San José vestida de gala

Fue escenario de intérpretes y de espectadores durante el año de su inauguración

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¿Cuáles secretos guarda aquel vestido de mujer puesto sobre un maniquí que –parece– solo espera la música para salir a bailar? ¿Creaban diferencias sociales los estilos de vestir de fines del siglo XIX?...

No debemos viajar al pasado en una máquina del tiempo para responder esas preguntas ni para descubrir formas de vida de la élite y la clase media de aquel entonces: basta visitar el Teatro Nacional y recorrer una exposición en la Galería Enrique Echandi (tel. 2221-1329).

Vestidos, lentes, un teléfono de pared, periódicos y otros objetos resumen la diversidad social y las influencias europeas que marcaron –sobre todo– un refinado estilo de vida. La exposición nos conduce a la noche del 21 de octubre de 1897, cuando se inauguró ese monumento histórico.

En aquella velada, miembros de las élites estrenaron prendas hechas con las mejores telas europeas, como la seda y el tul. Vestidos exuberantes desfilaron por los pasillos del teatro, acompañados de estolas de piel y de abanicos.

Así también, circularon hombres adinerados, en fracs, con relojes, sombreros y bastón. No faltó la joyería de oro y plata que complementaba el look de sus esposas.

El aire de aquel tiempo se siente en la exposición Moda y sociabilidad en San José a finales del siglo XIX. La muestra incluye fotografías, accesorios y, por supuesto, vestidos y trajes de gala.

La manera en la que la clase alta solía vestirse a finales del siglo XIX demuestra el crecimiento del poder adquisitivo de algunas familias. Estas, las más educadas, también podían conocer y seguir las tendencias europeas en la vestimenta.

Aparte de los trajes y vestidos de gala que se presentan en la Galería Enrique Echandi, también podemos conocer ropa de los trabajadores; algunos de estos confeccionaban o adaptaban precisamente la vestimenta de la élite.

Según la historiadora del Teatro Nacional y curadora de la exposición, Lucía Arce, “el contexto político liberal defendía la idea de orden y progreso”. Así, fueron muy relevantes las influencias europeas –particularmente las que provenían de Francia–.

Las exigencias. De acuerdo con el reglamento del Teatro Nacional decretado por el presidente Rafael Yglesias el 8 de octubre de 1897, “los espectadores deben guardar orden y compostura en el Teatro y se presentarán decentemente vestidos”.

Además, no se permitía a las señoras permanecer con sombrero en las lunetas ni en el anfiteatro.

A pesar de los requerimientos, no se exigía un traje de etiqueta para ingresar en las funciones; sin embargo, muchos lo consideraron indispensable para exhibirse “en sociedad”.

En el Teatro Nacional –aunque de lejos y en pisos distintos–, se revelaba la existencia de diferentes clases sociales que se desenvolvían casi como actores en un escenario.

Efectivamente, ese nuevo lugar de entretenimiento exhibía una San José no totalmente elitista.

Por ejemplo, acudían personas de la clase media –profesionales y empleados– que disponían de tiempo libre y de suficiente dinero para pagar las entradas.

“Pese a todo, los menos pudientes debían hacer grandes esfuerzos para cumplir con los cánones del vestido, aunque fuese de manera modesta”, comenta la curadora del Teatro Nacional.

Oportunidades. Ya a fines del siglo XIX, la demanda mundial del café había aumentado los ingresos de las familias exportadoras, pero también de otras que se beneficiaron indirectamente. De tal modo, unas y otras podían ya adquirir bienes importados, como ropa fabricada en sastrerías de Francia e Italia.

A la vez, los comerciantes difundieron sus ofertas mediante anuncios difundidos en periódicos.

Como ha revelado la historiadora Patricia Fumero, el diario El Ferrocarril publicó, en 1872, un anuncio de la tienda Prototipo de la Moda, fundada por Andrés Pérez.

Dicho comerciante ofrecía bienes importados “de alta calidad”, sobre todo para la época navideña. Sin embargo, de acuerdo con Patricia Fumero, también directora del Museo Nacional, las importaciones de ropa influyeron en la labor de los artesanos tradicionales.

Para los sectores sociales que no podían adquirir la ropa importada, se abrieron talleres y tiendas que trataban de imitarla.

Así, el éxito del comerciante Andrés Pérez se reflejó en la apertura de la Sucursal del Prototipo de la Moda. Otros imitaron a Pérez, pero no solo ofreciendo ropa.

“El Gran Bazar Atlántico facilitaba accesorios, como relojes y joyas, igualmente traídos del exterior; y, para los que no podían costearlos, se ofrecían artículos pla-teados o dorados que simulaban oro”, detalló Patricia Fumero durante la inauguración de la muestra en el Teatro Nacional.

Lección de identidad. De esa manera se abrieron tiendas que ofrecían, por ejemplo, “un surtido amplio de sombreros de todo tipo y de variedad de precios”, agregó la directora del Museo Nacional.

A su vez, Porras Echenagua y Cía. brindó un sistema de pago en cuotas en 1897 para la ropa importada y la nacional. Este sistema resaltaba la diferencia que había entre quienes podían pagar al contado y quienes recurrían a los plazos.

Por supuesto, la mayoría de los habitantes –gente del campo– no concurría al Teatro Nacional por falta de dinero, de información o de interés. Huelga decir que esas personas carecían también de la vestimenta adecuada para asistir a las funciones.

“Aunque los sectores populares no participaban en las fiestas propias de las élites, algunos se beneficiaban de ellas pues obtenían ganancias con la elaboración y la venta de ropa”, comentó Fumero.

Moda y sociabilidad en San José a finales del siglo XIX es una forma de recordar aspectos de nuestra historia social. Se exhiben piezas de coleccionistas privados; a su vez, el Museo Nacional ha colaborado prestando objetos. Planchas de hierro, cepillos y espejos de oro, peinetas, sombrillas, entre otros bienes, se exhiben en esta pequeña pero bien aprovechada galería.

Acertadamente define Lucía Arce: “Reencontrarse con el pasado y fortalecer la identidad siempre es apasionante. Esta exposición es una forma de remozar el sentido de pertenencia. Todos construimos nuestra historia. La exhibición es una oportunidad para sensibilizarnos y para despertar, en el costarricense, el sentido de identidad”.