Simplicidad, ética y abolición de deudas

Más que financiero-económico, la deuda pública actual es un problema ético-moral

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En cualquier momento dado, quienes no tienen deudas de tipo alguno ¡inclusive consigo mismos! disponen de mayor discrecionalidad -flexibilidad y margen para cobrar o no las deudas que tienen otros con ellos. Además, al rastrear en el tiempo (“históricamente”) las cadenas de deudas que vinculan a los actores económicos, se encuentra que suelen tener orígenes en actos cuestionables, es decir, arbitrarios, ilegítimos y hasta fraudulentos. En consecuencia, las deudas podrían ser abolidas, con pocos perjuicios para la sociedad, en su conjunto, inclusive corrigiendo injusticias sociales acumuladas.

Quienes se opondrían a esa eventual abolición serían los mismos que se han beneficiado, directamente o indirectamente, de esos actos cuestionables o dudosos y los condonan.

Toda deuda, además de un componente económico-financiero, envuelve elementos ético-morales. Consciente de esto desde hace miles años, ese contradictorio pueblo de Israel registró su sabiduría sobre la materia en la institución del jubileo, que consistía en lo siguiente: cada cincuenta años, volvían a sus dueños originales las fincas vendidas y los esclavos recobraban su libertad; transacciones y condiciones estas, respectivamente derivadas casi siempre de deudas. No quedan claros los detalles operativos de la institución, pero parecía ser reconocida y aceptada ampliamente por la sociedad; inclusive se celebraba mediante actos solemnes y fiestas populares.

Deuda y dominación. Las deudas modernas entre personas, organizaciones y naciones enteras, con predominio de lo financiero, también son relaciones de poder: hay una parte fuerte, menos necesitada o más hábil, frente a otra parte débil, más necesitada o incauta; así, hoy igual que antes, las sociedades requieren normas ético-morales que eviten o minimicen abusos y establezcan equilibrio entre las partes.

La solución del enorme problema financiero acumulado descrito en el artículo anterior es simple. Que las partes prestamistas de la sociedad cobren conciencia de la ilegitimidad de sus tenencias de deuda en general; cesen o reduzcan su aplicación como instrumento para extraer y acumular todavía más recursos del resto de la sociedad y ponerla al servicio de otros sectores más productivos de la sociedad. Que esas mismas partes reconozcan que las acumulaciones indecentes de deuda pública con dicho propósito perjudican la democracia y que tributen más para la sana financiación del Estado.

Problema ético y moral. Más que financiero-económico, la deuda actual es un problema ético-moral. Eso es lo que denuncian cada vez más diferentes movimientos sociales en las entrañas mismas del capitalismo, que proponen la abolición de deudas, en alguna modalidad y medida. Por ejemplo: las manifestaciones actuales contra las prácticas de Wall Street (llamadas “codiciosas e inhumanas”), que se extienden rápidamente a otras ciudades; los protestas contra el endeudamiento de estudiantes; regulación de deudas originadas en tarjetas de crédito; la oposición a las deudas acumuladas y el continuado endeudamiento de los países menos desarrollados; el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, organizado por Las Naciones Unidas; numerosas campañas nacionales contra arresto y encarcelamiento por deudas; los controles de la banca y cambios tributarios que propone Barack Obama, que algunos pretenden descartar con el término derogatorio “lucha de clases”.

Los malabares financiero-económicos para pagar las deudas en todos los países del mundo, tanto ricos como pobres, siempre fracasan. Son meros remedios de corto plazo y parches superficiales que dejan intactas las desarticulaciones e infecciones básicas de los sistemas. En buena hora, los Gobiernos abanderados del capitalismo ya se ven obligados a enfrentar las causas y consecuencias estructurales de la deuda en su propio seno.