Silencio y palabra en la novela de Yolanda Oreamuno

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El largo viaje que extienden las novelas de los contemporáneos de Yolanda Oreamuno por la geografía nacional se convierte, en La ruta de su evasión , en un trayecto hacia la interioridad individual femenina, aislada de la comunicación interpersonal. La novela, publicada en 1949, es un itinerario doloroso cuyo efecto final es una fuerte protesta de carácter social pues social es la familia, sus relaciones internas y la opresión de la mujer dentro de ella.

Frente a la narración de acontecimientos, predilecta de gran parte de la narrativa de su generación, la llamada “Generación del 40”, el papel central de la novela lo ocupan la palabra, el verbo, la actividad discursiva. Los hilos de La ruta de su evasión dibujan una realidad hecha de recuerdos, sueños, análisis y monólogos, que van construyendo un universo profundamente interiorizado, de relaciones intersubjetivas cruzadas y filtradas por las conciencias individuales.

En ese sentido, la novela se acerca a otros textos de Oreamuno, como el cuento “Valle alto”, en el que la descripción minuciosa parece nacer del deseo del personaje, de manera que el mundo surge como una proyección de la interioridad de la mujer.

Sin embargo, a diferencia del cuento, en la novela, el mundo exterior y los personajes se describen con escaso detalle; poca atención se presta a sus rasgos físicos y a los objetos; casi no hay referencia a la ciudad que rodea la casa, receptáculo de los diferentes discursos. Por lo tanto, la lengua no resulta reflejo del mundo externo, sino producto del dinamismo de la conciencia del personaje.

Un mundo de seres dispersos. La novela habla de una familia constituida por seres aislados. Una férrea jerarquía hace imposible cualquier tipo de relación que implique cercanía o atente contra el poder total del padre. Ante tal ausencia de relaciones horizontales, es de esperar la carencia del diálogo, el cual presupone la aceptación del otro en un plano de igualdad imposible en el mundo presidido por Vasco.

Aquí resulta interesante considerar la relación entre Gabriel y Elena. También entre ellos está ausente la experiencia de diálogo: ella toma la palabra para imponer su interpretación, es decir, para dominar. Aunque en su decir reprocha la situación sumisa de la mujer, asume una posición de poder frente al hombre semejante a la que ella misma critica.

Su gesto es similar al del narrador, quien, en ciertos momentos, al reprender el autoritarismo de Vasco y ceder la palabra al monólogo de la mujer, impone su visión de los acontecimientos. Resultan entonces contradictorios los discursos de Elena y del narrador autoritario, que exponen o ejemplifican una tesis, en este caso, la del dominio injusto del hombre sobre la mujer.

Lo anterior es comprensible si se recuerda la orientación didáctica de la narrativa del cuarenta en Costa Rica, cuyo efecto estético es la reducción de las significaciones del texto.

El verbo femenino. Ante la ausencia del diálogo, negado por los victimarios, La ruta de su evasión opta por el monólogo, que es silencioso, y con ello muestra una conciencia de la inautenticidad del habla, por oposición al silencio.

La experiencia de Teresa –el ámbito de lo femenino– se identifica en el texto con la muerte y el silencio; pero es un silencio lleno de voces porque las mujeres son las únicas capaces de articular un discurso que, sin embargo, se protege a sí mismo en el monólogo.

El protagonismo de los personajes femeninos se asienta básicamente en esa capacidad de articular, de tomar la palabra en los monólogos. El verbo pertenece sobre todo a la mujer, fundamentalmente a Teresa y Aurora. De esta manera, Vasco, que representa la fuerza y la violencia, se ve despojado de la palabra y la racionalidad: su poder proviene del miedo y no alcanza el mundo secreto de la palabra femenina, como tampoco sus pasos logran llegar a los recovecos más íntimos de la casa.

Este personaje carente de discurso interior no encuentra ninguna explicación para su existencia. Por esto, todos critican su comporta miento, inmotivado, absurdo, despojado de racionalidad, deshumanizado. Vasco no tiene discurso, sólo rompe el silencio de la casa con el ruido de sus pasos repetitivos e incansables, constantemente oídos por Teresa en su agonía, y marcan su Tiempo: “Vasco es un reloj caminando”.

El discurso de Teresa subraya el problema de poder que plantea la novela: los pasos patriarcales se enfrentan a una racionalidad y a un discurso nuevos y humanizados.

Vasco transita por una casa que también le es ajena, pese a su aparente poder, ya que es el espacio propio de la palabra de los otros personajes, especialmente de aquellas a quienes pretende sojuzgar.

Genealogía de mujeres. Sin embargo, esa nueva fuerza, la de la palabra femenina, sigue de alguna manera aprisionada en la casa, al igual que las mujeres que la habitan. Igualmente se encarcela la sexualidad, alejada del disfrute y la comunicación.

Teresa encuentra el camino de salida de ese encierro en el recuerdo y la muerte. Cristina, como lo presagia su nombre, con su muerte, su “hundimiento” en la oscuridad, hace posible que otros intenten la resurrección: Roberto, horrorizado al verse reflejado en su padre, y, sobre todo, Aurora.

Aurora culmina el proceso de transformación que inician las otras. Al recoger y superar las vivencias de Teresa y Cristina, se desborda al final, con el gesto que cierra la novela: la apertura de la ventana. La casa, para ella, no es una tumba sino una ventana al mundo, en el inicio de un día nuevo.

La lectura de la novela de Yolanda Oreamuno confirma una vez más que su desafío y su rechazo a los estereotipos culturales y al encasillamiento del papel social de la mujer van mucho más allá de las actitudes personales y los momentos biográficos.

Así como en sus ensayos critica fuertemente el núcleo familiar cerrado y pequeño, que con sus prejuicios resta responsabilidad, dignidad y conciencia a la mujer, presenta en la novela una familia despedazada, absolutamente desmitificada y carente de sentido humano. La mujer que señala críticamente los “mitos tropicales” que ocultan la mediocridad generalizada, se atreve a desafiar la mojigatería de sus compatriotas al hablar abiertamente de sexualidad y violencia en la familia.

En fin, Oreamuno, quien reniega del folclore y el costumbrismo, se aleja de los esquemas narrativos vigentes y anuda su relato en una temporalidad nueva, surgida del decir íntimo de los personajes; así, rompe el límite entre lo público y lo subjetivo y propone nuevas formas de imaginar el mundo.

A los cincuenta y cinco años de su partida, y ante la tentación de mitificar su figura de intelectual y cubrirla con la gracia de su persona, recordamos en tributo suyo aquellos versos de Carlos Martínez Rivas que, en referencia a otra exiliada de la sociedad costarricense, confesaban: “aunque a menudo te vimos / apenas nos percatamos de ti [']. Tratamos de cubrirte con palabras / y adjetivos espléndidos por temor / a ver entre tus pliegues algo de lo desconocido”.

Las autoras son profesoras e investigadoras de la UNA. Este artículo se basa en un trabajo de investigación colectivo, sintetizado en el libro ‘La casa paterna. Escritura y nación en Costa Rica’.

Foto: Cortesía de www.cosasdejota.blogspot.com