Su último suspiro

Testamento En 'Ese oscuro objeto del deseo', Luis Buñuel mantuvo la irreverencia que lo caracterizó

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Con una premura diferente de la que se esperaría de un caballero de su elegancia y amabilidad, Mathieu Fabert compra el tiquete de tren que lo ha de sacar de Sevilla y devolver a París. Llega a su casa –por la que parece haber pasado un huracán–, hace el equipaje en un suspiro y arriba a la estación.

Mathieu fuma un pitillo a la espera de que el tren arranque. Ve llegar a una mujer, cuya belleza no es ensombrecida por un ojo morado y una venda en la frente. Azorado, pide al servicio una cubeta de agua, que lanza sobre la cabeza de la mujer cuando esta lo encuentra y le reclama haberla abandonado.

El comportamiento de Mathieu no es bien visto por sus compañeros de viaje, “gente bien”, como él. Para justificarse, relata la cadena de acontecimientos que lo llevaron a ese grosero acto: “Creo que es mejor empapar a alguien que asesinarlo”. El largo flashback, la vergonzosa historia de amor de un donjuán burgués, maduro y ridículo, y una muchacha pobre, exuberante y voluble, constituye el grueso de Cet obscur objet du désir (Ese oscuro objeto del deseo, 1977), la última película de Luis Buñuel.

Testamento de un genio del cine, narrador de inolvidables historias y creador de imborrables imágenes en España, Francia, México y los Estados Unidos, Ese oscuro objeto del deseo muestra algunos de sus rasgos más característicos: demoledoras burlas a la burguesía, insólitos recursos (utiliza a dos actrices para un mismo papel), una intransigente misoginia y la reivindicación del azar como única certeza en este mundo.

Ridículos burgueses. Mathieu es un típico burgués: amable, culto y elegante, sin preocupaciones materiales, como Francisco Galván y don Lope, los protagonistas de dos ejemplares relatos buñuelianos: Él (1952) y Tristana (1970), respectivamente.

Como ellos, Mathieu es un sujeto decadente, preso de la etiqueta y de las llamadas buenas costumbres, capaz de los actos más egoístas y ridículos cuando peligran sus deseos o comodidad, como también pasa con los personajes de El ángel exterminador (1962) y Le charme discret de la bourgeoisie (El discreto encanto de la burguesía, 1972).

La desgracia de Mathieu –una prueba para sus frágiles valores– comienza al conocer a Conchita, la mujer sobre la que después arrojará una cubeta de agua fría. La conoce en casa de su primo, un respetado magistrado, donde ella trabaja como criada.

Encantado por la muchacha, y seguro de poseer el encanto de la billetera y el abolengo, el maduro galán pide su presencia en la recámara e inicia un ritual de conquista.

No obstante, el gato, de viejo, se ha convertido en un ratón y es fácilmente cazado. Conchita es hermosa, violenta e impredecible; de ella, Mathieu recibe besos y juramentos, así como la demanda de dinero para sus amigos y para su madre, quien se presenta como una mujer piadosa. Repetidas veces, su marchita masculinidad es afrentada: nunca es posible la relación sexual porque ella porta un cinturón de castidad que resiste a su maña y fuerza.

Bailarina en un cabaret, Conchita le dice que va a descansar; sin embargo, unos minutos después, Mathieu la descubre bailando flamenco desnuda para un grupo de turistas japoneses. Solo por incordiarlo, ella deja que él la vea por la ventana mientras comparte besos y caricias con el que antes presentó como su primo.

Mathieu Fabert sufre una prueba después de la otra, se hunde en el ridículo, grita y la abandona, pero vuelve en cuanto ella aparece y promete cambiar. Está enfermo de amour fou –amor loco–, esa enfermedad tan querida por los surrealistas y que en los filmes de Buñuel es un agente corrosivo para las convenciones sociales.

El retorno del anarquista. Después de dirigir obras cumbres de la vanguardia cinematográfica como Un chien andalou (Un perro andaluz, 1928) y L’Âge d’or (La edad de oro, 1930), Buñuel fue parte del bando republicano en la Guerra Civil española y, tras la derrota, debió exiliarse en América, primero en los Estados Unidos y después en México, donde realizó algunas de sus mejores películas, como Los olvidados (1950) y Ensayo de un crimen (1955).

Sin dejar de residir en México, a partir de los años 60 volvió a Europa, donde dirigió filmes tan apreciados como Belle de jour (Bella de día, León de Oro en Venecia, 1967), La Voie Lactée (La Vía Láctea, 1969), Le fantôme de la liberté (El fantasma de la libertad, 1974), además de las mencionadas Tristana y El discreto encanto de la burguesía.

Estos son relatos que recuperan las intuiciones surrealistas de los años 20 y 30, e incluso pasajes de sus textos literarios de juventud. También se sugieren sus lecturas, como la novela La femme et le pantin (La mujer y el pelele, 1898), de Pierre Louÿs (1870-1925), en la que se basa Ese oscuro objeto del deseo.

Louÿs fue un escritor escandaloso y popular en la Francia de la belle époque, de los primeros que trató el erotismo lésbico (Les chansons de Bilitis, 1894). Buñuel conocía su obra y probablemente también la versión de Hollywood del mismo relato: el melodrama The devil is a woman (El diablo es una mujer, 1935), dirigida por Josef von Stern-berg para lucimiento de Marlene Dietrich, quien interpretó a la femme fatale sevillana Concha Pérez.

La intuición. Estrenado cuando Buñuel tenía 77 años, Ese oscuro objeto del deseo es consecuente con su filmografía. Uno de los rasgos más memorables ya se ha mencionado: la utilización de dos artistas para el papel de Conchita; la delicada y fría Carole Bouquet, y la voluptuosa y apasionada Ángela Molina.

Este recurso –debido a un problema con la primera actriz escogida y gracias a la ayuda de dos inspiradores martinis– permitió “expresar” a un personaje inexplicable para Mathieu y los espectadores.

Sin embargo, Conchita no es una mujer. Su comportamiento, aunque parece en principio perverso, carece de psicología o lógica. Carece de humanidad: es una fuerza de la naturaleza, que es catastrófica por impredecible, y que existe solamente para malograr la vida de Mathieu.

La presentación de las mujeres como un misterio es una forma de misoginia. Esta característica de la cinematografía de Buñuel no merece disimulo ni disculpa. La mofa a los burgueses es tan rotunda como su aversión a lo femenino.

Al comenzar el relato, cuando Conchita aún no ha aparecido pero es evidente su paso por la casa de Mathieu, el mayordomo repite una frase de Nietzsche: “Cuando vayas con mujeres, no olvides el látigo”.

La mujer no es el único misterio en Ese oscuro objeto del deseo. El terrorismo de los coches bomba y los asaltos son el telón de fondo del ridículo romance de los protagonistas. Buñuel no pierde oportunidad para ridiculizar a la Iglesia: los ataques terroristas son responsabilidad de una organización de ultraizquierda que se llama “Grupo Armado Revolucionario del Niño Jesús”.

Buñuel desdeñaba las figuras de Dios y de la ciencia porque negaban la imaginación y el azar. Este azar –ajeno a la voluntad de los protagonistas y a su grotesca historia– encuentra materialidad en Ese oscuro objeto del deseo, en las explosiones que en cualquier momento pueden acabar con la vida de Mathieu y Conchita.

El autor es profesor de apreciación de cine de la escuela de estudios generales de la UCR.