Poseer la memoria

Carlos Alvarado Quesada

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Escogidos con acierto, el título y la imagen de la portada de Las posesiones , novela de Carlos Alvarado Quesada, anuncian preguntas y respuestas que posteriormente la narración postulará. Por una parte, un título que invita a las preguntas: Las posesiones , sí, pero, ¿qué se posee? ¿Quiénes poseen? Es más, ¿qué es poseer? A su vez, una fotografía que brinda algunas pistas: una pareja, una mujer y un hombre, quienes nos miran, casi nos saludan, desde un pasado feliz.

En Las posesiones , obra ambiciosa por la estructura y el tema que trata, son poseídas las cosas y se pretende poseer a las personas. Esto hace Marcos Arias, maquiavélico personaje que solo conocemos a través de su testamento, de las cartas que le dirigen o de las memorias de un comunista.

También se poseen el amor, el matrimonio, y los espacios y los proyectos en común, como en la fallida unión de Beatriz Madrigal y Stefan Schmitz, y en la posible de Ana Rodríguez y Samuel Roth.

Se posee, se pierde y se recupera la memoria, como le pasa a Ana, quien recibe una carta y después lee otras que le hablan de la perfidia cometida por su padre biológico. También a Apolíneo Brenes, quien “posee” –porque lo vivió– el pasado de Marcos y de la patria, y testimonia los 40, la década más convulsa y emblemática de Costa Rica en el siglo XX. Finalmente, memoria es lo que se le escapa y persigue Gerhard en Alemania, abatido por su fracaso matrimonial, y fija su mente en el recuerdo de la mañana en que hizo su primera comunión.

Dividida en tres partes –“Posesiones y pesadillas”, “La culpa durmió en Crystal City” y “El tiempo y la sangre”–, la primera propone el asunto primordial: una historia de amor y traición en la Costa Rica de los años 40, descubierta seis décadas después. Sin embargo, acaso como una forma de contrastar, numerosas páginas son destinadas a retratar la vida en pareja de Ana y Samuel, en el siglo XXI.

Las incógnitas planteadas en “Posesiones y pesadillas” son retomadas en las partes segunda y tercera. En estas, y a diferencia de la primera mitad de la novela, la narración corre por cuenta de los personajes, quienes recuerdan episodios históricos o momentos de la infancia, o su voz llega al presente a través de unas amarillentas cartas, durante décadas encerradas en un baúl. Es entonces que Alvarado Quesada muestra sus mejores armas como narrador y, por qué no, como psicólogo.

En este sentido, la escritura luce más relajada, se siente más viva, y es más cercana a los personajes y al lector cuando recurre a la primera persona. Por el contrario, su narrador “neutral”, por denominarlo de alguna manera, lleva a un lenguaje que se pasa de correcto, que incluso adolece de rigidez y que en definitiva podría ser más rico. Por ello, es solamente después del centenar de páginas que Las posesiones comienza a cautivarnos no solamente a partir del dibujo de una intriga o de unos personajes, sino por la destreza estilística con que se expresa el narrador.

Las posesiones es un relato que saca a la luz un episodio de la historia costarricense poco conocido más allá de los textos académicos –cuya consulta el autor señala al final de la novela–. Este fue el maltrato y saqueo de los bienes de los ciudadanos de origen alemán en los años 40, con la guerra mundial con Alemania como pretexto. Para evitar malentendidos, figuran un par de personajes judíos –Samuel y su primo Moshé–, quienes discuten justamente sobre los campos de concentración por los que pasaron hombres y mujeres de ambos pueblos.

Al respaldar su relato y denuncia con investigaciones y documentación histórica, Las posesiones sigue el camino trazado por otras obras que vuelven a nuestro pasado y lo desmitifican, como Asalto al paraíso y El año del laberinto , de Tatiana Lobo, El pavo real y la mariposa , de Alfonso Chase, o Limón Blues , de Anacristina Rossi. Asimismo, porque el pasado vuelto a vivir corresponde a los años 40, Las posesiones puede vincularse con Final de calle , la más importante novela de Quince Duncan.

Las condiciones de Alvarado Quesada como narrador son innegables. Tiene que trabajar un poco el trato que da a la sustancia linguística cuando decide mirar a sus personajes desde afuera; pero incluso entonces muestra su sentido del humor y su habilidad para la construcción de la intriga y los personajes, para relatar lo que acontece a sus protagonistas y exponer los problemas y las reflexiones que estos suscitan.