Salvador de judíos

El militar y diplomático salvadoreño José Arturo Castellanos Contreras salvó, al menos, a 40.000 judíos de morir en las cámaras de gas. Lo hizo bajo el riesgo de perder su propia vida. Castellanos es el único centroamericano en la lista de los Justos de las Naciones, de Israel.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La policía suiza se preguntaba por qué se hacían aquellas enormes filas de judíos frente al consulado de El Salvador, en Ginebra. Los gendarmes visitaron el edificio tres veces para tratar de encontrar una respuesta, pero nunca hallaron evidencia de que algo irregular se realizaba allí.

Lo que la Policía suiza estaba muy lejos de saber era que en el interior del consulado se estaba gestando uno de los más grandes movimientos humanitarios de la historia, en plena Segunda Guerra Mundial.

Entre 1942 y 1944, el cónsul salvadoreño en Ginebra, coronel José Arturo Castellanos Contreras, concedió certificados de nacionalidad salvadoreña a por lo menos 40.000 judíos de Polonia, Bulgaria, Alemania, Francia, Hungría y Rumania.

Con un papel –emitido a espaldas de su propio gobierno, cuyo dictador, Maximiliano Hernández Martínez, se había declarado pronazi–, Castellanos salvó de morir en las cámaras de gas a miles de familias judías.

Frieda Castellanos de García, una de los 11 hijos que tuvo el coronel, contó a Proa algunos detalles de la vida del único centroamericano que figura en la lista de los Justos de las Naciones, de Israel. En América, solo dos brasileños y un chileno están en el registro.

Este grupo lo integran más de 20.000 personas, quienes se encargaron de demostrarle al mundo que solo hacía falta voluntad para evitar el holocausto.

El amigo húngaro

Fue en Ginebra, Suiza, donde el coronel Castellanos conoció a quien se convertiría en un gran amigo y aliado en esta proeza humanitaria, George Mendle.

En las largas conversaciones que el coronel sostenía con su nuevo amigo, se enteró de la sombra de muerte que se cernía sobre miles de judíos europeos.

La primera familia en salvar fue la de Mendle, a la cual rebautizó como Mantello en el certificado que los protegió de los nazis.

“El hijo, la esposa y el hermano de George fueron los primeros en tener los papeles. Ya era demasiado tarde para los papás, primos y tíos, quienes habían sido enviados a las cámaras de gas.

“A raíz de esto, se comenzó a correr la voz de lo que hacía papá, y fue cuando comenzaron a hacerse filas de 200 ó más judíos en el consulado de Ginebra”, relata Frieda.

Para entonces, Castellanos nombró a Mendle-Mantello secretario del consulado, un puesto que no existía en la carrera diplomática pero que, a la postre, lo libró de los campos de exterminio.

Los documentos se expedían para toda la familia. De acuerdo con varios historiadores, hay evidencia de que, al menos, el Castellanos extendió unos 13.000 papeles para familias completas. De ahí que se calcule que, por lo menos, 40.000 judíos fueron salvados a través de este sistema.

Cada uno de esos papeles se hacía al portador, a quien se certificaba como ciudadano salvadoreño. En él, se pedía la protección de su vida e integridad.

“Los papeles se llevaban en blanco por toda Europa para que la gente pusiera sus datos. Era un documento para toda la familia y hubo muchas en las que se salvaron siete, diez o más personas”, comentó la hija a Proa vía telefónica.

Discreto ante honores

Filóloga de profesión, Frieda se enteró de la historia de su padre en 1974, después de que el escritor León Uris, autor del libro Éxodo, visitara a Castellanos.

Dos semanas después de la visita de Uris, el embajador de Israel tocó a las puertas de la casa familiar con un séquito de prensa. Fue ahí cuando Frieda, entonces de 20 años, escuchó la historia de boca de su propio padre.

“Él nunca había hablado sobre lo que había hecho. Cuando yo le pregunté la razón de ese silencio, se limitó a responder que cualquiera hubiera hecho lo mismo en su lugar”, recuerda.

“Para él no fue algo maravilloso ni sorprendente. Se limitó a ayudar a su amigo y a su familia, y la cosa se fue extendiendo. Cuando él murió, en 1978, yo encontré medallas, dos títulos nobiliarios, y diplomas honoris causa de universidades extranjeras. Hasta la reina Isabel y el Papa le escribieron”, comentó Frieda para mostrar la discreción con la que manejó su papá su obra.

El cónsul honorario de El Salvador en Israel fue quien inició el proceso para incluir a Castellanos en la lista de los Justos de las Naciones.

La mamá del diplomático fue una de las sobrevivientes a los campos de exterminio nazis y conoció judíos rescatados por Castellanos. “Tú tienes que ir a El Salvador, debes ver si tienes algún pariente vivo... le dijo la señora al cónsul, que se vino mandadito para acá y se contactó conmigo. Él empezó a buscar judíos ayudados por Castellanos, y fue así como encontró al profesor Meyer (una de las personas rescatadas por el cónsul)”, agregó Frieda.

Pero fue, finalmente, el gobierno de El Salvador que, enterado de las gestiones del cónsul, tomó bajo su responsabilidad la iniciativa de proponer el nombre a Israel.

Después de un exigente proceso de comprobación de evidencias, que incluyó entrevistas a sobrevivientes en todo el mundo, a partir de setiembre del 2010, José Arturo Castellanos Contreras pasó a formar parte de la lista de los Justos de las Naciones, del Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén.

De estirpe militar

Hijo de un general muy estricto, como casi todo militar, José Arturo Castellanos nació en San Vicente, en una hacienda cafetalera propiedad de la familia.

Su mamá murió cuando él solo tenía dos años de edad, por lo que su hermana mayor –ya casada– se encargó de cuidarlo junto a su hermana más pequeña.

“Mi abuelo paterno era muy estricto. Mi tía, por el contrario, era excepcionalmente bondadosa. Él fue criado con esas dos manos: una dura y una suave, y con un alto sentido del honor”, explica Frieda.

Siguiendo los pasos de su papá, Castellanos entró al servicio militar, aunque también se graduó en Derecho Internacional. Era una persona muy culta. Hablaba cuatro idiomas además del español (alemán, francés, inglés e italiano).

Recién acabada guerra, regresó a El Salvador, donde el gobierno lo condenó al exilio. Así vivió cuatro años en México.

Después, volvió a Europa a seguir su carrera diplomática en Inglaterra. “Para entonces, ya había perdido prácticamente las pocas pertenencias familiares aquí. En sus últimos años, solo vivió de su pensión y de una empresa que había creado mi mamá, María Schurmann”, comentó Frieda.

Cuando falleció, tenía 84 años, y muchas voces destacaron su gran humanismo.

El periodista salvadoreño Juan José Dalton lo describió como “un ángel de la guarda” salvadoreño: “El coronel Castellanos Contreras fue un hombre ejemplar por sus servicios humanitarios: salvó de las cámaras de gas del campo de concentración nazi en Auschwitz (Polonia) a decenas de miles de judíos de Europa del Este, mientras ejercía como cónsul general de El Salvador en Ginebra”.