Sam Cooke: La muerte llama dos veces

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Un negro en paños menores tras una jovencita blanca, solo podía acabar –en vista de la época de la que hablamos–con la ejecución del primero; en este caso, tres balazos en el pecho y, por si las dudas, un par de certeros batazos en la cabeza.

El muerto era Sam Cooke, rey del soul, insignia artística de los derechos de los afroamericanos en los años 60 y mentor de una generación de cantantes como Rod Stewart, John Lennon y Bruce Springsteen.

Pocos creyeron que su muerte fue un malentendido entre Bertha Franklin, dueña del Motel La Hacienda, y el pobre Cooke, quien esa noche de 1964 intentaba pasarla bien con Lisa Boyer, una aspirante a corista con modales de arrabalera.

Sam era un negro guapísimo, con una voz dúctil, cálida y emotiva, que le permitió destacar en el gospel con la banda The Soul Stirrers. En 1950 tenía apenas 19 años, pero la tentación del rock and roll envenenó su corazón y se dedicó a la música profana. Pronto se convirtió en un artista emancipado: componía, producía, controlaba una empresa discográfica y tenía éxito.

La década del 60 fue un poco complicada. Los negros, los gais, las lesbianas y otras minorías comenzaron a ganar presencia social y a exigir derechos impensables hasta ese momento.

Artistas negros del calibre de Sidney Poitier, Dorothy Dandridge, Ray Charles, James Brown, “Little” Richard y el propio Sam Cooke, rompieron las barreras y fueron respetados y admirados por “montescos y capuletos”.

Bajo la ley “iguales pero separados”, en muchos estados norteamericanos todavía existía la segregación racial, escuelas, hoteles, transportes “solo para blancos”. Martin Luther King y Malcom X comenzaron a erigirse como líderes del movimiento por los derechos civiles.

El rey del soul

El reverendo Charles Cook, pastor de una iglesia evangélica, se marchó a Chicago en 1933, junto con su esposa Annie Mae y sus ocho hijos, a buscar nuevas ovejas para sus palabras.

Muy pronto descolló la angelical voz del pequeño Sam y formó, con sus hermanos, el cuarteto The singing children. Más tarde, en su adolescencia, integró el grupo de gospel Highway QCs; entre esas audiencias ganó fama en 1950 junto a The Soul Stirrers.

Las mujeres llenaban el templo para ver – más que escuchar– a Sam, y este pronto entendió que la fortuna estaba al otro lado de la acera. Dejó el gospel y grabó Lovable en 1956, su primer éxito mundano. Tras You send me, que lideró la Billboard por seis semanas, comenzó una seguidilla de 29 hits, entre 1957 y 1965.

Para romper el círculo de explotación artística, promovido por los sellos discográficos, decidió fundar su propia empresa, SAR Records, con lo que logró la independencia financiera y musical.

En 1959 se casó con Bárbara Campbell, su novia de infancia. Del matrimonio nacieron dos niñas y un varón.

Sam se pasó a vivir a Los Ángeles y cada día se llevaba peor con su esposa porque era un mujeriego: con su labia y su buen plante salía de cacería nocturna. Esa fue su perdición.Ya antes la tragedia había golpeado a Cooke. Salió ileso de un accidente vial, junto a su amigo Lou Rawls; menos suerte tuvo su hijo Vincent, de dos años, quien se ahogó en la piscina de la casa en 1962.

Homicidio justificado

¿Quién mató a Sam Cooke? Hay diferentes versiones: la mafia discográfica; grupos islámicos cercanos a Malcom X o racistas enojados por el activismo social del cantante. Todas son posibles, menos que fue un accidente.

Lisa Boyer declaró a la policía que Cooke la había llevado mediante engaños a la habitación del motel y pretendió violarla. Una investigación posterior demostró que ella se especializaba en seducir clientes, robarles la billetera y evaporarse mientras dormían o estaban en el baño. Un mes después del crimen, Boyer fue arrestada por prostitución y el homicidio de su amante.

Bertha Franklin, la mujer que supuestamente disparó contra Cooke, tenía registrada un arma calibre 32 y a este le dispararon con una 22. Ella fue absuelta del crimen, pero a su vez murió asesinada 18 meses después.

Hay más incongruencias. Bárbara, la viuda, se casó después con Bobby Womack, uno de los protegidos del finado y vendió a Allen Klein, mánager del cantante y asesor financiero de Malcom X, los derechos editoriales de Cooke en la bicoca de $100 mil. Etta James, en su autobiografía Rabia por sobrevivir (1995) aseguró que vió el cadáver de James y comprobó que había recibido una paliza, porque la cabeza estaba despegada del cuerpo, las manos partidas, la nariz hundida y tenía dos cicatrices enormes en la cara. El reporte del forense señaló que Cooke tenía un disparo mortal entre la tercera y la cuarta vértebra, tan exacto que solo un profesional podía haberlo hecho, y no la vigilante de un hotel.

Pasaron 44 años. La noche del 4 de noviembre del 2008,en el Grand Park de Chicago, el presidente electo Barack Obama se dirigió a cien mil partidarios y parafraseó una línea de la celebérrima canción de Cooke, A Change Is Gonna Come: “Ha tardado en venir, pero esta noche, el cambio ha llegado a América”. Que eso sea cierto, es otra historia.1