Recuperar la capacidad de asombro

Solo hayun problema: devolver a la gente el sentido espiritual

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Platón en el diálogo Timeo llama a sus compatriotas “los eternos niños”. No es que los acuse de infantilismo, sino que los alaba porque “veían en el asombro la condición más elevada de la existencia humana” (Harkianakis). Con base en el asombro surgió un pueblo de filósofos, no de tecnócratas. Por el contrario, en nuestra sociedad hemos perdido esa capacidad de asombro y la hemos reemplazado por el activismo del día a día que nos hace perder de vista la iniciativa y la creatividad y por eso los problemas nos cogen ventaja y nos devoran.

La primera escuela del asombro es contemplar la naturaleza. Muchas veces nos perdemos ese espectáculo y las lecciones maravillosas que nos brinda, y nos quedamos encerrados viendo televisión o navegando en Internet, en lugar de caminar o pasear por el campo para respirar el aire puro. Para algunos, esto puede sonar a romanticismo. Lo cierto es que nos volvemos adictos al deporte-espectáculo, y dejamos de lado el deporte-ejercicio. Como aquel amigo que tiene en su casa una máquina trotadora al tiempo que por la ventana contempla un bosque con caminos para recorrer, pero él no tiene tiempo para esas cosas.

Para recuperar la capacidad de asombro hace falta enseñar a niñosy jóvenes a no vivir tan pendientes de las redes virtuales y a adquirir hábitos de descanso, deporte y entretenimiento que sirvan de contrapeso a las interminables jornadas informáticas (TV, videojuegos, Facebook, Twitter, celular). Y ayudarles a valorar las horas dedicadas a la vida familiar y a actividades de servicio a la comunidad, no como una preocupación epidérmica por prestar una ayuda pasajera, sino como fruto de la conciencia de que la convivencia social depende de todos, y todos podemos y debemos ser más solidarios.

Despertar la creatividad frente a los problemas de la sociedad, y no quedarnos ahí parados como si no tuviera que ver con nosotros. “La vida de una sociedad –afirma la Unesco– está en función de su actividad creadora”. No se trata de algo reservado a los artistas o a los genios científicos. Ni tampoco es cuestión de capacidad intelectual, porque hace falta poner imaginación, entusiasmo e ilusión, cosas al alcance de todos. Hablamos del común de la gente, de escapar del modo rutinario de ver las cosas y pensar nuevas maneras de entenderlas para poder encontrar solucio- nes nuevas.

Será difícil asombrarnos de algo si solo nos preocupa lo útil, lo práctico, lo que nos produce placer. De pronto nos ocurre lo que le pasó a Sócrates recorriendo las tiendas de Atenas. “¡Qué inmenso es lo que no necesito!”, exclamó. Es muy difícil asombrarse en medio de un centro comercial o en un restaurante de comida rápida, o en un estadio lleno de furibundos hinchas. Allí solo se puede ver, oír o gritar. No es posible escuchar a los otros, que es una de las actitudes que desarrolla la persona que fomenta el asombro: pensar, entender lo que los otros piensan, sentir su corazón, sorprenderse ante los hechos.

La educación debe fomentar el asombro como función de primer orden. Hay que desarrollar esa capacidad y estimular la iniciativa, la innovación, dejar los caminos trillados y consabidos y echarse al hombro la responsabilidad de que, si queremos un futuro distinto, nos toca construirlo cada día con nuestras propias manos. Hace falta descubrir, como dice el autor de El Principito, que “no hay más que un problema, uno solo en el mundo: devolver a los hombres un sentido espiritual, inquietudes espirituales”.