Puesta en Escena

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El teatro siempre había sido su adoración. Desde niña le encantaba que sus padres la llevaran. Fascinada, observaba cada detalle, suspiraba, reía o lloraba, y lo memorizaba todo: escenografía y movimientos, los juegos de luces y colores, el vestuario y lo que los personajes se decían cada cual a su modo, la forma en que interactuaban mientras de la manera más natural se contaba una desconocida historia frente a sus ojos asombrados. Ella lo vivía todo como si fuera cada personaje, como si los problemas fueran suyos.

Era un mundo distinto del de la vida real, pero por mucho tiempo no supo en qué consistía exactamente la diferencia. Lo que sí llegó a comprender con los años fue que el teatro le permitía vivir más a fondo, mediante los artificios que se escenificaban, una representación fiel de la realidad pese a la rutina que a diario se repetía en su propia vida.

Durante treinta años, que se le fueron como arena entre los dedos, fue la más fiel espectadora de una gran variedad de obras –comedias, farsas, tragedias–; y así, absorbiéndolo todo, empíricamente aprendió todo lo que se podía aprender desde las butacas.

A veces era como si la verdadera vida ocurriese en los escenarios, aunque por supuesto sabía que sólo eran ficciones; pero una noche no fue así.

En esa ocasión, que la marcó para siempre, la vida puso su cuota de realidad en el escenario y desplazó por completo al artificio porque esa noche, conocida como era ya para la gente de teatro, el director de una obra a la que había asistido noche tras noche, le pidió inesperadamente reemplazar a la actriz principal, que se había enfermado de gravedad, y quien a la larga ya no pudo volver a su papel. Entonces, armándose de valor, ella fue el personaje: la amante del Presidente de la República, de la que, habiéndola visto ser quien era en escena innumerables veces, no sólo se sabía muy bien todos los parlamentos, sino que había llegado a identificarse plenamente con ella.

Así, esa noche fue la otra, y lo hizo de maravilla; y lo siguió siendo noche tras noche ante la ausencia de la verdadera actriz. Además, se enamoró perdidamente del guapo Presidente al que su actor favorito representaba de forma impecable, y, por tanto, del actor, de lo que resultó que tuvieron fuera de escena un romance tan tórrido como el que, ya sin actuar demasiado, en la obra representaban; sólo que, al igual que ocurría en esta, el Presidente tenía esposa; o, más bien, el actor, que para el caso es lo mismo. Además, como suele ocurrir, tanto en la realidad como en la ficción, la señora era celosa, muy celosa, y no soportó la afrenta.

Un día, tras encontrarlos juntos, la esposa la mató, ante lo cual tanto en el mundo de la obra como en el de la realidad hubo escándalo, pero los escándalos duran poco, la gente olvida; y a otra cosa, mariposa.