es decir, por medio de un órgano reflexivo que es exclusivamente humano. La naturaleza de la verdad que estamos discutiendo es una apariencia; es decir, lo que aparece como verdad a la mente humana se llama maya o ilusión. La ciencia ha demostrado que la mesa, en tanto que objeto sólido, es una apariencia y que, por lo tanto, lo que la mente humana percibe en forma de mesa no existiría si no existiera esta mente. Al mismo tiempo, hay que admitir que el hecho de que la realidad física última de la mesa no sea más que una multitud de centros individuales de fuerza eléctricas en movimiento es potestad también de la mente humana. El perpetuo proceso de reconciliación lo llevan a cabo la ciencia, la filosofía y la ética.

En cualquier caso, si hubiera alguna verdad totalmente desvinculada de la humanidad, para nosotros sería totalmente inexistente. Por ejemplo, está la realidad del papel, infinitamente distinta a la realidad de la literatura.

Para el tipo de mente identificada a la polilla, que devora este papel, la literatura no existe para nada; sin embargo, para la mente humana, la literatura tiene mucho mayor valor que el papel en sí. De igual manera, si hubiera alguna verdad sin relación sensorial o racional con la mente humana, seguiría siendo inexistente mientras sigamos siendo seres humanos.

Einstein balancea con delicadeza su cuerpo antes de levantarse y dar por terminada la conversación. – ¡Entonces, yo soy más religioso que usted! ¡Imagínese! Estamos hablando de ciencia como religión...

Tagore continúa... –y de religión, pero de los hombres en este mundo... ¿No le parece que esta conversación puede ser el inicio de una larga amistad...?

Einstein se ríe – sobre todo con esa frase que esta como para poner en un guion de película–.

( Nota: recreación de la conversación existente entre los dos premios Nobel de la Paz)