Prensa y malas costumbres

Larga tradición Hollywood ha desnudado los vicios de los órganos de comunicación

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Sabedor de su cese, el presentador de noticias Howard Beale (el actor Peter Finch) quiere despedirse del público con unas palabras. Para molestia de su jefe y amigo, Max Schumacher (William Holden), Beale dedica esos últimos minutos a maldecir por el derrotero que han tomado su vida y el pueblo estadounidense.

Al contrario de Schumacher, la nueva jefa de programación, Diana Christensen (Faye Dunwaye), ve en Beale una oportunidad de aumentar el rating de la cadena televisiva. Según descubre, esas quejas envueltas en palabrotas son las del ciudadano promedio, aquel que teme las alzas del petróleo, la violencia y el desempleo.

Para mayor incomodidad de Max –quien además está preocupado por la salud mental de Howard–, Christensen convierte al otrora respetable periodista en el mesiánico anfitrión de un show dedicado a la queja y a la especulación con respecto al futuro a partir de la astrología y la lectura de cartas.

Cuando está en la cima de la popularidad, Beale se siente otra vez “iluminado”: no debe quejarse, sino proclamar la llegada de una nueva era, la del capitalismo corporativo triunfante; pero este cambio en sus prédicas no es bien recibido por el público, al que le encanta el consumo, pero no las alabanzas directas al capital.

Ello supone un problema para Christensen y para el gerente de la cadena, Frank Hackett (Robert Duvall), quienes ven peligrar los ingresos por publicidad con la disminución de la audiencia. Toman una decisión: matar a Beale y, para mayor rédito de la cadena, hacerlo durante su programa. De esta manera, se convertiría en el primer periodista asesinado por problemas de rating.

Uno de los varios aciertos de Network (Un mundo implacable, 1976), de Sidney Lumet, es que puede contar esta historia insólita sin caer en un paliativo tono cómico, y se convierte en una película demoledora y desencantada, como pocas en Hollywood.

Más de tres décadas después, una película con un nombre muy semejante, The Social Network (La red social, 2010), de David Fincher, desmitifica una nueva forma de comunicación, a través de su reseña del surgimiento y los primeros años de Facebook.

No han sido las únicas películas hollywoodenses que se han ocupado del mundo de los medios de comunicación. Al contrario, la principal industria del cine vuelve frecuentemente a temas como los periodistas y los productores de televisión, los intereses comerciales que se imponen a la ética o al idealismo, la combinación de información y entretenimiento, la manipulación de la realidad, y el comportamiento del público, entre otros.

El circo de la vida. Cuando comienza Ace in the Hole (El gran carnaval, 1951), de Billy Wilder, la carrera de Frank Tatum (Kirk Douglas) cae por una pendiente desde un diario en la gran ciudad, Nueva York, hasta el ínfimo Albuquerque Sun-Bulletin.

Cínico e inescrupuloso, Tatum encuentra cómo regresar a la cima cuando es el primero en llegar a la cueva en la que está atrapado Leo Minosa (Richard Benedict), un tendero que buscaba reliquias indígenas para venderlas a los escasos visitantes de la zona. Tras ganarse su confianza y sobornar al jefe de la policía, Tatum se convierte en el único intermediario entre Leo y el mundo exterior.

Minosa es la principal atracción de un circo que tiene a Tatum como maestro de ceremonias. Este monopoliza y sabe adornar, con coloridos detalles, la información que se envía a todo el país de forma episódica. Tatum pacta con el ingeniero encargado del rescate para que este se demore tanto como sea posible.

Alrededor de la cueva, acampan turistas y vendedores de souvenirs. La esposa de Minosa, quien estaba a punto de abandonarlo, hace su agosto cuando alimenta a la multitud que llega a presenciar el rescate. Mientras tanto, la salud de Minosa no hace más que deteriorarse.

El gran carnaval fue la primera película de Wilder que fracasó comercialmente. Con cierto romanticismo, podría pensarse que se debió a que el público no estaba preparado para una historia de tal dureza. Esta no es la explicación más acertada pues el desencanto y el ácido humor fueron notas características en la filmografía de Wilder, y esto no impidió que se consolidara como un clásico.

Forma y contenido. Si Hollywood ha vuelto constantemente a los medios de comunicación, y especialmente al discutido aunque exitoso infotainment (information y entertainment), es porque el público demanda este tipo de películas, las que permiten un distanciamiento respecto a la cotidianidad.

En Un mundo implacable, el afán por aumentar el rating lleva no solamente al asesinato de un periodista, sino a la financiación de un grupo dedicado a los secuestros y el terrorismo, a cambio de recibir en exclusiva imágenes de sus ataques para un reality show. Tampoco importa si la agrupación es de izquierda y aprovecha el programa para hacer propaganda contra el sistema: el público pide acción y esto recibirá, argumenta la jefa de programas. La forma se impone al contenido.

Otro ejemplo de esta disyuntiva se encuentra en una exitosa comedia romántica de James L. Brooks, Broadcast News (Detrás de las noticias, 1987). En esta, los afectos de una productora televisiva, Jane Craig (Holly Hunter), se dividen entre el reportero Aaron Altman (Albert Brooks) y el presentador Tom Grunick (William Hurt).

El argumento de Detrás de las noticias demanda pasar por alto el pretexto amoroso y atender la metáfora. Jane se debate entre dos hombres que son dos formas de entender el periodismo televisivo. Aunque torpe y poco carismático, Aaron es crítico y talentoso, conoce la realidad internacional, escribe estupendamente y, lo más importante, posee una sólida ética profesional.

Por el contrario, Tom cautiva con su buena presencia y amabilidad, pero no distingue entre lo relevante y lo anecdótico, vive despreocupado de lo que sucede en el mundo, todo lo que escribe debe ser corregido y es capaz de fingir unas lágrimas para hacer más conmovedores sus reportajes.

El filme de Brooks brinda un desenlace agridulce, sin la desesperanza que colman El gran carnaval y Un mundo implacable. No obstante, la diferencia de tono no hace mella en que, como estas, posee una escalofriante actualidad en su desmitificación de los medios de comunicación, una constante en el cine de Hollywood.

EL AUTOR ES PROFESOR DE APRECIACIÓN DE CINE EN LA ESCUELA DE ESTUDIOS GENERALES DE LA UNIVERSIDAD DE COSTA RICA