Siempre grata compañía

Leer y releer El escritor Daniel Gallegos repasa y comenta los libros más apreciados de su biblioteca

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Daniel Gallegos se pasea frente a los anaqueles de su biblioteca y va recordando lo que ha leído. Sereno, recorre los que en su mayoría son viejos lomos y esgrime un breve comentario por cada título. Sus frases siempre quedan inconclusas: si menciona a Marcel Proust, Thomas Mann se asoma; si se alegra con Shakespeare, Cervantes lo reclama; si recuerda a Wolf, pronto aparece Mansfield.

Para Gallegos, la literatura es un caudaloso río de muchas vertientes, de modo que repasar las lecturas de su vida le resulta tarea difícil. Su biblioteca es desembocadura profunda, aunque de amplitud no exagerada. En ella solo está lo que su dueño considera necesario; lo demás lo ha obsequiado o lo ha perdido. “Ahorita tengo un montón de libros guardados en cajas; los donaré a una biblioteca que abrirán en el pueblo”, dice el autor de La colina, quien habita en San Isidro de Heredia.

“Es difícil hablar sobre mi biblioteca. Siento que es como urgar el santuario de la intimidad”, confiesa Gallegos. Lo dijo Borges: “Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”.

En esta casa, lo primero que recibe al visitante es una sala junto a la luz de una gran ventana. Una pared blanca soporta tres largos estantes; sobre ellos figuran la Encyclopaedia Britannica, varias antologías de los clásicos griegos –ante todo Sófocles, Eurípides y Aristófanes–, y muchas novelas y ensayos. Gallegos sujeta los tres volúmenes de una antología de Shakespeare adquirida en Londres.

–¿Es Shakespeare su escritor preferido?

–Pues sí, pero no me considero exclusivista. Lo leo constantemente, lo estudio, y aún no lo conozco como quisiera. Siempre que lo retomo me sorprende, me enseña cosas nuevas. Él es un admirable conocedor del ser humano.

Esta biblioteca es símil de los libros que su dueño ha escrito: su interés primordial es escrutar los escondrijos de la mente humana. Así ha llegado al estudio de las religiones. Constantemente repasa la Biblia y algo ha leído del Corán.

Tras conocer la sala, el visitante descubre un nuevo cuarto. Aquí, los libros se reparten en tres armarios: uno para la dramaturgia, otro para la filosofía y la política; y otro –el más grande– para la narrativa.

En este cuarto aparece la heptalogía En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Al ver los siete volúmenes, un recuerdo se cruza con Gallegos. Por tradición familiar, él estudió derecho en la Universidad de Costa Rica. Quienes lo conocían –dice– se sorprendían al verlo consultar a diario el Código penal, pero ignoraban que entre ese libro iba escondido, en acto rebelde, un pequeño ejemplar de Proust. “Él es un conocedor del alma humana y un innovador de la literatura pues, cuando publicó su obra, el tiempo era un tema poco abordado”, dice Gallegos.

Además de Proust, Gallegos se inició con escritores como Sartre y Camus. “Los leía de joven, en los últimos años de colegio, muchas veces sin entenderlos. Luego llegaron Virginia Wolf, Katherine Mansfield, Thomas Mann y Hermann Hesse. Creo que todos los jóvenes nos volvíamos locos con Hesse”, explica Gallegos, quien ahora se detiene frente a una vieja edición de Don Quijote. El libro se lo regaló su padre en 1953; data de 1949 e incluye ilustraciones de Gustave Doré y múltiples anotaciones hechas con lápiz por Gallegos.

–¿Aún lee o ahora se dedica a la relectura?

–Aún leo. Acabo de leer una novela rarísima de Murakami, pero también me gusta releer a los clásicos. Hace poco releí Fausto, de Goethe, por el premio que le dio la Academia Costarricense de la Lengua a la novela Faustófeles, de José Ricardo Chaves. También me gusta regresar a Esquilo, Aristófanes, y Lope de Vega. Hay libros que son como amigos: uno los tiene ahí, y de vez en cuando los vuelve a visitar.

–¿A cuáles autores contemporáneos le gusta leer?

–De literatura española, me encanta Antonio Muñoz Molina. Para mí, es uno de los mejores prosistas de la actualidad. Lo leo con gran placer. También leo a algunos del boom, como García Márquez y Carlos Fuentes, a quien considero mejor articulista que novelista. De Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo me pareció un gran libro.

–¿De los nacionales?

–De los libros recientes, me gustan los de Tatiana Lobo, Anacristina Rossi, Fernando Contreras y algunos otros. En la dramaturgia también he visto figuras prometedoras, como Arnoldo Castellón, Melvin Méndez y Arnoldo Ramos. Igualmente disfruto de los de generaciones anteriores: Carmen Naranjo, Alberto Cañas, Julieta Pinto, y de los clásicos, como Carlos Luis Fallas y Fabián Dobles.

Daniel Gallegos encuentra entre sus libros El manuscrito carmesí, de Antonio Gala, con una dedicatoria. Dice que también tiene una de Vargas Llosa, pero no consigue localizarla; sin embargo, en su búsqueda halla una de Pepe Figueres, del libro Cartas a un ciudadano: “A Daniel, estas páginas de otra época de mi vida, con el afecto de entonces, ahora y siempre. 22 de setiembre de 1969”. También nos muestra un libro de arte con una firma de Salvador Dalí, a quien conoció en el Museo Metropolitano de Nueva York, en 1955.

–¿Recuerda algún libro en especial que haya perdido?

–¡Muchísimos! La emoción que me provoca un libro que me gusta me induce a prestarlo y, como bien se sabe, son pocas las personas que devuelven libros.

–¿Qué lee ahora?

–La novela Sefarad, de Muñoz Molina. Me he dado cuenta de que con los buenos libros no basta una sola lectura.

–¿Cómo observa sus libros en medio de todos estos autores?

–Pues, mire, hay tanto buen autor en el mundo que uno se dedicase a la literatura con humildad y alegría. Al menos puedo decir que me siento contento porque lo que he escrito lo he escrito con sinceridad.