¿Por qué somos deshonestos?

Nuestro comportamiento ético es una caja de sorpresas

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Si coincide nuestra reunión social con el día de restricción vehicular, probablemente nos excusaríamos de asistir. Si la reunión fuera para cerrar un negocio, evaluaríamos la conveniencia de arriesgarnos a ser multados.

Nos enfrentaríamos, así, con un análisis de costo-beneficio, donde el ser atrapados podría balancearse con la ganancia del negocio y, en este caso, el hecho de estar burlando la ley pierde importancia. Nuestro comportamiento ético es una caja de sorpresas ya que muchas veces es dirigido por fuerzas irracionales.

El psicólogo cognitivo Dan Ariely afirma que somos deshonestos cotidianos, movidos por impulsos que nos conducen a tomar decisiones insensatas.

Desde la niñez descubrimos que mentir nos puede traer más beneficios que decir la verdad, y que si negamos nuestras travesuras, nos evitaremos el costo del castigo. Después conoceremos (o no) los valores de la honestidad y las nefastas consecuencias de caer en la tentación. El comportamiento deshonesto no es solo cosa de niños, sino que está diseminado en ámbitos personales, profesionales y políticos. El deshonesto se convence a sí mismo de que su actitud no es tan cuestionable ya que robar un lápiz no es malo si pudo haber robado la caja entera. Con eso queda en paz consigo mismo. Algo parecido sucede cuando, si reporto un trabajo vial que no he hecho y reclamo el pago, no me sentiré tan mal si a mi alrededor todos aprovechan la impericia e ignorancia de los que deben vigilar esas labores. Frente a la oportunidad de ser deshonesto se desarrolla un conflicto de intereses que atenta contra nuestra percepción, interpretando la situación de una manera que minimiza el engaño, así como el temor de ser descubierto. No es fácil analizar racionalmente una situación cuando está en juego la relación costo-beneficio que se traduce en lo bueno y lo malo. Cuando espiamos las cartas del contrario, cuando mentimos en el tamaño de lo que pescamos, cuando hacen alarde de su fidelidad.

Hay deshonestos buenos, hay deshonestos torpes y hay deshonestos creativos. Las deshonestidades bondadosas son aquellas que tienen como finalidad hacer feliz al prójimo con mentiras blancas, como decir: “qué bien se te ve hoy”. Los deshonestos torpes son los que confían en la impunidad de sus actos y se sorprenden cuando son descubiertos. Les cuesta entender la ilegalidad de su engaño y, más bien, se sienten ofendidos por la mala opinión que generan. Los deshonestos creativos son los más peligrosos ya que se valen de argucias para crear engañosas ofertas económicas, amparados en la ingenuidad de sus víctimas y la credibilidad de sus promesas.

No existe una razón única que nos permita saber por qué somos deshonestos, sino, más bien, necesitamos saber cuáles son las circunstancias que nos inducen a serlo. Debemos pensar en cómo resistir a la tentación de lograr algún beneficio personal apelando a un pequeño o gran engaño. Todos, alguna vez, hemos caído en eso, aunque no nos guste reconocerlo, y lo mejor, para ser honestos, es aceptar que somos deshonestos.