Sensatez y sentimiento

Esto diferencia al modesto del vanidoso: cuando al modesto le roban la cartera, supone que el culpable es un ladrón; cuando alguien se la roban a un vanidoso, sabe que el culpable es un fetichista.

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Esto diferencia al modesto del vanidoso: cuando al modesto le roban la cartera, supone que el culpable es un ladrón; cuando alguien se la roban a un vanidoso, sabe que el culpable es un fetichista.

José Cadalso se mira ante un espejo, hecho la envidia del espejo y el fetichista de sí mismo; pero lo angustia saber cuál es su mejor perfil y quisiera tener otros más para escoger mejor. Es joven, culto y refinado, y nunca será parte de los pobres; es decir, de esa gente que suele hablar con la boca del estómago.

“Compraba polvos para el pelo, hebillas de plata y medias de seda”, escribe de él Nigel Glendinning pues los biógrafos se comportan a veces como delatores.

José es moderno, aunque se haya quedado en su siglo XVIII. Nació en Cádiz en 1741 y ha viajado por tantos países de Europa como idiomas domina. Tiene las ambiciones cortesanas, aprendidas en el Seminario de Nobles de Madrid, pero lamenta su mala suerte en la carrera militar, que sigue, y en el amor, que no consigue. También ansía ser escritor, y algo ha pergeñado ya.

Después, a los treinta años, José va rozando el desengaño. Aprendió que la vida no pregunta –es una autodidacta que se escribe sola– cuando lo desterraron de Madrid por burlarse de la Corte, que se toma muy en serio su frivolidad.

José vivirá diez años más y morirá en 1782 en una batalla de españoles contra portugueses: muerte cruel, bellaca, inútil. Siglos tardará Europa en comprobar que su continente vive en el mismo barrio.

Mientras se alista sin saberlo para salir a aquel, su último acto, este dramaturgo poco celebrado ha escrito poemas dieciochescos; o sea, declamativos y marmóreos. No es su culpa pues los alemanes aún están inventando el romanticismo entre sus brumas y tardan un poco porque el sentimentalismo se toma vacaciones de alegría en el verano.

Pronto arribarán Goethe, Scott y el insuperado Chateaubriand, de quienes la emoción, ya destilada, bajará bailando hasta el bolero.

Cadalso publica Los eruditos a la violeta (1772), manual burlesco para fabricar frívolos sabiondos, en el que llama a las naciones a compartir las ciencias y a “unirse a pesar de los mares y las distancias”: consejo precursor y humano. El joven pisaverde acaba serio y generoso. Con un libro irónico contra quien él fue, José Cadalso se salvó a sí mismo.