Reflejos de uno mismo

En agua Juan Carlos Camacho sumerge la naturaleza calma en 21 acuarelas

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En las aguas de Juan Carlos Camacho casi se puede sumergir la mano, y el espectador, refrescarse con solo contemplarlas. En sus pinturas, un torrente de colores se vierte y se diluye sobre el papel de algodón, con juguetonas transparencias y sutiles luces que reflejan aquello que está escondido en el alma del pintor.

Riachuelos de agua y luz dan vida a las 21 acuarelas de la exposición Reflejos del alma, extractos de los rincones más calmos de Costa Rica, donde reina la paz y el pensamiento vuela.

El agua corre por praderas, montañas y campiñas hasta postrarse en el lienzo y formar los reflejos del alma de Juan Carlos, que también escudriñan las nuestras.

Cada cuadro esconde algo muy personal y difícil de descifrar, pero nos atrapa durante momentos eternos. Durante el mes de junio, las obras se hospedan en la galería de la Escuela Municipal de Artes Integradas (EMAI), en Santa Ana.

Fusión de talentos. Arquitecto de profesión y artista por predilección, Juan Carlos Camacho combina ambas disciplinas cuando se arma de pinceles y pigmentos.

Una parte importante de sus acuarelas tiene edificaciones rurales y urbanas como protagonistas. Como él, otro grande de la acuarela en nuestro país fue arquitecto: Teodorico Quirós.

Camacho se familiarizó con el agua y el pigmento pues, tradicionalmente, las perspectivas arquitectónicas (propuestas que se presentan al cliente) se iluminaban con esta técnica. Sin embargo, los edificios que solía representar en sus cuadros contrastan con la propuesta de su nueva exhibición.

“Como elemento plástico, el reflejo tiene muchísimas posibilidades: es una atmósfera que se puede explotar muy bien, y hacerlo en la acuarela siempre es un reto. Mi objetivo fue trabajar el agua en movimiento y el espejo que refleja lo que está sobre el horizonte”, explica Camacho.

En el paisaje, el artista encontró la atmósfera de las emociones. Comprendió que podía expresar sus sentimientos gracias al ambiente de sus cuadros.

Por ejemplo, Estamos juntos retrata la calma y los botes del estero de Puntarenas, y aprovecha la atmósfera nostálgica de los tonos sepia para enriquecer las sensibilidades que evoca. Esta obra representa la posibilidad del reencuentro con personas, situaciones y lugares, revela el artista.

Para Camacho, el color no es tan importante como los claroscuros, y esto es notable en sus creaciones.

La paleta de colores que utiliza en Reflejos del alma se mantiene en los tonos fríos y es reducida en ciertos cuadros, llegando incluso a los monocromos, como en Estamos juntos y Verde testigo.

Significación abundante. Reflejos del alma fusiona tema, técnica y vivencias, y refresca la mirada de quienes admiran el trabajo de Camacho. “Quise hilvanar el concepto del reflejo con los reflejos del alma. Los títulos de cada cuadro están relacionados con vivencias personales”, detalla el pintor.

Aquel 2 de enero es una de las obras más significativas para Juan Carlos. En esta fecha, el creador realizó una gira por Puntarenas y logró capturar la esencia de sus habitantes –no integrados en el cuadro– y la atmósfera que se respiraba ese día. Esta obra está llena de contrastes: es calma como las aguas del estero, pero pintoresca como su gente, como la balsa que se menea al compás de las olas. En la muestra se incluye otra obra inspirada en ese viaje: Aquella tarde.

Camino a trazos. Juan Carlos está a punto de cumplir 50 años, y su pincel baila sobre el papel poroso y humedecido con más fuerza que nunca. Habiendo recorrido cada rincón de la acuarela, él trabaja ahora en perfeccionar sus técnicas y en retarse a sí mismo.

¿Cómo lo sedujo este arte? Desde la adolescencia, Camacho supo que la pintura era lo suyo. En el Conservatorio de Castella se formó con mirada crítica y, por fortuna, topó con una profesora que lo educó en la técnica de las decisiones rápidas: la acuarela.

La música quiso desviarlo por un momento, pero siguió encaminado a los pinceles. “La acuarela es complicada; conseguir reflejos requiere un proceso: hay que hacerlo poco a poco. Es un asunto de riesgo, pero tiene su parte interesante, como el reto de lograr una sensación, una atmósfera”, precisa el pintor.

En acuarela se realiza con pigmentos cuyo aglutinante es la goma arábiga; diluidos en agua, se los extiende sobre un papel poroso, con frecuencia humedecido.

Hay diferentes procedimientos para aplicar los colores con acuarela, pero, en la mayoría de las veces, esta técnica nos los ofrece transparentes y luminosos. Además, el blanco del papel se aprovecha dejándolo expuesto en las zonas donde la luz es más intensa. “He trabajado esporádicamente con óleos y acrílicos, pero la acuarela siempre me vuelve a atrapar”, confiesa.

En promedio, Camacho se toma cinco o seis horas en hacer un cuadro. Los ejecuta de diferentes modos: muchos son extractos de varias fotografías que él mismo captura durante sus giras y más tarde reinventa en su estudio; otros nacen en el lugar, en una fusión natural, donde la vivencia se traslada al papel de inmediato.

Durante sus trances artísticos, se desarrolla un juego con el espacio blanco del papel; en algunos cuadros no utiliza todo el espacio, lo cual da soltura, atmósfera y dinámicas diferentes. Además, Juan Carlos Camacho utiliza tintas y acrílico muy diluido para dar viveza a sus cuadros.

Un bote imperfecto, hundido en la arena de playa Brasilito, inspiró a Camacho para hacer el cuadro No todo está perdido, en el que reina la esperanza de que las cosas pueden salir a flote en cualquier momento. El reflejo es sutil, pero gobierna la obra.

La figura humana emerge en solo dos cuadros y se sincretiza con el paisaje. Estos cuadros son los únicos de la muestra que tienen paisajes extranjeros: Regreso y Quiero llegar son producto de una visita a Panamá.

Son obras sintéticas y muy simétricas, donde la presencia de elementos es poca y el reflejo de las figuras en el agua protagoniza un paisaje pulcro y casi minimalista.